Reconozco que resulta impropio, o
cuanto menos chocante, que tras admitir ayer que me equivoqué con el
diagnóstico del combate Grecia UE ahora enmiende la plana a expertos que me dan
miles de vueltas en todos los aspectos posibles, y que están galardonados con
el Nobel, como es el caso de Paul Krugman y Joseph Stiglitz, pero la economía
no es exactamente una ciencia, sino un mixto entre ese tipo de conocimiento y
el mundo social, cultural y emocional, por lo que las opiniones, siempre que
estén basadas en argumentos consistentes, pueden ser contradichas entre
expertos, quizás porque verdad, lo que se dice verdad, en este mundo hay más
bien poca.
Opina
Krugman que la alternativa de Grecia es salirse de la eurozona, y que para ello
debe votar que NO en el referéndum convocado para el próximo domingo 5.
Tsipras debe mantenerse firme en sus convicciones y preparar a su país para una
salida que, si bien al principio puede ser dolorosa, acabará dándole un rédito
a la economía griega y una salida al marasmo en el que se encuentra sumida. La
postura de estos expertos tiene su lógica, y no se la voy a discutir, pero no
tiene en cuenta algunos factores importantes, decisivos a mi entender. Habla
Krugman en su artículo del “caos financiero” que se originaría en caso de
salida del euro, y me da la impresión de que el término caos sería un bonito
eufemismo para definir el desastre que eso implicaría. No sólo por el hecho de
que la conversión de euros a nuevos dracmas de las cuentas implicaría,
automáticamente, la ruina absoluta para los ahorradores y empresas helenas, no
sólo porque la deuda griega, desde ese momento, sería absolutamente impagable
(implicaría de facto una quita del 100% dado lo que se devaluaría la nueva
moneda respecto a unas deudas escrituradas en inalcanzables euros) y no solo porque
eso aislaría por completo a Grecia de su zona económica natural, convirtiéndola
en un paria, y empujando a la población a la huida a través del Adriático a
Italia o a saber qué, y no sólo porque el marasmo político del país arruinado
pudiera degenerar en conatos de violencia y desestabilización, como ya se vio
en Argentina en 2001. No sólo por eso, no. La caída de Grecia supondría un
golpe a la línea de flotación del euro en sí mismo, destruiría el mito de la
irreversibilidad y pondría en riesgo el proyecto europeo, que recordemos dista
mucho de llegar a ser unos Estados Unidos de Europa, pese a que sería lo
deseable. Comparto algunas de las críticas de Krugman y otros economistas
respecto al error inicial de diseño del euro, que ahora se ve hasta qué punto
fue inmenso, pero el problema en el que nos encontramos, tal y como lo veo, es
que si el euro se va a la porra o sufre un desastre que lo convierte en un
problema, la posibilidad de seguir construyendo Europa cae muchísimo. De hecho
soy de la opinión de que el euro, en su momento, fue diseñado como una especie
de catalizador que sirviera para acelerar el proceso integrador, para forzar a
los estados a ceder competencias económicas en ámbitos como la fiscalidad y el
gasto para así dotar de consistencia al poder comunitario y hacerlo relevante.
Visto desde Washington, capital de un imperio económico, nación integrada en
torno al dólar, el marasmo europeo puede parecer infantiloide y carente de
sentido, pero no está de más recordar que la verdadera integración económica de
EEUU se produjo tras la guerra civil, en la que las banderas confederadas, últimamente
tan famosas por la desgracia de Carolina del Sur, eran enarboladas por economías
proteccionistas, improductivas, rentables gracias al nulo coste de la mano de
obra que suponía el esclavismo, frente a la bandera yanqui del norte, la
triunfante, que representaba el libre comercio y la apertura de fronteras al
exterior. De esa guerra surgió una nación unificada en torno a una moneda y
finanzas comunes.
Europa, experta en guerras a lo largo de toda su
historia, trata de dar a luz una unión económica de una manera como nunca antes
se ha intentado, y es inevitable que surjan dolores de parto y sufrimiento. El
problema griego es muy complejo, difícil de abordar, y requiere imaginación y
paciencia, pero cualquier acuerdo, por muy malo que sea, es mejor que el
abandono de la eurozona por parte de Atenas, sobre todo para los griegos, pero
también para el resto de Europa y el mundo. Su Krugman está tan confiado en el
No, que vaya a la plaza Sintagma, que haca campaña por él y, por supuesto, se
endeude esta semana en deuda griega, que meta su dinero en ella, como muestra
de confianza. Y claro está, que no la venda en corto.
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