Ayer se produjo un suceso
extraño, que viví en primera persona, y que es digno de ser relatado y
estudiado, y no porque yo me encontrase por allí, desde luego. Se
presentaba el programa económico de Ciudadanos en el Círculo de Bellas Artes,
de la mano de dos grandes economistas, Luis Garicano y Manuel Conthe. El
acto comenzaba a las 19:00 y me escapé un poco antes del trabajo de lo que
suele ser habitual para, atravesando Madrid en el socorrido autobús 27, llegar
hasta Cibeles y desde ahí ir andando al Círculo. Cuando llegué, unos veinte
minutos antes de que empezara el acto, la cola de asistentes era enorme.
Sí, sí, cola para estar presente
en un acto económico y político. No para ver a un famoso, o para un concierto
de una estrella extranjera o algo así. Cola para una charla técnica y con
mensaje ideológico. Asombroso. Ocupé mi sitio en la calle, como el último en
ese instante, siendo seguido por nuevas personas que acudían sin cesar. Me
encontraba más o menos a la altura de las puertas de acceso al Ministerio de
Educación, a algunos cientos de metros de la puerta de entrada al Círculo, y
empezaba a intuir que no iba a ser capaz de acudir al acto en cuestión porque a
ver dónde se podía alojar semejante cantidad de gente. Finalmente así fue y me
lo perdí. En una tarde en la que el sol se ponía y el viento frío soplaba
desatado, dejando una sensación muy desapacible, resultaba curioso,
estimulante, y hasta cierto punto provocador, pensar en la causa que a todos
los allí reunidos nos había congregado. En un país descreído, apático, que
considera un fracaso casi todo lo que viene procedente de la política y la
economía, una reunión como la de ayer era una especie de anatema, una provocación
que encontraría el rechazo social, el desprecio o, en el mejor caso, la
indiferencia de los hastiados. Pero no, justo lo contrario. La figura de
Garicano, respetada por muchos por su labor pedagógica, su currículum intachable
y su espíritu crítico es la imagen de una España distinta a la que tenemos,
basada en cosas tan elementales como el mérito, la responsabilidad, el trabajo
bien hecho, el premio a quien lo consigue y el castigo a quien pretende
engañar, y otra serie de valores e ideas que son tan obvias como despreciadas
entre nosotros. En medio del vendaval que azotaba Alcalá soplaba un espíritu,
unas ganas de regeneración que, al menos para mi, son nuevas, o no las había
visto con anterioridad en todos estos años que llevamos de crisis. No quiero
ser iluso ni ingenuo. No creo que Garicano y su equipo sean la salvación a
todos nuestros males, que por su complejidad, profundidad y enquistamiento
requieren mucha dosis de paciencia, profesionalidad y tiempo para ser
corregidos, pero es indudable el atractivo de su propuesta, sobre todo en medio
del vacío de las propuestas de los demás. Los partidos clásicos viven de unas
rentas cada vez más exiguas y que parecen no tener futuro, y el voto protesta,
que ha crecido con una enorme fuerza, enmienda a la totalidad el pasado pero
sin ofrecer solución alguna, salvo que entendamos los experimentos venezolanos
como alternativa. En ese panorama, la propuesta de Ciudadanos es nueva,
alternativa y transgresora, y lo es porque se distancia de todos los demás.
Lo cierto es que, tras lo visto ayer, sólo
Ciudadanos y Podemos son capaces de convocar a muchas personas ilusionadas en un
acto con mensaje político. Ambas formaciones, de corte radicalmente distinto,
han surgido del mismo magma de desencanto que se vive en nuestro país, y son
dos respuestas, una de propuesta cívica y otra de protesta social, que
responden a la lógica de una sociedad que ansía encontrar salidas al atolladero
en el que se encuentra. De cara al crucial año electoral en el que nos
encontramos, ambas formaciones se juegan el todo por el todo. Hasta ahora ha
sido Iglesias el que ha despuntado en las encuestas. Su declive puede ser la
oportunidad de Rivera. Está todo por ver.
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