Normalmente, y por fortuna,
usamos el concepto de terremoto en el sentido más metafórico para referirnos a
rupturas o grandes cambios, especialmente políticos o económicos, causados por
nuevas o antiguas fuerzas. Podemos provoca un terremoto en la política
española, o el temblor causado por Grecia se expande, como una onda sísmica,
por toda la UE. Símiles más o menos afortunados que tienen su raíz en la
sensación, difícil de expresar, que supone el haber vivido un temblor de
tierra, que por ser algo antinatural (el suelo no se mueve) supone una
experiencia que siempre se recuerda con sabor amargo, cuando no asociada a destrozos
y muerte.
Ayer
por la tarde, a las 17:16, un terremoto que tuvo lugar en Ossa de Montiel,
Albacete, a unos 10 kilómetros de profundidad, y con una magnitud estimada
de 5,2 en la escala de Richter, se pudo sentir perfectamente en todo el centro
de España, y desde luego en Madrid, y eso ya saben que otorga relevancia mediática
a todo lo que sea. Yo estaba en la oficina a esa hora, en mi piso, uno de los más
altos de una de las torres del Paseo de la Castellana, a unos 85 metros del
suelo más o menos, desde la que disfruto de unas vistas hacia el sur que me
alimentan para poder seguir día a día haciendo mi trabajo, que no se crean que
es maravilloso. Lo cierto es que estaba enfrascado en el ordenador con varias
ventanas de Excel abiertas mirando unos datos, cuando sentí un movimiento raro
que empujaba todo hacia un sentido, seguido después de otro bandazo, más
intenso aún, en el sentido contrario. En mi edificio estamos de obras,
transformando las plantas de su actual y horrendo diseño y panelación setentero
a un nuevo espacio diáfano y más moderno, por lo que llevamos una temporada
sintiendo golpes y vibraciones fruto de los trabajos, pero ese movimiento de
ayer no tenía nada que ver con eso. A mi me pareció desde un principio que se
trataba de un terremoto, pero siempre hay una duda razonable, dado que eso es
lo menos probable que puede llegar a pasar. Sin embargo otros compañeros de
trabajo, que también se pusieron de pie y movieron en busca de explicaciones,
llegaron a la misma conclusión. “Eso” no ha sido provocado por las obras, ha
sido un terremoto. Me metí en twitter y escribí que la sensación era la de
haber sufrido un terremoto en pleno Madrid, aún con cierta extrañeza, pero a
los pocos minutos de colgar esa expresión vi como las referencias de muchos
usuarios a un temblor que había sucedido hacía pocos minutos inundaban la red,
en medio de mucho asombro, incredulidad y cierto respeto. A medida que pasaba
el tiempo se iba confirmando que ese movimiento era, en efecto, un terremoto,
el tercero que he vivido en mi vida, al menos que yo haya sido consciente de
ello, y la información sobre el epicentro e intensidad se iba concretando. El
paso del tiempo y, afortunadamente, la nula incidencia en lo que hace a víctimas
y destrozos, hizo que el temor inicial derivase al cachondeo, no se si terapéutico
o no, y lo que hasta hace pocos minutos era un continuo de mensajes de sorpresa
y alivio porque no había pasado nada se transformó en una catarata de chistes,
memes, imágenes y bromas, algunas ingeniosas, muchas subidas de tono, que se
propagaban por la red a una velocidad mucho mayor a la que lo habían hecho las
propias ondas sísmicas, convirtiendo al seísmo en algo viral, en lo que no deja
de ser un hecho reseñable y bastante absurdo, aunque dado que, ya confirmado,
no ha causado ni víctimas ni daños, se puede entender.
¿Cómo es vivir un terremoto en primera persona?
Sobre todo, extraño. Mis tres experiencias, dos de ellas en Madrid, la primera
la más intensa de todas las experimentadas, me dejaron la sensación de vivir
algo sin sentido, sobre todo porque el que el suelo se mueva convierte a uno de
esos supuestos que permiten anclar la vida en algo que, de repente, se suelta,
y genera mucha inseguridad, física desde luego, pero luego, con el tiempo,
emocional. Las cosas que suponemos fijas y eternas no tienen por qué serlo, y
un temblor nos lo recuerda de una manera sorpresiva, brusca y sin capacidad de
respuesta. No es una experiencia agradable, la verdad.
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