Abusamos del adjetivo histórico,
lo sometemos a una inflación desatada que lo devalúa hasta el extremo y muestra
lo corta que es nuestra mira y perspectiva. Sin embargo esta vez merece ser
empleado, porque
han transcurrido ochenta y ocho años, casi un siglo, desde la última vez que un
presidente de EEUU, el ya olvidado Calvin Coolidge, visitó Cuba, el gran
país vecino del Caribe. En aquel caso se trató además de un encuentro de grado
menor enmarcado en una visita de otro tipo. Ahora la visita tiene todo el rango
posible y, dada la coyuntura, relevancia. Sus posibles frutos, eso es otro
tema, están por ver.
Obama pasará a la historia de los
presidentes de los EEUU, al menos, por Cuba. Tras más de medio siglo de
política de bloqueo, que se ha mostrado muy acertada si lo que se pretendía era
que el régimen de los Castro se mantuviera, decidió el presidente
norteamericano hace caso a Einstein y, para obtener resultados distintos,
llevar a cabo políticas diferentes. Hace ya más de un año que, en un discurso
simultáneo, Obama y Raúl Castro anunciaron, de civil y de militar, cada uno
mostrando en su estética cual es la fuente de su poder, el surgimiento de un
nuevo tiempo en las relaciones entre ambos países. Tras meses de negociaciones
vimos como en 2015 se inauguraban embajadas en Washington y La Habana, y era
sabido que Obama visitaría la isla antes del fin de su mandato. Esa vista
empezó en la noche del Domingo, hora española, y acabará hoy, tras dos días de
estancia en la capital, con un encuentro con la disidencia. Ayer tuvo lugar la
reunión más esperada, entre Raúl Castro y el presidente, con rueda de prensa
incluida, que ofreció la posibilidad, inédita, a los periodistas allí presentes
de hacer preguntas a un Castro, y que un Castro dictador las contestase, bien
que a su manera. ¿Qué busca EEUU en su nueva política a Cuba? Lo mismo que
siempre y lo que deseamos todos, la caída del régimen de los Castro, la llegada
de la libertad a la isla y el desarrollo económico de la perla del Caribe, del
que los norteamericanos, obviamente, pretenden sacar tajada. La idea base es
que, tras décadas de bloqueo, nada ha cambiado en el interior del país. La
represión se mantiene, el régimen se ha convertido en una dictadura
hereditaria, de momento entre hermanos, y la pobreza en la que viven los
cubanos es ya de dimensiones siderales. La experiencia dicta que un desarrollo
económico suele ir acompañado de demandas de libertad, y por ello la táctica
que explora ahora Washington se basa en las zanahorias diplomáticas, que a su
vez permitan que la economía cubana pueda resurgir, y con ello la población, más
autónoma y libre, empiece poco a poco a rebelarse, en serio, contra la dictadura.
Quizás piensen los gerifaltes de Washington en un proceso similar a España, en
el que el desarrollismo debilitó las bases de la dictadura, y la muerte de
Franco dio paso a un proceso de transición en el que la sociedad tomó las
riendas de un país que, durante décadas, estuvo amordazado. Hay también
contraejemplos a esta teoría, quizás el más relevante sea China, donde el
crecimiento económico, de momento, no logra desbancar al Partido Comunista del
poder omnímodo, pero lo cierto es que hasta ahora, la política norteamericana
con Cuba sólo ha servido para fortalecer al régimen, vía la creación de un
maligno enemigo exterior contra el que volcar la ira popular. Está por ver si
la nueva estrategia funcionará y si tendrá continuidad, dados los cambios que
puede sufrir la política norteamericana y el peso del exilio cubano en el país.
En todo caso el proceso está en marcha y, como en la jardinería, habrá que
esperar a ver si da fruto o no.
Una nota obligada sobre el nulo papel de España
en este proceso. Asentadas las empresas turísticas nacionales en cuba desde hace
años, contando con una ventaja enorme respecto a sus futuras competidoras, y
con los amplios y fraternales lazos que unen a ambos países, resulta
descorazonador comprobar que la diplomacia y política española no ha pintado
nada, ni antes ni ahora, en este proceso de cambio que se vive en la isla. Podíamos
haber sido un mediador privilegiado, un interlocutor de confianza, pero no
hemos jugado ningún papel. No deja de ser triste y, también, revelador, tanto de
nuestra insignificancia como, sobre todo, el nulo interés que prestamos a estas
cuestiones. Vivir de espaldas al mundo exterior es un inmenso error en el que
no podemos seguir incurriendo.
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