Las
imágenes parecen sacadas de un documental de la Segunda Guerra Mundial. En ellas
se ve a varios carros de combate, camiones y tropas que avanzan pesadamente por
carreteras de tierra, rodeadas de nieves congeladas, todos ellos saliendo
de una localidad que aparenta estar en ruinas, en medio de la inmensa planicie
del este. El nombre de ese pueblo, al parecer estratégico cruce ferroviario, es
Debáltsevo, y si lo buscan en los libros de historia aparece en el fragor de
los combates entre nazis y rusos de hace setenta años, pero si dejan atrás lo
libros y miran en la prensa o internet lo encontrarán nuevamente. Porque hoy ahí
vuelve a haber guerra.
Minsk 2 es el nombre que se le ha
dado al acuerdo de paz alcanzado el pasado 12 de Febrero en la capital
bielorrusa entre Rusia y Ucrania, con el auspicio de Francia y Alemania. Su
entrada en vigor a partir de este pasado Domingo 15 ha dado una cierta
tranquilidad a las zonas más golpeadas por la guerra, como las ciudades de
Donetsk y Lugansk, pero en Debáltsevo los combates continuaron hasta ayer,
cuando rodeados, vencidos y sin posibilidad alguna de recuperarse, las tropas
ucranianas se rindieron ente los separatistas rusos, y abandonaron la ciudad
con sus pertrechos, dejándola en manos de los aliados de Putin. De esta manera,
y a la espera de que la calma vuelva, quien sabe por cuánto tiempo a ese lugar,
el balance de la ofensiva prorusa es muy satisfactorio para sus intereses. En
unos pocos meses de dura ofensiva han movido sus líneas de influencia mucho más
al oeste de lo que hubieran imaginado, consolidando sus posiciones y conquistando
nuevos territorios, que en la lógica de lo sucedido con Crimea, es probable que
jamás vuelvan a contar con influencia ucraniana. Minsk 2 establece muchas cosas
más además del alto el fuego, con compromisos por parte de Kiev y Moscú sobre
la integridad territorial de Ucrania, la federalización del país y la asistencia
a la población civil, pero sospecho que todas esas palabras se van a quedar en
nada. La sensación que me da cada vez que me asomo al conflicto del este es
que, pese a que no tiene lógica alguna, Putin sigue presionando y obteniendo
victorias militares que le desangran en lo económico, pero le elevan a los
cielos en poder y popularidad interna. Si por cada ruptura de la tregua que se
produzca en la zona los prorusos van a conquistar un montón de ciudades y
terrenos antes de llegar a una nueva tregua es fácil suponer que este proceso
se repita, a manera de un fuelle que se expande y contrae, de manera periódica,
una vez que las bajas y prorusas se hayan cubierto y armamento fresco les haya
sido suministrado. Ante eso Kiev poco puede hacer. Con una economía quebrada,
una sociedad asustada y un ejército potente en apariencia, pero dotado de
armamento viejo y nula moral de combate, cada batalla en el este supone una
nueva prueba de que el armamento y las “tropas rusas” (pongo comillas porque en
teoría no existen, y me río por no llorar) son mucho más efectivas y, de momento,
imparables. Algún artículo de este fin de semana apuntaba a que Putin seguirá
con esta táctica de guerra intermitente hasta que consiga unir Crimea por
tierra con los territorios conquistados y estos lleguen hasta las orillas del
Dniépr, el río que puede hacer de frontera natural entre las dos almas, rusa y
ucraniana, que viven en su entorno. Con este terreno de colchón, a modo de Marca
medieval, Putin tendría una zona bajo su dominio en la que no habría nunca
presencia de tropas OTAN ni nada por el estilo, y dejaría a Ucrania hecha una
piltrafa, dándole ya igual si se une a la UE o se va por su cuenta, convertida
en un país desmadejado y sin expectativa alguna.
¿Es ese el futuro que le espera a la zona? No lo
se. Desde luego no me creo en lo más mínimo que la guerra se haya acabado, y se
fehacientemente que las demandas ucranianas de recibir armamento y auxilio
militar occidental no van a ser respondidas, porque nadie quiere una guerra
contra Rusia. Así, Kiev recibirá buenas palabras en todo momento, y abrazos que
traten de calmar el dolor que le produzcan las dentelladas del oso ruso, pero nada
más. El riesgo de que el conflicto se generalice es alto, pero también el de
que, con una baja intensidad, se enquiste y convierta a la zona en foco de
inestabilidad sostenida durante mucho más tiempo del que pueden aguantar los
periodistas, convirtiéndolo así en otro conflicto olvidado. Y ambos escenarios
son nefastos para los que allí residen y, desde luego, para Europa.
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