jueves, febrero 19, 2015

La tregua en Ucrania es una filfa

Las imágenes parecen sacadas de un documental de la Segunda Guerra Mundial. En ellas se ve a varios carros de combate, camiones y tropas que avanzan pesadamente por carreteras de tierra, rodeadas de nieves congeladas, todos ellos saliendo de una localidad que aparenta estar en ruinas, en medio de la inmensa planicie del este. El nombre de ese pueblo, al parecer estratégico cruce ferroviario, es Debáltsevo, y si lo buscan en los libros de historia aparece en el fragor de los combates entre nazis y rusos de hace setenta años, pero si dejan atrás lo libros y miran en la prensa o internet lo encontrarán nuevamente. Porque hoy ahí vuelve a haber guerra.

Minsk 2 es el nombre que se le ha dado al acuerdo de paz alcanzado el pasado 12 de Febrero en la capital bielorrusa entre Rusia y Ucrania, con el auspicio de Francia y Alemania. Su entrada en vigor a partir de este pasado Domingo 15 ha dado una cierta tranquilidad a las zonas más golpeadas por la guerra, como las ciudades de Donetsk y Lugansk, pero en Debáltsevo los combates continuaron hasta ayer, cuando rodeados, vencidos y sin posibilidad alguna de recuperarse, las tropas ucranianas se rindieron ente los separatistas rusos, y abandonaron la ciudad con sus pertrechos, dejándola en manos de los aliados de Putin. De esta manera, y a la espera de que la calma vuelva, quien sabe por cuánto tiempo a ese lugar, el balance de la ofensiva prorusa es muy satisfactorio para sus intereses. En unos pocos meses de dura ofensiva han movido sus líneas de influencia mucho más al oeste de lo que hubieran imaginado, consolidando sus posiciones y conquistando nuevos territorios, que en la lógica de lo sucedido con Crimea, es probable que jamás vuelvan a contar con influencia ucraniana. Minsk 2 establece muchas cosas más además del alto el fuego, con compromisos por parte de Kiev y Moscú sobre la integridad territorial de Ucrania, la federalización del país y la asistencia a la población civil, pero sospecho que todas esas palabras se van a quedar en nada. La sensación que me da cada vez que me asomo al conflicto del este es que, pese a que no tiene lógica alguna, Putin sigue presionando y obteniendo victorias militares que le desangran en lo económico, pero le elevan a los cielos en poder y popularidad interna. Si por cada ruptura de la tregua que se produzca en la zona los prorusos van a conquistar un montón de ciudades y terrenos antes de llegar a una nueva tregua es fácil suponer que este proceso se repita, a manera de un fuelle que se expande y contrae, de manera periódica, una vez que las bajas y prorusas se hayan cubierto y armamento fresco les haya sido suministrado. Ante eso Kiev poco puede hacer. Con una economía quebrada, una sociedad asustada y un ejército potente en apariencia, pero dotado de armamento viejo y nula moral de combate, cada batalla en el este supone una nueva prueba de que el armamento y las “tropas rusas” (pongo comillas porque en teoría no existen, y me río por no llorar) son mucho más efectivas y, de momento, imparables. Algún artículo de este fin de semana apuntaba a que Putin seguirá con esta táctica de guerra intermitente hasta que consiga unir Crimea por tierra con los territorios conquistados y estos lleguen hasta las orillas del Dniépr, el río que puede hacer de frontera natural entre las dos almas, rusa y ucraniana, que viven en su entorno. Con este terreno de colchón, a modo de Marca medieval, Putin tendría una zona bajo su dominio en la que no habría nunca presencia de tropas OTAN ni nada por el estilo, y dejaría a Ucrania hecha una piltrafa, dándole ya igual si se une a la UE o se va por su cuenta, convertida en un país desmadejado y sin expectativa alguna.

¿Es ese el futuro que le espera a la zona? No lo se. Desde luego no me creo en lo más mínimo que la guerra se haya acabado, y se fehacientemente que las demandas ucranianas de recibir armamento y auxilio militar occidental no van a ser respondidas, porque nadie quiere una guerra contra Rusia. Así, Kiev recibirá buenas palabras en todo momento, y abrazos que traten de calmar el dolor que le produzcan las dentelladas del oso ruso, pero nada más. El riesgo de que el conflicto se generalice es alto, pero también el de que, con una baja intensidad, se enquiste y convierta a la zona en foco de inestabilidad sostenida durante mucho más tiempo del que pueden aguantar los periodistas, convirtiéndolo así en otro conflicto olvidado. Y ambos escenarios son nefastos para los que allí residen y, desde luego, para Europa.

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