Hoy
se cumplen diez años del incendio de la torre Windsor, un rascacielos de
106 metros sito en el complejo madrileño de AZCA, que en una noche de sábado
ardió como una tea y quedó completamente destruido. Como para celebrarlo, o
teniendo en la retina la imagen del edificio rodeado de llamas, el
PSOE se ha prendido fuego en Madrid, tras la decisión tomada ayer, de manera
sorpresiva, por el Secretario general Pedro Sánchez, de destituir a Tomás Gómez
como secretario del partido en la comunidad, disolver el partido y montar
una gestora que elija a un nuevo candidato a las elecciones autonómicas de mayo
y dirija las riendas de la federación.
Tras esta decisión, la actitud de
Tomás Gómez ha sido la que le ha caracterizado durante todos estos años al
frente del partido y, en parte, la que ha llevado a su fracaso como candidato.
La no asunción de la realidad, el adoptar un pose chulesco y retador, y
presentarse como una víctima conspirativa que es traicionada por los suyos y
todos los demás, cuando es inocente de todo. La rueda de prensa que convocó
ayer, retadora, desafiante, fue un acto de insubordinación a la dirección de su
partido, y el primer acto de lo que parece ser una nueva guerra del partido en
Madrid que, aunque sea sofocada en breve, lo condena a un más que probable
resultado nefasto en las elecciones de Mayo, que son dentro de tres meses,
vamos, ya. Es curioso que el PSOE, el partido más sólido y con mayor recorrido
histórico del país, fundado en Casa Labra, muy cerquita de la Puerta del Sol, siempre
ha tenido un grave problema con su estructura en Madrid. La entonces llamada
FSM logró aupar a Leguina a la presidencia de la Comunidad de Madrid, creación
artificiosa de principios de los ochenta, y a Juan Barranco a la alcaldía de la
capital, pero eso no impidió que las guerras internas que existían en el
partido cesasen. Durante esos años fueron famosos dos clanes, los “Balbases”
los “Acostas” que tomaban su denominación de los apellidos de sus líderes, que
por supuesto siempre negaban la existencia de esas corrientes, como lo hacía
Guerra con el “guerrismo”. Esas luchas, despiadadas y crueles como sólo las son
entre compañeros de partido, acabaron dinamitando el gobierno de Leguina que, sospecho
que harto, decidió dedicarse a otra cosa. Ahí vio el PP una oportunidad de oro
para hacerse con el feudo madrileño, y empezó su reinado sobre las
instituciones locales, con un joven Alberto Ruiz Gallardón al frente de la
Comunidad y un veterano Jose María Álvarez del Manzano en el Ayuntamiento.
Desde entonces han cambiado los nombres, pero no el signo ni logotipo del
partido gobernante y el opositor. Desangrado por las luchas, el PSOE optó en su
momento por disolver la FSM y crear una gestora (mira, lo mismo que ayer) labor
que fue encomendada a Rafael Simancas (mira, el mismo que ayer) que como
candidato a la Comunidad logró resultados meritorios, e incluso estuvo a punto
de alcanzar el gobierno regional, arrebatándoselo a una Esperanza Aguirre a la
que ya pocos tomaban por tonta, pero llegó el “Tamayazo” la huida de dos
diputados regionales, Tamayo y Sáez, y Simancas perdió su oportunidad de
alcanzar el poder. De ahí en adelante su figura fue la de la derrota, y acabó
siendo sustituido por Tomás Gómez, un joven socialista que había arrasado en
las elecciones de Parla varias veces, y que ofrecía una imagen renovada y de
victoria. Su estrategia política, basada en el efecto, la declaración gruesa,
el tono altanero y una pose chulesca bastante agresiva pronto mostraron su
debilidad como candidato, y los resultados electorales que ha cosechado hasta
el momento habían sido, como poco, decepcionantes. Ayer, con casi toda
probabilidad, terminó su carrera política.
Ahora, a cien días de unas elecciones
trascendentes, el PSOE se convierte, con el PP e IU, en otro partido que no
posee candidato al gobierno de la Comunidad, aunque suena para el puesto el
exministro de Educación Ángel Gabilondo. Sánchez, que veía como Gómez le buscaba
la ruina y sacaba desastrosos resultados en los sondeos, ha decidido dar un
golpe encima de la mesa y ejercer su liderazgo con una muestra de poder duro,
necesario muchas veces para recordar quién y cómo se manda. Sin embargo, y esto
es cierto, un mal resultado electoral en mayo también será cosecha suya, y como
tal deberá asumirlo. Y de fondo, Pablo Iglesias y Tania, su candidata al cargo
regional, observan el espectáculo encantados, frotándose las manos ante una
victoria que, ellos creen, está al alcance de su mano.
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