martes, marzo 08, 2016

Adiós a Nikolaus Harnoncourt

Allá por diciembre, a los 84 años de edad, el director de orquesta austriaco Nikolaus Harnoncourt anunció, mediante una nota manuscrita, su retirada de la dirección y del mundo de la música porque su salud ya no le permitía seguir trabajando. A muchos nos entristeció la noticia, sobre todo porque dada la pasión y absoluta entrega de Harnoncourt por su arte, su retirada quería decir que se veía no ya en el ocaso de su vida, sino en su final. Sólo se iría si ya no iba a vivir mucho. Tristemente así ha sido. Apenas tres meses después, este domingo, el director fallecía y dejaba un legado y un hueco de dimensiones apabullantes.

Quizás muchos no conozcan a Harnoncourt, su nombre les suene raro, y frente a otras celebridades del mundo orquestal, su rostro se les antoje anónimo. Su carrera, de más de medio siglo, le ha permitido dirigir orquestas de primer nivel en auditorios inmensos, pero no era esa su especialidad, ni mucho menos. Por lo que pasará a la historia el gran Nikolaus es por ser un revolucionario. Sí, sí, un revolucionario en el mundo de la música clásica, en el mundo de la música, me atrevería a decir. Allá por los años cincuenta Harnoncourt no estaba nada a gusto por cómo se interpretaban muchas obras, o por el hecho de que directamente muchas otras ni se tocaran. Las grandes orquestas, de cien o más intérpretes, dotadas de instrumentos modernos, pasaban de un repertorio a otro, de un estilo y época a otra completamente distinta y distante en el tiempo sin otra distinción que el título de la partitura que interpretaban. Y él fue el primero en darse cuenta de que eso no podía ser. Amaba a Bach, como tantos otros, pero sabía que las cantatas de Bach se habían compuesto para pequeños conjuntos de instrumentos raros, que era lo que disponía la capilla musical de Santo Tomas de Leipzig, con coros pequeños de adultos y niños, que cantaban sin que las mujeres lo pudieran hacer, porque la liturgia se lo prohibía. Rabioso por saber que lo que se estaba haciendo era incorrecto, e incomprendido por casi todos, creo una agrupación, el Concentus Mussicus de Viena, y en compañía de unos fieles, comenzó a grabar e interpretar piezas barrocas con los instrumentos, ritmos y sonidos que él creía que debían ser los originales. Se embarcó en la reconstrucción de instrumentos perdidos, como sacabuches, cornetas, violas de gamba y muchos otros, buceó en los archivos para encontrar las partituras originales de aquellas piezas y descubrir qué anotaciones tenían indicativas de tiempo y de forma de interpretación… en definitiva, recreó una manera de interpretar y abordar una música que, por decirlo de una manera suave, era caricaturizada en su época. Creo lo que se dio en llamar la corriente historicista, que trataba sobre todo de ser fiel al trabajo de los compositores de aquellas épocas, que habían conocido otras técnicas, métodos, instrumentos y formas de trabajo muy distintas y que, obviamente, les habían condicionado en su forma de crear música. Al principio Harnoncourt fue tomado por loco, ridiculizado por los grandes baluartes de la música, visto como un macarra que buscaba hacer ruido, pero poco a poco su trabajo, y la inmensa belleza de la música que iba creando, música que sonaba completamente nueva, como si nadie la hubiera oído nunca, fue convenciendo a crítica y público, que pasaron de la extrañeza a la curiosidad y luego a la admiración. Y sin descansar nunca, Harnoncourt seguía investigando, descubriendo y creando, y una legión de files empezó a seguir sus pasos. Y puede decirse que a partir de ahí la música clásica cambió para siempre.

Su muerte es la última de una serie de maestros que nacieron tras su estela. Christopher Hogwood, Gustav Leonhardt, y otros tantos, recientemente fallecidos fueron sus primeros seguidores. Hoy en día es normal ver que repertorios de épocas diferentes, como el barroco o romántico, son interpretados por agrupaciones tan distintas como los pequeños “ensembles” o las grandes orquestas sinfónicas. Y eso, que es lo que debe ser, es obra directa de ese maestro llamado Harnoncourt, que dirigía sin batuta, sólo con sus manos, que subido al atril se transformaba, gesticulaba y se dejaba poseer por la música con una entrega absoluta, y que ha muerto este pasado fin de semana. ¡Es tanto lo que debemos agradecer a su trabajo! Sirvan las palabras de Antonio Muñoz Molina como despedida.

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