miércoles, julio 22, 2015

Tres periodistas desparecidos

Desde ayer por la tarde nuestra preocupación tiene nombre de tres periodistas, y vuelve a hacernos mirar al infierno de Siria. José Manuel López, Ángel Sastre y Antonio Pampliega llevan desde el 9 de julio sin dar señal alguna, y se sospecha que pueden estar retenidos en manos de algunos de los innumerables grupúsculos que actúan en la guerra siria. Es difícil incluso asegurar que esto sea así, dadas las casi imposibles comunicaciones que existen en la zona, pero es, sin duda, el escenario más probable. Estas noches, desde ayer de manera conocida, sus familias no habrán dormido tranquilas. A ellas debemos prestarles apoyo, entre otras cosas siendo discretos y confiando en el gobierno y demás autoridades.

Los tres periodistas eran “freelance”, un término anglosajón que esconde una vieja realidad que, ahora parece ser el pan nuestro de cada día en los medios de comunicación. Periodistas intrépidos, valientes y arrojados, que todos lo son para acudir a un escenario de pesadilla como el sirio, pero que carecen de todo lo material que uno pudiera imaginar, empezando por un contrato con el medio para el que trabajan. Esos periodistas acuden a las zonas en conflicto, o a su barrio cuando cae la lotería de Navidad, o la playa veraniega, a donde sea, y elaboran una crónica, un reportaje, una entrevista, una pieza informativa, que es vendida y comprada por agencias y medios, un día por unos, otro por otros. Y al día siguiente, a otro destino, en busca de información que poder vender, a quien quiera pagarla. Si esas condiciones pueden ser duras en nuestro entorno, imagínense en un escenario de guerra, donde muchos de ellos se compran los chalecos antibalas de su bolsillo, carecen de equipo de apoyo y sólo confían en que el PRESS que llevan impreso en la ropa en letras muy grandes actúe como un escudo ante los disparos. El tiempo de los corresponsales alojados en hoteles, en los que el periódico o la cadena pagaban estancia y alcohol, en cantidades industriales para poder olvidar muchas de las cosas que se veían a lo largo de la jornada de trabajo, hace tiempo que se acabaron. Ahora los hoteles se bombardean igualmente y, como no hay periodistas en ellos, no salen en las noticias. Para que usted y yo sepamos lo que sucede en Siria alguien tiene que ir a contarlo, y debe tener los medios necesarios para ello, y a ser posible que su preocupación sea la de relatar, no subsistir. El riesgo de que pueda pasar alguna desgracias en un territorio de guerra es obvio, lo sabe todo el mundo, y quienes más conscientes son de él son precisamente los periodistas que allí se embarcan, algunos de manera voluntaria, porque es el mundo que les apasiona, otros como mercenarios, porque saben que entre los escombros se esconde la noticia y la imagen de un futuro premio. Sea por la razón que sea, todos ellos realizan un trabajo difícil, muy peligroso, en condiciones penosas, en las que su vida vale lo mismo que la de las personas de los lugares a los que van (nada) y a sabiendas de que se la juegan por conseguir una o dos columnas en página impar en la sección de internacional, y a veces, ojalá, una pequeña columnita en portada, en medio de las banalidades de los políticos nacionales, que saturan las cabeceras y faldones con sus engaños, ensoñaciones y demás falacias. Ayer oí en algún medio que estos freelance cobran unos treinta y cinco euros por pieza facturada al periódico. Hagan ustedes las cuentas de cuánto supone eso al mes si, con suerte, puedes vender una noticia al día, y cuántas piezas hay que lograr colocar en el mercado de los medios para alcanzar el sueldo de usted o el mío. Y piense que no se ganan ese dinero sentados en una silla frente a un ordenador, o en un taller, o al otro lado de una barra del bar o vendiendo en una tienda. Piense en un escenario de escombros, sangre y lágrimas. Esa es su “oficina”.

En estos tiempos en los que muchos piensan que todo es gratis ya todo hay que tener derecho a acceder sin pagarlo, en épocas en las que los medios de comunicación ven como sus cuentas se hunden y, con ellas, su prestigio, los nombres de José Manuel, Ángel y Antonio nos vuelven a recordar que la información cuesta, que tiene un precio, que la labor del periodista es necesaria, debe ser respetada y retribuida, y que su ausencia nos llevaría a un mundo de sombras en el que no sabríamos que sucede ahí fuera. Quizás ese sea el sueño dorado de los que antes comentaba que llenan las portadas día tras día. No lo permitamos. En nuestra mano, y bolsillo, está impedirlo.

No hay comentarios: