Desde ayer por la tarde nuestra
preocupación tiene nombre de tres periodistas, y vuelve a hacernos mirar al
infierno de Siria. José
Manuel López, Ángel Sastre y Antonio Pampliega llevan desde el 9 de julio
sin dar señal alguna, y se sospecha que pueden estar retenidos en manos de
algunos de los innumerables grupúsculos que actúan en la guerra siria. Es difícil
incluso asegurar que esto sea así, dadas las casi imposibles comunicaciones que
existen en la zona, pero es, sin duda, el escenario más probable. Estas noches,
desde ayer de manera conocida, sus familias no habrán dormido tranquilas. A
ellas debemos prestarles apoyo, entre otras cosas siendo discretos y confiando
en el gobierno y demás autoridades.
Los tres periodistas eran “freelance”,
un término anglosajón que esconde una vieja realidad que, ahora parece ser el
pan nuestro de cada día en los medios de comunicación. Periodistas intrépidos,
valientes y arrojados, que todos lo son para acudir a un escenario de pesadilla
como el sirio, pero que carecen de todo lo material que uno pudiera imaginar,
empezando por un contrato con el medio para el que trabajan. Esos periodistas
acuden a las zonas en conflicto, o a su barrio cuando cae la lotería de
Navidad, o la playa veraniega, a donde sea, y elaboran una crónica, un
reportaje, una entrevista, una pieza informativa, que es vendida y comprada por
agencias y medios, un día por unos, otro por otros. Y al día siguiente, a otro
destino, en busca de información que poder vender, a quien quiera pagarla. Si
esas condiciones pueden ser duras en nuestro entorno, imagínense en un
escenario de guerra, donde muchos de ellos se compran los chalecos antibalas de
su bolsillo, carecen de equipo de apoyo y sólo confían en que el PRESS que
llevan impreso en la ropa en letras muy grandes actúe como un escudo ante los
disparos. El tiempo de los corresponsales alojados en hoteles, en los que el
periódico o la cadena pagaban estancia y alcohol, en cantidades industriales
para poder olvidar muchas de las cosas que se veían a lo largo de la jornada de
trabajo, hace tiempo que se acabaron. Ahora los hoteles se bombardean
igualmente y, como no hay periodistas en ellos, no salen en las noticias. Para que
usted y yo sepamos lo que sucede en Siria alguien tiene que ir a contarlo, y
debe tener los medios necesarios para ello, y a ser posible que su preocupación
sea la de relatar, no subsistir. El riesgo de que pueda pasar alguna desgracias
en un territorio de guerra es obvio, lo sabe todo el mundo, y quienes más
conscientes son de él son precisamente los periodistas que allí se embarcan,
algunos de manera voluntaria, porque es el mundo que les apasiona, otros como
mercenarios, porque saben que entre los escombros se esconde la noticia y la
imagen de un futuro premio. Sea por la razón que sea, todos ellos realizan un
trabajo difícil, muy peligroso, en condiciones penosas, en las que su vida vale
lo mismo que la de las personas de los lugares a los que van (nada) y a
sabiendas de que se la juegan por conseguir una o dos columnas en página impar
en la sección de internacional, y a veces, ojalá, una pequeña columnita en
portada, en medio de las banalidades de los políticos nacionales, que saturan las
cabeceras y faldones con sus engaños, ensoñaciones y demás falacias. Ayer oí en
algún medio que estos freelance cobran unos treinta y cinco euros por pieza
facturada al periódico. Hagan ustedes las cuentas de cuánto supone eso al mes
si, con suerte, puedes vender una noticia al día, y cuántas piezas hay que lograr
colocar en el mercado de los medios para alcanzar el sueldo de usted o el mío.
Y piense que no se ganan ese dinero sentados en una silla frente a un
ordenador, o en un taller, o al otro lado de una barra del bar o vendiendo en
una tienda. Piense en un escenario de escombros, sangre y lágrimas. Esa es su “oficina”.
En estos tiempos en los que muchos piensan que
todo es gratis ya todo hay que tener derecho a acceder sin pagarlo, en épocas
en las que los medios de comunicación ven como sus cuentas se hunden y, con
ellas, su prestigio, los nombres de José Manuel, Ángel y Antonio nos vuelven a
recordar que la información cuesta, que tiene un precio, que la labor del
periodista es necesaria, debe ser respetada y retribuida, y que su ausencia nos
llevaría a un mundo de sombras en el que no sabríamos que sucede ahí fuera.
Quizás ese sea el sueño dorado de los que antes comentaba que llenan las
portadas día tras día. No lo permitamos. En nuestra mano, y bolsillo, está
impedirlo.
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