El Sábado por la tarde noche, mientras
el islamismo fanático convertía la apacible Copenhague en el escenario de su última
fechoría criminal, gran parte de medio mundo celebraba con la otra parte el
día de San Valentín. El centro de Madrid, en sus calles comerciales, estaba
atestado de gente haciendo compras, mirando, paseando, en un entorno decorado
de roza, con globos, banderolas y muchos alicientes de todo tipo para consumir.
Buscaban los tenderos lanzar sus flechas a la cartera de los consumidores y,
quizás de paso, llenarles de amor con sus productos. Desde luego parecía que lo
habían logrado, a juzgar por el gentío.
Ya de noche, en la calle
Fuencarral, donde se encuentran un montón de tiendas de ropa moderna, algunas
similares a discotecas de diseño, que para mi son tan exóticas en su contenido
y exposición como una exposición de lepidópteros, me encontré con una escena
curiosa. La revista HOLA había plantado en una placita de la zona un pequeño
escenario color rojo intenso con una gran pantalla LED en la que se mostraban
muchos corazones pequeñitos adoptando la forma de uno grande. Junto a la proyección
se extendía un decorado color rojo igualmente contra el que las parejas que lo
deseasen podían ser fotografiadas por un técnico que allí estaba, y entonces esa
imagen era proyectada unos segundos en la gran pantalla, llenando todos los corazones
y pudiendo ser vista por todos, y con el sello del infinito y arrebatador Glamour
que aporta HOLA a todo lo que hace. Había cola para subirse al escenario, y
unos cuantos curiosos que observaban aquello entre sorpresa y risas. Las parejas
que subían lo hacían alegres y tomándoselo a cachondeo, y luego trataban de
posar para la cámara, a veces de manera jovial, otras seria, otras imitando el
tedio y abulia con el que se pasean ante los focos las modelos de pasarela
(pura imagen de fealdad, si me permiten el comentario) y se quedaban
arrebatados al verse reflejados en esa gran pantalla. No se si luego tenían la
posibilidad de obtener el archivo de la foto, si se ha guardado en alguna web o
si la imagen se perdía para siempre en la tarjeta de memoria de la cámara, pero
desde luego fotos se estaban haciendo, y unas cuantas. En la era del dominio
del selfie, de la pose, del postureo, del tratar de salir siempre en la foto,
en todo momento y lugar, con la mejor de las sonrisas posibles, ese escenario
de Fuencarral era un altar, y los que allí subían eran los fieles a la religión
del posado. Vaya uno a la zona turística que sea, empieza a ser habitual ver que
las personas no fotografían los monumentos o paisajes, sino que se fotografían
a ellos con esos monumentos y paisajes de fondo. La idea ha dejado de ser “estar
en” pasando al “yo en”. Antes era habitual que unos se hicieran las fotos a
otros o que se pidiera a alguien que pasaba por ahí que te la hiciese, lo cual
podía dar lugar a un encuentro interesante, y quién sabe si a algo más. Ahora
no. La tecnología permite autofotografiarse de una manera compulsiva, infinita,
desde todos los ángulos posibles y con todas las tomas del mundo. Uno sólo, incluso
con un buen palo, de la manera más onanística posible, puede darse el gusto de
verse de las maneras más insospechadas posibles sin requerir ayuda alguna. Y así
los recuerdos y tomas de las vacaciones o de cualquier otro momento se
convierten en una sucesión de infinitos rostros sonrientes, siempre llenos de
dicha, que permiten atisbar, a veces no, lo que se encuentra detrás, porque lo
importante no es el fondo, sino la cara que dice “yo estuve allí”.
En este sentido, la idea de HOLA
es muy buena, porque no hay mejor noche que la de San Valentín para explotar a
ese pequeño dictador omnipresente que se esconde en nosotros, y hacerlo
aparecer con la pareja de turno. Y si se tienta a ambos con darles la imagen de
estilo que adorna a los famosos (falsa como ella sola) mejor que mejor, éxito
asegurado y campaña publicitaria coronada por el triunfo. En el fondo qué bien
nos conocen las marcas, como saben captarnos, lograr que nos sintamos atraídos
por su “encantos” y que, ahora más que nunca, les cedamos nuestra imagen cuando
posamos para ellas, pensando que es para nosotros mismos.
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