miércoles, julio 08, 2015

La ola de calor no se acaba

Es verano, 8 de Julio, pese a que empieza a notarse que el día acorta por la mañana, aún es larguísimo. Nos acercamos a la canícula, ese periodo entre mediados de Julio y Agosto en el que, debido a la inercia térmica, se suelen situar los días más cálidos del año, pero en el tórrido año 2015, que ya nos ofreció un Mayo de calores saharianos muy extraños, la canícula parece que se ha instalado con nosotros desde hace mucho tiempo y no tiene intenciones de aflojar. En Madrid llevamos unas dos semanas bordeando o alcanzando los 40 grados, y muchas regiones quisieran que no se pasase de ese valor disparatado, dado lo que sufren a diario.

Este año está batiendo records de máximas en muchísimas partes, aunque también hay que señalar que en la costa cantábrica y mediterránea las temperaturas están siendo las normales, y que en zonas habitualmente muy cálidas como en Extremadura no se está produciendo el habitual disparo de calor. Lo hace, sí, pero no de manera extraordinario. En esta ocasión somos los de la zona centro, y el valle del Ebro y Guadalquivir los que nos llevamos la palma de las temperaturas. Madrid, en donde en verano hace calor, está siendo uno de los lugares más agobiantes de España, y claro, aquí se junta todo. No sólo el absolutista sol que no deja de golpear cada minuto del día, sino el ambiente urbano que contribuye a recalentarlo todo. Asfalto que amenaza con derretirse, coches a millones que no dejan de exhalar humos y calentarse en ruedas y chapas, edificios que acumulan calor en sus paredes y techos, y que cuanto se mete el sol lo sueltan poco a poco, para que la noche siga cociéndose a fuego lento, y miles, millones me atrevería a decir, de cajas de aire acondicionado, que hacen soportables muchas viviendas, pero que sueltan un continuo calor desde sus extractores a la calle, haciendo aumentar la sensación tórrida que impera por todos lados. Si uno pasea por ahí es imposible que no sea alcanzado por el ardiente chorro emitido por uno de esos extractores, que unido a la corriente natural de aire le hace a uno tener la sensación de haberse caído en el interior de un aparato secador de manos de esos que hay en los baños públicos. Cuando se pone el sol y llega la noche, el visitante de Madrid confía en que la temperatura se acompase a la luz, y se vaya amortiguando, pero no es así. Las noches de verano en el interior de la península pueden llegar a ser un lujo con su calidez y la oportunidad que ofrecen al ocio y disfrute de la oscuridad, pero se convierten en auténtica tortura a la hora de conciliar el sueño, de encontrar descanso o, simplemente, un momento en el que no sudar. Vecindarios que a eso de las 12 de la noche bullen de actividad como en plena hora punta, y en los que multitud de ventanas abiertas se asoman a la noche, como las boquillas de los peces cuando les sacan del agua, tratando de respirar un poco y conseguir un aliento que les permita seguir adelante. Noches de nula intimidad, en las que se oyen las televisiones, radios y demás equipamientos caseros, se ve como se cena con poca luz, tardíamente, y a veces en semidesnudez, donde se escuchan conversaciones, discusiones, llamadas telefónicas, sexo ocasional (de algunos valientes que le cogen el gustillo a lo de sudar juntos) y el ronroneo continuo de los aparatos de aire acondicionado, que se convierten en la banda sonora de la noche. A medida que la actividad de las casas disminuye ese rumor de aire artificial aumenta su presencia, y se hace el dueño absoluto de una noche en la que por desesperación, o puro agotamiento, las voces y actividades humanas se apagan.

Y al poco, tras una noche nada reparadora, en la que el sueño ha sido volátil y ligero, como el aire cálido que todo lo rodea, suena el despertador, y por las ventanas abiertas de casa se cuela una pequeña brisa que, a veintitantos grados, asemeja ser un refrescante soplo de aire puro. Y el sol amenaza al fondo con volver a dominar un nuevo día en el que la ciudad, recalentada, se expandirá, se dilatará toda ella, con sus habitantes incluidos, en la búsqueda de una sombra o respiro que le permita llegar a esa nueva noche en la que, como los sueños de ligue nocturno, la frustración será la nota dominante tras comprobar que, con la caída del sol, la temperatura sigue haciendo acrobáticos ejercicios en las alturas.

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