Haciendo un chiste muy malo,
puede decirse que los miembros del Eurogrupo han preferido seguir con Apple
antes que cambiarse a Guindos. Tras más de un año de campaña, vendiendo el
resultado de la votación de ayer como si fuera un hecho cierto, la
derrota de Guindos en la carrera por presidir el Eurogrupo, además de ser
una mala noticia para España en su conjunto, es una nueva muestra de hasta qué
punto el gobierno de Rajoy vive, como otros tantos gobiernos, en una realidad
paralela, en la que confunde ilusiones con certezas, gigantes con molinos y se
estrella una y otra vez contra sus aspas. Así no se va a ningún lado.
No quiero fijarme tanto en las
implicaciones políticas de este fracaso, que las hay, sino en el hecho
fundamental de suponer que algo sucederá. Rajoy cometió un enorme error al dar
por sentado que, algo que no depende de él, pasaría. Ya suele ser difícil que
lo que depende en exclusiva de nosotros mismos lo logremos, bien porque no es
nuestro día o porque surjan imprevistos que lo alteren, pero en un juego en el
que controlamos una de las piezas, y ni si quiera la principal, afirmar como se
hacía desde Moncloa hace varios meses que ya se trabajaba con que, dando por
segura la elección de Guindos, habría que hacer cambios en algunas piezas del
gobierno resulta ser, visto con perspectiva, ridículo. Rajoy ha hecho campaña
por su ministro, probablemente con el mismo estilo decimonónico con el que la
hace para los suyos en España, y que resulta tan poco efectiva allí y aquí, y
en una votación de diecinueve países en los que cada uno cuneta lo mismo de
nada sirve que Alemania nos apoye. Partíamos con un hándicap de cara a esta
elección, y es que pese a que nuestras cifras de crecimiento ahora son
lustrosas, nuestra macro sigue siendo desoladora. Debemos un 100% del PIB y
tenemos un 23% de desempleo, esas son nuestras credenciales básicas. ¿Qué
lecciones podemos dar al resto de Europa en esos aspectos? Básicamente que no
sigan nuestro ejemplo. En el transcurso de la crisis griega, donde se ha
polarizado y extremado el debate, no consta en ninguna parte que hayamos jugado
papel alguno. Somos público que aplaude y acepta el final de la obra, pero que
ni participa en el guion de la misma ni, mucho menos, en la representación. Es
evidente que no poseemos liderazgo comunitario, y que poco a poco nuestra
representación en Bruselas ha sido reducida a la nada. Contábamos con la
promesa de alcanzar el cargo de ayer, y el gobierno se las veía felices. Ahora,
tras la derrota, España dirige una subcomisaría, que es el cargo que ostenta
Arias Cañete, y muy poco más. Es cierto que estamos infrarepresentados, y habrá
que pensar mucho cómo y por qué hemos llegado a este punto tan bajo. Nunca
debimos dejar escapar la silla que teníamos en el BCE, que dejó González Páramo,
y perder ese hueco fue nuestra mayor derrota. Ahora toca lamerse las heridas,
fabricar excusas por parte del gobierno para justificar lo que no es sino una
derrota absoluta (es triste e infantil, pero se hará), celebrar la pérdida por
parte de la oposición política (es igualmente triste e infantil, pero se hará)
y, en otros ámbitos y puestos, seguir intentándolo hasta lograr alcanzar algo.
Y la moraleja, para el gobierno y
todos nosotros, es obvia. Humildad, humildad y siempre humildad. Cuando logres
el éxito, celébralo y da las gracias a los que te han ayudado, que seguro serán
muchos, pero nunca lo des por hecho hasta que lo tengas. Lo de “hasta el rabo
todo es toro” es una frase hecha que tiene mucho sentido y advierte de que el
peligro no desaparece hasta que desaparece. Tan sencillo como eso. Hoy en
Moncloa debieran hacérselo mirar, y los medios que han dado por hecha esta
victoria, ahora tendrán que reflexionar de hasta qué punto sus fiables fuentes
no son sino caños huecos. Ya lo decía el personaje interpretado por Rosa María Sarda
en “Belle Epoque”.. “comportaos, que estamos en el extranjero”.
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