Ayer por la tarde acudí pronto,
para coger algo de sitio, al concierto que se celebraba en una céntrica
iglesia, dentro del programa de música sacra de este año. La violinista Lina
Tur Bonet y Alchemica Lira ofrecían la primera parte de las sonatas del
Rosario, de Biber (hoy interpretan la segunda) en una velada que resultó
preciosa y muy instructiva. De mientras eso oía, el mundo ahí fuera se torcía,
de manera imprevista, con atentados en Ankara y Costa de Marfil, y de manera ya
predicha, tras el recuento de los votos en las elecciones de tres de los
estados federados alemanes, donde las encuestas predecían, y acertaron, el
ascenso de la extrema derecha.
Se
mire por donde se mire, el resultado electoral alemán es un absoluto desastre.
Estaban en juego tres estados, de nombres tan complejos como sonoros.
Sajonia-Anhalt, Baden-Wurtemberg y Renania-Palatinado, y en todos ellos el
partido extremista Alternativa por Alemania, AfD, ha alcanzado excelentes
resultados. Son doce millones de ciudadanos, sobre más o menos ochenta
millones, los afectados por estos comicios, por lo que la radiografía que
muestran es significativa del estado del país. Y esa radiografía indica miedo.
Miedo al extranjero, al extraño, al inmigrante, al que llega, al nuevo. Y
castigo, impulsado por ese miedo, a las formaciones gobernantes, a los partidos
clásicos, a los que, desde Berlín, dirigen a la nación. Los grandes derrotados
de esta noche han sido el SPD, los socialistas, que han sufrido un varapalo
tremendo, y la CDU, los conservadores de Ángela Merkel, que también ha perdido
muchísimo voto. Más allá de la curiosa victoria de los verdes en Baden-Wurtemberg,
el mensaje es claro. Los miles de inmigrantes que desean llegar a Alemania
huyendo de la penuria, de la guerra y de la muerte no deben hacerlo. Desde hace
meses el movimiento Pegida se manifiesta en numerosas ciudades alemanas
exhibiendo proclamas nacionalistas y de corte xenófobo, luchando contra las
políticas de integración que, desde el verano, han sido la bandera que ha
enarbolado Merkel sin disimulo. Sus movilizaciones despertaban el fantasma de
ese miedo al otro, al que podemos echarle las culpas de sus errores y, sobre
todo, los nuestros, y evocaban escenas de épocas pasadas, que se creían
olvidadas. Dado su mensaje, corto es el camino entre esas movilizaciones a la
violencia. Y así empezamos a ver en torno a la navidad las noticias sobre asaltos
a albergues de refugiados y el incendio de los mismos. Los sucesos de
Nochevieja en Colonia y otras ciudades, con violaciones en masa, achacadas en
un principio a bandas de inmigrantes, aunque luego se ha sabido que eran la
minoría entre los asaltantes, dispararon la tensión, fueron gasolina para
movimientos como Pegida, y llegamos a contemplar como hordas salvajes saltaban
de alegría ante albergues incendiados e impedían que los bomberos hicieran su
trabajo. AfD, lentamente pero sin descanso, ha ido capitalizando este brote
social de descontento, y en la primera oportunidad electoral que ha surgido
desde que estalló el tema de los refugiados ha logrado unos resultados
electorales que, extrapolados a nivel nacional, y a un año de las elecciones a
la cancillería, resultan espeluznantes. No han supuesto sorpresa alguna, porque
las encuestas, que apuntaban a registros extremistas menores, ya señalaban que
había un voto oculto ultra esperando. Pero han dejado helados a todos, como ese
viento frío que esta mañana barre Madrid.
¿Y ahora qué? Buena pregunta. Merkel se enfrenta
a un terrible dilema. Sabe que por humanidad y por intereses propios la llegada
de inmigrantes es una posible solución al problema demográfico al que se
enfrenta el país, y que esos miles de refugiados pueden ser los próximos
trabajadores y cotizantes alemanes. Pero también sabe que ese proceso será
lento, costoso y difícil de controlar por parte de los varios gobiernos que
tengan que hacerle frente. Y desde hoy sabe, aunque lo intuía, que le cuesta
votos. Otra vez un político debe enfrentarse a la elección entre lo que sabe
que debe hacer porque es su deber frente a lo que tiene que hacer para ganar
las elecciones. ¿Qué hará Ángela? Su futuro, y el de Europa, vuelve a estar en
su mano. Que acierte.
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