lunes, febrero 16, 2015

Adictos a las fotos

El Sábado por la tarde noche, mientras el islamismo fanático convertía la apacible Copenhague en el escenario de su última fechoría criminal, gran parte de medio mundo celebraba con la otra parte el día de San Valentín. El centro de Madrid, en sus calles comerciales, estaba atestado de gente haciendo compras, mirando, paseando, en un entorno decorado de roza, con globos, banderolas y muchos alicientes de todo tipo para consumir. Buscaban los tenderos lanzar sus flechas a la cartera de los consumidores y, quizás de paso, llenarles de amor con sus productos. Desde luego parecía que lo habían logrado, a juzgar por el gentío.

Ya de noche, en la calle Fuencarral, donde se encuentran un montón de tiendas de ropa moderna, algunas similares a discotecas de diseño, que para mi son tan exóticas en su contenido y exposición como una exposición de lepidópteros, me encontré con una escena curiosa. La revista HOLA había plantado en una placita de la zona un pequeño escenario color rojo intenso con una gran pantalla LED en la que se mostraban muchos corazones pequeñitos adoptando la forma de uno grande. Junto a la proyección se extendía un decorado color rojo igualmente contra el que las parejas que lo deseasen podían ser fotografiadas por un técnico que allí estaba, y entonces esa imagen era proyectada unos segundos en la gran pantalla, llenando todos los corazones y pudiendo ser vista por todos, y con el sello del infinito y arrebatador Glamour que aporta HOLA a todo lo que hace. Había cola para subirse al escenario, y unos cuantos curiosos que observaban aquello entre sorpresa y risas. Las parejas que subían lo hacían alegres y tomándoselo a cachondeo, y luego trataban de posar para la cámara, a veces de manera jovial, otras seria, otras imitando el tedio y abulia con el que se pasean ante los focos las modelos de pasarela (pura imagen de fealdad, si me permiten el comentario) y se quedaban arrebatados al verse reflejados en esa gran pantalla. No se si luego tenían la posibilidad de obtener el archivo de la foto, si se ha guardado en alguna web o si la imagen se perdía para siempre en la tarjeta de memoria de la cámara, pero desde luego fotos se estaban haciendo, y unas cuantas. En la era del dominio del selfie, de la pose, del postureo, del tratar de salir siempre en la foto, en todo momento y lugar, con la mejor de las sonrisas posibles, ese escenario de Fuencarral era un altar, y los que allí subían eran los fieles a la religión del posado. Vaya uno a la zona turística que sea, empieza a ser habitual ver que las personas no fotografían los monumentos o paisajes, sino que se fotografían a ellos con esos monumentos y paisajes de fondo. La idea ha dejado de ser “estar en” pasando al “yo en”. Antes era habitual que unos se hicieran las fotos a otros o que se pidiera a alguien que pasaba por ahí que te la hiciese, lo cual podía dar lugar a un encuentro interesante, y quién sabe si a algo más. Ahora no. La tecnología permite autofotografiarse de una manera compulsiva, infinita, desde todos los ángulos posibles y con todas las tomas del mundo. Uno sólo, incluso con un buen palo, de la manera más onanística posible, puede darse el gusto de verse de las maneras más insospechadas posibles sin requerir ayuda alguna. Y así los recuerdos y tomas de las vacaciones o de cualquier otro momento se convierten en una sucesión de infinitos rostros sonrientes, siempre llenos de dicha, que permiten atisbar, a veces no, lo que se encuentra detrás, porque lo importante no es el fondo, sino la cara que dice “yo estuve allí”.


En este sentido, la idea de HOLA es muy buena, porque no hay mejor noche que la de San Valentín para explotar a ese pequeño dictador omnipresente que se esconde en nosotros, y hacerlo aparecer con la pareja de turno. Y si se tienta a ambos con darles la imagen de estilo que adorna a los famosos (falsa como ella sola) mejor que mejor, éxito asegurado y campaña publicitaria coronada por el triunfo. En el fondo qué bien nos conocen las marcas, como saben captarnos, lograr que nos sintamos atraídos por su “encantos” y que, ahora más que nunca, les cedamos nuestra imagen cuando posamos para ellas, pensando que es para nosotros mismos.

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