Seguro que al ver el título del artículo
de hoy los pocos lectores potenciales que por este blog se pasen saldrán
disparados hacia cualquier otro sitio. Esto ya sería, en sí mismo, un indicador
del sentimiento del estado de una nación doliente, la nuestra, que se lame sus
heridas y que trata de buscar una salida a los largos años de la postración. Como
todavía no hemos asimilado que la culpa de lo sucedido nos corresponde a todos,
volcamos nuestra frustración en los políticos, que también son culpables, por
su puestos, pero ni de todo ni sólo ellos. En este sentido el debate de ayer no
contribuyó a arreglar nada y supuso otro ejercicio de “culpismo” arrojadizo.
Fue el primer cara a cara en este
tipo de debates entre Rajoy y Sánchez, y como ya señaló un fino periodista el
Lunes, probablemente el último, dado que tras las elecciones uno de los dos es
muy probable que pierda su puesto y ya no esté ahí. Para los aficionados a
estos debates la presencia de un nuevo contrincante, en un día de doble estreno
(el propio Sánchez y Alberto Garzón por IU) otorgaba a la cita un morbo
especial. El nuevo, débil ante las fuerzas de su partido, con la losa de la
desastrosa gestión económica del PSOE durante el pasado mandato, y sin tener un
argumentario de propuestas definido ni conocido, realizó un discurso que, a mi
modo de ver, fue peor pero más efectivo de lo previsto. Me explico. No tenía un
hilo argumental definido, iba saltando de tema en tema sin que un nexo común
engarzara su exposición, carecía de fuerza dialéctica y oratoria expresiva,
pero logró reflejar parte de la ira social y, sobre todo, sacó a Rajoy de sus
casillas, cosa que hasta ahora sólo había logrado Rosa Díez. Tras el debate de
ayer Sánchez es, ante los suyos, más líder, y dado el revuelo que tiene dentro
y su necesidad imperiosa de sostenerse al menos en lo que queda de año
electoral, puede dar el resultado del debate como positivo. Rajoy hizo de Rajoy
excepto cuando le faltaron las formas, cosa poco habitual, pero que ayer se
produjo. Amparado por unos datos económicos que no son muy buenos, pero que viniendo
de donde venimos saben a gloria, su discurso principal y réplicas fueron
similares a la lectura de un estado de situación de una empresa por parte de un
CEO que no tiene engarce alguno con los empleados a los que habla. Es esa falta
de empatía, que el propio Rajoy considera como una virtud, el principal de sus
defectos de cara a poder conectar con una ciudadanía que no le ve creíble en su
discurso ni promesas. Tirando de chequera, dio por inaugurada la campaña
electoral con un desglose de promesas y ayudas que bien pudieron aprobarse hace
tres años, pero que sólo pueden otorgar votos en estos meses. En la réplica a Sánchez
empezó mordaz y en su estilo, pero acabó perdiendo los papeles y ofreciendo una
increpación sobre el patetismo que no era precisamente alusiva a su conocimiento
de la música de Chaikovski. Valoradas en conjunto, ambas intervenciones convencieron
a los propios y les otorgaron una posición desde la que lanzarse al primer
envite electoral, el de Andalucía de dentro de cuatro semanas, en el que el
PSOE parte con ventaja y el PP espera poder minimizar los daños, en lo que será
el primer test serio, aunque no tan fidedigno como pudiera pensarse, de las dos
grandes citas de este año, las municipales y las generales.
Al debate de ayer algunos lo han
llamado “el de los ausentes” porque dos formaciones que están disparadas en las
encuestas, Podemos y Ciudadanos, no tienen representación en el Congreso, y no
pueden intervenir. Pero estuvieron presentes en forma de alusiones veladas,
puyazos y referencias. Todos saben que el Congreso que existe hoy va a ser muy
distinto a finales de año, aunque nadie sabe en qué proporciones ni pesos políticos.
Eso también es indicativo de que el estado de la nación ha cambiado en estos
años, y es muy probable que ni Rajoy ni Sánchez sean capaces ni de modular ese
cambio ni, veremos a ver, resistir su empuje. Por eso el debate de ayer, tan
valioso en sí mismo, para muchos de nada vale.
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