lunes, marzo 14, 2016

El mal se acerca al poder en Alemania

Ayer por la tarde acudí pronto, para coger algo de sitio, al concierto que se celebraba en una céntrica iglesia, dentro del programa de música sacra de este año. La violinista Lina Tur Bonet y Alchemica Lira ofrecían la primera parte de las sonatas del Rosario, de Biber (hoy interpretan la segunda) en una velada que resultó preciosa y muy instructiva. De mientras eso oía, el mundo ahí fuera se torcía, de manera imprevista, con atentados en Ankara y Costa de Marfil, y de manera ya predicha, tras el recuento de los votos en las elecciones de tres de los estados federados alemanes, donde las encuestas predecían, y acertaron, el ascenso de la extrema derecha.

Se mire por donde se mire, el resultado electoral alemán es un absoluto desastre. Estaban en juego tres estados, de nombres tan complejos como sonoros. Sajonia-Anhalt, Baden-Wurtemberg y Renania-Palatinado, y en todos ellos el partido extremista Alternativa por Alemania, AfD, ha alcanzado excelentes resultados. Son doce millones de ciudadanos, sobre más o menos ochenta millones, los afectados por estos comicios, por lo que la radiografía que muestran es significativa del estado del país. Y esa radiografía indica miedo. Miedo al extranjero, al extraño, al inmigrante, al que llega, al nuevo. Y castigo, impulsado por ese miedo, a las formaciones gobernantes, a los partidos clásicos, a los que, desde Berlín, dirigen a la nación. Los grandes derrotados de esta noche han sido el SPD, los socialistas, que han sufrido un varapalo tremendo, y la CDU, los conservadores de Ángela Merkel, que también ha perdido muchísimo voto. Más allá de la curiosa victoria de los verdes en Baden-Wurtemberg, el mensaje es claro. Los miles de inmigrantes que desean llegar a Alemania huyendo de la penuria, de la guerra y de la muerte no deben hacerlo. Desde hace meses el movimiento Pegida se manifiesta en numerosas ciudades alemanas exhibiendo proclamas nacionalistas y de corte xenófobo, luchando contra las políticas de integración que, desde el verano, han sido la bandera que ha enarbolado Merkel sin disimulo. Sus movilizaciones despertaban el fantasma de ese miedo al otro, al que podemos echarle las culpas de sus errores y, sobre todo, los nuestros, y evocaban escenas de épocas pasadas, que se creían olvidadas. Dado su mensaje, corto es el camino entre esas movilizaciones a la violencia. Y así empezamos a ver en torno a la navidad las noticias sobre asaltos a albergues de refugiados y el incendio de los mismos. Los sucesos de Nochevieja en Colonia y otras ciudades, con violaciones en masa, achacadas en un principio a bandas de inmigrantes, aunque luego se ha sabido que eran la minoría entre los asaltantes, dispararon la tensión, fueron gasolina para movimientos como Pegida, y llegamos a contemplar como hordas salvajes saltaban de alegría ante albergues incendiados e impedían que los bomberos hicieran su trabajo. AfD, lentamente pero sin descanso, ha ido capitalizando este brote social de descontento, y en la primera oportunidad electoral que ha surgido desde que estalló el tema de los refugiados ha logrado unos resultados electorales que, extrapolados a nivel nacional, y a un año de las elecciones a la cancillería, resultan espeluznantes. No han supuesto sorpresa alguna, porque las encuestas, que apuntaban a registros extremistas menores, ya señalaban que había un voto oculto ultra esperando. Pero han dejado helados a todos, como ese viento frío que esta mañana barre Madrid.

¿Y ahora qué? Buena pregunta. Merkel se enfrenta a un terrible dilema. Sabe que por humanidad y por intereses propios la llegada de inmigrantes es una posible solución al problema demográfico al que se enfrenta el país, y que esos miles de refugiados pueden ser los próximos trabajadores y cotizantes alemanes. Pero también sabe que ese proceso será lento, costoso y difícil de controlar por parte de los varios gobiernos que tengan que hacerle frente. Y desde hoy sabe, aunque lo intuía, que le cuesta votos. Otra vez un político debe enfrentarse a la elección entre lo que sabe que debe hacer porque es su deber frente a lo que tiene que hacer para ganar las elecciones. ¿Qué hará Ángela? Su futuro, y el de Europa, vuelve a estar en su mano. Que acierte.

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