Me parece asombroso, o fruto de
una decisión que tiene mucho de sarcástica, el que mañana sea el día en el que
tengan lugar dos de las reuniones más importantes, que pueden llegar a ser
decisivas, para tratar de solucionar los dos problemas más graves que tiene
ahora mismo Europa sobre la mesa, que son la crisis griega y la ucraniana. El
Eurogrupo será el foro en el que el ministro griego de economía, el ya
archifamoso Varoufakis, se enfrente al resto de socios del euro, y Minsk,
capital de Bielorrusia, la sede del encuentro entre Rusia, Ucrania y las
potencias europeas.
Las dos crisis son muy distintas,
de origen y consecuencias diferentes, pero ambas ocurren en nuestro territorio,
en nuestro ámbito de decisión, y son por ello una prueba de fuego para la
capacidad de Europa para, en el caso griego, autogestionarse, y en lo que hace
a Ucrania, defenderse. Y a partir de ahí involucran a gran parte del mundo, que
desde hace ya algún tiempo vuelve a ver a Europa más como una fuente de
conflictos y problemas que como un continente referencial, como una idea de éxito.
La crisis económica, enquistada entre nosotros debido entre otros factores a la
arquitectura con la que se ha diseñado la Unión y el Euro, ha mostrado las debilidades
de ambos conceptos. Las naciones de la UE, en este momento de crisis, se vuelven
hacia sí mismas, haciendo resurgir en ellas demonios de un pasado que se creía
olvidado, exaltando nacionalismos identitarios o populismos demagógicos que sólo
conducen al desastre, todo ello aliñado con la típica lista de agravios entre
nacionalidades, con una proliferación de insultos despectivos hacia los
alemanes, griegos, daneses, españoles, etc que sólo contribuye a enrarecer aún
más las cosas. En este ambiente de debilidad interna, la guerra de Ucrania, que
se produce en el este del continente, en el corazón de Europa, desgarra
familias, pueblos y vidas. Destruye bienes y siembra de cizaña separatista a
poblaciones rusófonas y ucranianas que, durante décadas, han convivido sin
enfrentamiento alguno. Cada día decenas de ellos mueren en manos de otros con
los que hasta hace poco se hablaban, y como sucedió en la extinta Yugoslavia, y
en las guerras de los Balcanes de los noventa, se están generando unas heridas
que, si cicatrizan, lo harán tras muchos muchos años. En este conflicto la
implicación europea ha ido de más a menos, desde la ilusión cooperadora con
Kiev a medida que se desplomaba el régimen proruso y triunfaba la revolución
del Maidan hasta el recelo y el miedo que recorre buena parte de Europa cada
vez que la sospecha de que Rusia se está involucrando en la guerra se
convierte, día a día, en una realidad palpable. Hubo un intento de reacción
internacional tras el derribo, al inicio del verano pasado, del avión de
Malaysia Airlines por parte de los separatistas prorusos, que dejo centenares
de muertos esparcidos a las afueras de Donetsk, muchos de ellos holandeses,
pero de las palabras iniciales de condena se pasó al silencio a medida que la
posición rusa se mostraba inflexible. En ambos conflictos el papel de terceros
los internacionaliza del todo. En el caso griego son las instituciones
financieras, sobre todo el FMI, las que sirven de altavoz global y, hasta
cierto punto, correa de transmisión de mensaje e inestabilidad. En la guerra
ucraniana, el papel de EEUU, en segundo plano, y sus relaciones con Rusia, son
la piedra angular que puede permitir desatascar este conflicto o enquistarlo,
llevándolo incluso a un punto en el que la guerra que ahora se localiza en el
este del país se extienda mucho más allá, y con ella se caliente demasiado lo
que empieza a conocerse como una nueva guerra fría.
Ante estos dos frentes, la UE se juega gran
parte de su futuro y prestigio. No siendo un país, sino una asociación de
ellos, las tensiones externas e internas que pueden fortalecer los acuerdos
también los pueden tensar hasta extremos peligrosos. Confío en que en ambos casos
se lleguen a acuerdos que, al menos, impidan que los problemas sigan creciendo,
sería la solución más racional, pero a medida que pasa el tiempo y la presión
crece, lo hace el riesgo de accidentes más o menos imprevistos, que nunca se
pueden descartar, y que sean muy difíciles de corregir en el futuro. Muy
atentos a lo que pase mañana en ambos frentes. Confiemos en que impere la
cordura y sensatez en todos ellos y que, al menos, contengamos los daños
existentes, que ya son demasiados.
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