Metidos de lleno en el inmenso
berenjenal griego, no prestamos atención a lo que sucede más allá de los
límites de la UE, y siguen pasando cosas que nos debieran importar. Una de
ellas, mucho. Tras
tres semanas de caídas, esta cuarta de desplome ha puesto en el foco a la bolsa
china, que acumula pérdidas de más del 30% en este corto periodo de tiempo.
Bajadas superiores a los cinco puntos porcentuales durante varios días,
suspensión de la cotización de algunos valores, sumidos en un desplome lleno de
pánico que les hace imposible cotizar… los inversores chinos viven en sus
carnes algo que todos hemos conocido por aquí. Bienvenidos al pinchazo de la
burbuja.
Quizás la anterior afirmación sea
un poco arriesgada, pero es lo que parece. Tras años, décadas de explosivo
crecimiento en el gigante asiático, que lo ha hecho aún más gigantesco, China
se enfrenta a un reto estructural muy serio, que debe afrontar con cuidado para
no cometer errores y poder seguir adelante. Durante estos años el patrón de
crecimiento chino se ha basado en bajos salarios, lo que le ha permitido ser la
fábrica del mundo, y tremendas inversiones, tanto públicas como privadas, que
le han permitido inaugurar obras faraónicas por todo el país, y en este caso el
adjetivo corre el riesgo de quedarse corto. Y todo ello, como no, desde el
dirigismo del dictatorial gobierno de Pekín. Ahora mismo las cosas han
cambiado. Los salarios chinos han empezado a crecer y la competencia de otros
países vecinos hace que parte de las fábricas abandonen su suelo rumbo a
destinos más baratos (sí, China está empezando a aprender el significado del
término deslocalización). Muchas de las infraestructuras construidas empiezan a
verse como redundantes o, desde luego, carentes del rendimiento económico que
se esperaba de ellas. Millones de viviendas levantadas a todo correr pueden
acabar convirtiéndose en bloques fantasmas, erigidos en medio de una nada que
nunca será habitada del todo. Y todo ello en un mar de deuda, pública y
privada, destinada a financiar esas inversiones y el abastecimiento ingente de materias
primas, tanto para “humanos” como para la economía, que han tirado de la economía
de medio mundo durante estos últimos años. El sistema financiero chino, intervenido
en parte, situado en la más absoluta sombra en otra, es una caja negra en la
que nadie sabe muy bien qué es lo que se esconde. De ahí que este derrumbe bursátil,
que muestra todas las características clásicas de los habidos en otras partes
del mundo, pueda ser la antesala (o no) de una caída en muchas de esas
entidades financieras que han vivido al margen del sistema, y de empresas no
financieras que, endeudadas hasta los ojos, han podido sobrevivir mientras el
disparo económico no tenía fin. Por eso, y porque toda burbuja sólo es
plenamente identificada una vez que nos ha estallado encima, hay que seguir muy
de cerca lo que pasa en el mercado de Shanghái, donde el interventor gobierno
chino está haciendo todo lo posible para que las cotizaciones se frenen, bien
inyectando liquidez o directamente suspendiendo cotizaciones. A ver de lo que es
capaz el partido único ante la fuerte marejada económica.
Se dice, y con razón, que China es otro mundo, tanto
por la inimaginable dimensión de su población como por su régimen político,
filosofía de vida y características culturales. Pero ahora, tras años de
expansión sin fin, se enfrenta a un reto tan complejo y peligroso como el que
vivió Japón tras el derrumbe de su burbuja o EEUU tras la crisis subprime. Cada
crisis en cada país y época es diferente, cierto, pero todas comparten
elementos comunes que sirven para identificarlas, y la historia demuestra que provocan
daños, de mayor o menor entidad en cada caso, pero persistentes y difíciles de
gestionar. No creo que China sea una excepción. Mucho
ojo con lo que allí pueda pasar, afectara a todo el mundo.
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