martes, marzo 15, 2016

Cinco años de guerra en Siria

Si recuerdan, quizás ya no, hace algunos años hablamos mucho de las primaveras árabes, aquellas revueltas que comenzaron en un puesto de verduras en Túnez y convulsionaron toda la geografía árabe desde Túnez hasta Yemen, pasando por Egipto, Libia y otras muchas naciones. Pobreza, regímenes despóticos, ansias de libertad y necesidad de escapar de la triste y sometida vida de la mayoría de las poblaciones de estas naciones confluyeron, junto al uso de internet, para crear un movimiento de protesta que fue visto por occidente con recelo y optimismo. Años después, si exceptuamos a la valiente Túnez, el panorama de la zona es para llorar y no parar de hacerlo.

Hoy, hace cinco años, en Damasco, por aquel entonces una bulliciosa, turística y atractiva ciudad, una manifestación en contra del régimen de Bashar Al Asad, pidiendo libertades, un contagio de esa primavera que comentaba, fue duramente reprimida por la policía del régimen, causando algunos muertos y sirviendo, en su conjunto, de mecha para el inicio de unas hostilidades que no tardarían en convertirse en una de las guerras más sangrientas, infames, sucias y oscuras de las últimas décadas. Todos esos adjetivos son comunes a la mayor parte de las guerras, pero es en la soleada Siria donde adquieren todo su sentido. Es imposible saber lo que pasa en el terreno, en un mundo en el que la tecnología nos permite acceder, desde la palma de nuestra mano, a toda la información del mundo, porque los periodistas y demás profesionales de la comunicación han huido de un terreno en el que su vida vale menos que la de cualquier insecto. Asesinar o secuestrar periodistas (siguen retenidos varios españoles, mi recuerdo y apoyo a ellos y sus familiares) se ha convertido en algo muy habitual en Siria, y por ello los frentes y las batallas que allí se libran se conocen por ecos, por relatos de testigos que logran huir, pero sin que realmente sepamos nada a ciencia cierta. Es una guerra muy sucia, en la que todos luchan contra todos, en la que el régimen de Damasco recibe pocos apoyos internos y muchos internacionales, los opositores moderados, por llamarlos de una manera, no logran unificarse ni lograr un apoyo decidido de potencias extranjeras, y donde el islamismo, el mismo que al final trató de hacerse con el concepto de la primavera árabe, y casi lo consigue, campa a sus anchas, dividido en grandes facciones como Al Nusra, la versión local de Al Queda, o el maldito DAESH, que ha convertido a parte de Siria y de Irak en su territorio. Imaginar el tablero de guerra sirio es situarse en un terreno inhóspito, de ciudades aisladas en medio de la nada, unidas por corredores de comunicaciones, sobre las que tres, cuatro o cinco bandos se enfrentan mutuamente en una guerra de todos contra todos, donde el objetivo es matar y destruir a todo lo que se ponga por delante. Las estimaciones cifran en los trescientos mil el número de muertos, aunque es difícil precisarlo. El número de heridos es una cifra mágica, que puede llegar fácilmente al millón pero nadie es capaz de precisarla, y son muchos, muchos millones, los que han escapado del infierno en el que se convirtió su país, en un proceso que, con sus muchas diferencias, me recuerda a los sucedido en España en la guerra civil, otro enfrentamiento cruento y salvaje en el que el que podía huía y el que no trataba de sobrevivir por encima de cualquier otra cosa. De esos millones de refugiados sirios nada nos ha importado en estos años. Nada.

Algunos me dirán que esto último no es cierto, que llenan portadas y titulares informativos, y es verdad, pero lo hacen desde el momento en el que la marea migratoria de supervivientes logró acercarse a las fronteras de la UE, una vez que era imposible de contenerse en los países vecinos, convertidos en gran parte en improvisados y abandonados campos de refugiados donde millones de sirios se hacinan, se levantan cada día con el objetivo de que ese no sea el último de sus vidas, y nada esperan ya de un país en el que vivían, bien, mal o peor, pero que era suyo. Ahora Siria no existe como tal, y sigue siendo una quimera esperar un acuerdo de las conversaciones que se desarrollan en Ginebra. Desde hace cinco años Siria es el espejo que nos devuelve lo peor de nosotros mismos. La imagen del infierno que somos capaces de crear en la Tierra.

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