martes, febrero 10, 2015

Europa, con dos frentes abiertos, se la juega

Me parece asombroso, o fruto de una decisión que tiene mucho de sarcástica, el que mañana sea el día en el que tengan lugar dos de las reuniones más importantes, que pueden llegar a ser decisivas, para tratar de solucionar los dos problemas más graves que tiene ahora mismo Europa sobre la mesa, que son la crisis griega y la ucraniana. El Eurogrupo será el foro en el que el ministro griego de economía, el ya archifamoso Varoufakis, se enfrente al resto de socios del euro, y Minsk, capital de Bielorrusia, la sede del encuentro entre Rusia, Ucrania y las potencias europeas.

Las dos crisis son muy distintas, de origen y consecuencias diferentes, pero ambas ocurren en nuestro territorio, en nuestro ámbito de decisión, y son por ello una prueba de fuego para la capacidad de Europa para, en el caso griego, autogestionarse, y en lo que hace a Ucrania, defenderse. Y a partir de ahí involucran a gran parte del mundo, que desde hace ya algún tiempo vuelve a ver a Europa más como una fuente de conflictos y problemas que como un continente referencial, como una idea de éxito. La crisis económica, enquistada entre nosotros debido entre otros factores a la arquitectura con la que se ha diseñado la Unión y el Euro, ha mostrado las debilidades de ambos conceptos. Las naciones de la UE, en este momento de crisis, se vuelven hacia sí mismas, haciendo resurgir en ellas demonios de un pasado que se creía olvidado, exaltando nacionalismos identitarios o populismos demagógicos que sólo conducen al desastre, todo ello aliñado con la típica lista de agravios entre nacionalidades, con una proliferación de insultos despectivos hacia los alemanes, griegos, daneses, españoles, etc que sólo contribuye a enrarecer aún más las cosas. En este ambiente de debilidad interna, la guerra de Ucrania, que se produce en el este del continente, en el corazón de Europa, desgarra familias, pueblos y vidas. Destruye bienes y siembra de cizaña separatista a poblaciones rusófonas y ucranianas que, durante décadas, han convivido sin enfrentamiento alguno. Cada día decenas de ellos mueren en manos de otros con los que hasta hace poco se hablaban, y como sucedió en la extinta Yugoslavia, y en las guerras de los Balcanes de los noventa, se están generando unas heridas que, si cicatrizan, lo harán tras muchos muchos años. En este conflicto la implicación europea ha ido de más a menos, desde la ilusión cooperadora con Kiev a medida que se desplomaba el régimen proruso y triunfaba la revolución del Maidan hasta el recelo y el miedo que recorre buena parte de Europa cada vez que la sospecha de que Rusia se está involucrando en la guerra se convierte, día a día, en una realidad palpable. Hubo un intento de reacción internacional tras el derribo, al inicio del verano pasado, del avión de Malaysia Airlines por parte de los separatistas prorusos, que dejo centenares de muertos esparcidos a las afueras de Donetsk, muchos de ellos holandeses, pero de las palabras iniciales de condena se pasó al silencio a medida que la posición rusa se mostraba inflexible. En ambos conflictos el papel de terceros los internacionaliza del todo. En el caso griego son las instituciones financieras, sobre todo el FMI, las que sirven de altavoz global y, hasta cierto punto, correa de transmisión de mensaje e inestabilidad. En la guerra ucraniana, el papel de EEUU, en segundo plano, y sus relaciones con Rusia, son la piedra angular que puede permitir desatascar este conflicto o enquistarlo, llevándolo incluso a un punto en el que la guerra que ahora se localiza en el este del país se extienda mucho más allá, y con ella se caliente demasiado lo que empieza a conocerse como una nueva guerra fría.

Ante estos dos frentes, la UE se juega gran parte de su futuro y prestigio. No siendo un país, sino una asociación de ellos, las tensiones externas e internas que pueden fortalecer los acuerdos también los pueden tensar hasta extremos peligrosos. Confío en que en ambos casos se lleguen a acuerdos que, al menos, impidan que los problemas sigan creciendo, sería la solución más racional, pero a medida que pasa el tiempo y la presión crece, lo hace el riesgo de accidentes más o menos imprevistos, que nunca se pueden descartar, y que sean muy difíciles de corregir en el futuro. Muy atentos a lo que pase mañana en ambos frentes. Confiemos en que impere la cordura y sensatez en todos ellos y que, al menos, contengamos los daños existentes, que ya son demasiados.

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