miércoles, febrero 25, 2015

Debate sobre el malestar nacional

Seguro que al ver el título del artículo de hoy los pocos lectores potenciales que por este blog se pasen saldrán disparados hacia cualquier otro sitio. Esto ya sería, en sí mismo, un indicador del sentimiento del estado de una nación doliente, la nuestra, que se lame sus heridas y que trata de buscar una salida a los largos años de la postración. Como todavía no hemos asimilado que la culpa de lo sucedido nos corresponde a todos, volcamos nuestra frustración en los políticos, que también son culpables, por su puestos, pero ni de todo ni sólo ellos. En este sentido el debate de ayer no contribuyó a arreglar nada y supuso otro ejercicio de “culpismo” arrojadizo.

Fue el primer cara a cara en este tipo de debates entre Rajoy y Sánchez, y como ya señaló un fino periodista el Lunes, probablemente el último, dado que tras las elecciones uno de los dos es muy probable que pierda su puesto y ya no esté ahí. Para los aficionados a estos debates la presencia de un nuevo contrincante, en un día de doble estreno (el propio Sánchez y Alberto Garzón por IU) otorgaba a la cita un morbo especial. El nuevo, débil ante las fuerzas de su partido, con la losa de la desastrosa gestión económica del PSOE durante el pasado mandato, y sin tener un argumentario de propuestas definido ni conocido, realizó un discurso que, a mi modo de ver, fue peor pero más efectivo de lo previsto. Me explico. No tenía un hilo argumental definido, iba saltando de tema en tema sin que un nexo común engarzara su exposición, carecía de fuerza dialéctica y oratoria expresiva, pero logró reflejar parte de la ira social y, sobre todo, sacó a Rajoy de sus casillas, cosa que hasta ahora sólo había logrado Rosa Díez. Tras el debate de ayer Sánchez es, ante los suyos, más líder, y dado el revuelo que tiene dentro y su necesidad imperiosa de sostenerse al menos en lo que queda de año electoral, puede dar el resultado del debate como positivo. Rajoy hizo de Rajoy excepto cuando le faltaron las formas, cosa poco habitual, pero que ayer se produjo. Amparado por unos datos económicos que no son muy buenos, pero que viniendo de donde venimos saben a gloria, su discurso principal y réplicas fueron similares a la lectura de un estado de situación de una empresa por parte de un CEO que no tiene engarce alguno con los empleados a los que habla. Es esa falta de empatía, que el propio Rajoy considera como una virtud, el principal de sus defectos de cara a poder conectar con una ciudadanía que no le ve creíble en su discurso ni promesas. Tirando de chequera, dio por inaugurada la campaña electoral con un desglose de promesas y ayudas que bien pudieron aprobarse hace tres años, pero que sólo pueden otorgar votos en estos meses. En la réplica a Sánchez empezó mordaz y en su estilo, pero acabó perdiendo los papeles y ofreciendo una increpación sobre el patetismo que no era precisamente alusiva a su conocimiento de la música de Chaikovski. Valoradas en conjunto, ambas intervenciones convencieron a los propios y les otorgaron una posición desde la que lanzarse al primer envite electoral, el de Andalucía de dentro de cuatro semanas, en el que el PSOE parte con ventaja y el PP espera poder minimizar los daños, en lo que será el primer test serio, aunque no tan fidedigno como pudiera pensarse, de las dos grandes citas de este año, las municipales y las generales.


Al debate de ayer algunos lo han llamado “el de los ausentes” porque dos formaciones que están disparadas en las encuestas, Podemos y Ciudadanos, no tienen representación en el Congreso, y no pueden intervenir. Pero estuvieron presentes en forma de alusiones veladas, puyazos y referencias. Todos saben que el Congreso que existe hoy va a ser muy distinto a finales de año, aunque nadie sabe en qué proporciones ni pesos políticos. Eso también es indicativo de que el estado de la nación ha cambiado en estos años, y es muy probable que ni Rajoy ni Sánchez sean capaces ni de modular ese cambio ni, veremos a ver, resistir su empuje. Por eso el debate de ayer, tan valioso en sí mismo, para muchos de nada vale.

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