lunes, julio 13, 2015

Grecia claudica, la UE pierde

La interminable crisis griega ha vivido este fin de semana otro apasionante capítulo en el que, como en las mejores tramas, la realidad ha dado un nuevo giro y nada de lo que se suponía ha pasado. Se esperaba, tras la nueva propuesta griega, salida tras el referéndum del No, que los socios comunitarios acabaran aceptándola, dado que ya era de por sí más complaciente con los acreedores que lo que supuestamente rechazaron los griegos en las urnas. Venía a ser un “no pero sí” extraño y sin mucho sentido. El viernes por la tarde parecía que las cosas iban a discurrir, sino tranquilamente, al menos sin demasiados sobresaltos.

Pues no, mira por donde, no ha sido así. La reunión del Eurogrupo del sábado, que empezó de manera cordial, se fue torciendo poco a poco a medida que las exigencias de los acreedores iban subiendo de tono. La posición dura estaba encabezada por Alemania, Finlandia, Holanda y varias repúblicas bálticas y del este. Las tres primeras naciones, grandes contribuyentes a los rescates, el resto, pequeñas pero que han sufrido en sus carnes duros procesos de ajuste. Los blandos, por así llamarlos, liderados por Francia, Italia y la propia Comisión Europea. España, como siempre en estos casos, no pinta nada, no tiene postura conocida, y acaba sumándose al acuerdo que haya, sea el que sea. La sensación general a medida que se ponía el sol en Bruselas era de que muchos países estaban hartos de Grecia, de sus incumplimientos, de sus promesas maravillosas nunca llevadas a la práctica, de sus planes que tan bonitos quedan sobre el papel y que nada acaban siendo, y de todo el mareo que han supuesto estas semanas de debates, rupturas y referéndum. Con la situación de los bancos helenos al borde del colapso, el corralito implantado sin fecha de fin y el control de capitales con el exterior en vías de convertirse en permanente, la economía griega se hunde, y la posición de debilidad del gobierno de Tsipras es total. “Esta es la nuestra” debieron pensar los acreedores, y presentaron una propuesta dura, muy dura, mucho más que la que hizo levantarse a Tsipras de las negociaciones hace un par de semanas y que fue rechazada por el voto popular. La falta de confianza de los socios con Grecia había llevado a exigirle unas garantías e imponerle unas condiciones draconianas. Nada de reestructuración de la deuda, nada de concesiones y nada de tiempo. El catálogo de medidas de reforma que tenía el gobierno de Atenas sobre la mesa, y que debía poner en marcha en apenas unos días, era una enmienda a la totalidad del programa de gobierno con el que Syriza llegó a las elecciones. Asumirlo implicaría la renuncia a su, por otra parte excéntrico, ideario, y una situación en la que el gobierno, deslegitimado, debiera escoger entre llevar a cabo esas medidas o renunciar. Para más inri, y a propuesta de Alemania, se ofrecía a Grecia la opción de reestructurar su deuda, sí, pero en el caso de que saliera temporalmente del euro durante cinco años. Asombroso. Era un “o lo tomas o te vas” muy literal, y que acabó por enturbiar la reunión del Eurogrupo, alargarla hasta la noche del Sábado y volver a convocarla, para no llegar a un acuerdo, la mañana del domingo.

Ayer por la tarde, en la reunión de jefes de estado de los países del euro, la situación era la misma. Tsipras, acorralado, asaeteado por el resto de países, que ven en él a un personaje nada fiable, tenía sobre la mesa ese cerrado y duro paquete de condiciones que, aunque finalmente se suavicen algo en un acuerdo final, suponen la rendición absoluta de su gobierno y figura. En el juego de los faroles la UE mostró a Grecia hasta qué punto se puede castigar al que juega sin cartas y marea la perdiz. Pase lo que pase, ayer fue un mal día para el conjunto de Europa, un nuevo enfrentamiento entre las naciones que lo conforman, y la sensación de que la crisis griega ya ha destruido algo en el seno de la UE que costará volver a arreglar.

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