miércoles, marzo 09, 2016

Europa se blinda ante los refugiados

Todavía se está discutiendo en las capitales europeas, pero no descarten que el acuerdo, infame, alcanzado la noche del lunes sobre la gestión de los refugiados, se convierta en un mínimo, sobre el que se añadan aún más clausulas, condiciones y restricciones. Como bien comentó un analista en la radio esa misma noche de lunes, en la práctica hemos contratado a Turquía como portero de discoteca, por un salario de 6.000 millones de euros anuales, a cambio de que no deje pasar a nadie por nuestras puertas impidiendo que lleguen a las mismas. De la suerte de los refugiados, de sus condiciones de vida y sus penurias, nada importa. Salvo que no vengan.

El acuerdo, que les repito, resulta infame a mi modo de ver, no hace sino reflejar un sentimiento que anida en amplias capas de la población europea, que ante un problema de una complejidad enorme y de largo alcance, opta por la negación. A los pocos a los que les importa este asunto es para expresar su rechazo, en medio de la indiferencia colectiva. Hay un grupo de gobiernos en ejercicio, especialmente en el este de Europa, que levantan fronteras y vetos, enarbolando la bandera del egoísmo patrio, bandera llena de miedos propios y prejuicios de todo tipo. En frente a ellos hay otros gobiernos, débiles, que ven como sus políticas de acogida están siendo aprovechadas, sobre todo, por grupos opositores que llevan las mismas y peligrosas banderas que portan los primeros gobiernos, y que por lo visto no están a falta de miles de simpatizantes que las puedan enarbolar. Movimientos como los que encabeza Le Pen en Francia o Pegida en Alemania suben como la espuma por cada refugiado que es acogido en estos países, en medio de la indiferencia de gran parte de la población. Esos gobiernos débiles ven que si mantienen una política de apertura, por mínima que sea, les va a costar muchos votos, porque nadie está dispuesto a votarles por esa medida. Y luego están los países frontera, con Grecia e Italia a la cabeza, y nosotros bastante menos (ahora) que tienen el problema en su territorio, que acogen a miles y miles de desplazados sin medios, apoyo, infraestructura ni estrategia, que recolectan cadáveres en unas aguas mediterráneas convertidas en cementerios, y que saben que inmigrante muerto es sinónimo de un problema menos. Que saben que para los ciudadanos, de sus naciones y de las del resto del continente, cada niño muerto estilo Aylan es un motivo para derramar una lágrima de pena y un alivio (sí, sí, un alivio) porque ya no hace falta hacer nada ni para socorrerlo ni para acogerlo. No nos engañemos. Esto es así. El inmigrante que no llega, bien porque muere o porque se le impide la llegada, es el único que no causa problemas, ni genera costes. Desolador, desde luego, pero real. En esta tragedia, horrenda, que mancha el nombre de Europa y, sobre todo, a los que en ella vivimos, se vuelve a cumplir esa idea que tan bien expuso hace tiempo Muñoz Molina de que las tragedias, los desastres humanitarios no pasan tanto por la voluntad de los sátrapas o violentos que los perpetran como por la indiferencia de la mayoría que, pudiendo impedirlos, no lo hacen. No actúan, se quedan quietos, parados, indiferentes. Miran hacia otro lado, se rasgan las vestiduras, escriben frases duras (como estas) y no hacen nada (como yo) y luego, años después. Las sociedades realizan actos públicos de contrición, levantan monumentos y escriben libros, para aliviar la culpa de un drama que, en su momento, pudieron impedir y que, colectivamente, no quisieron hacerlo.

En el colmo de la hipocresía local, sigue colgando de la fachada del ayuntamiento de Madrid una pancarta que, en inglés, reza REFUGEES WELCOME, un texto que tiene casi tantas letras como refugiados hemos acogido en España a lo largo de un año. En la encuesta del CIS de ayer los refugiados eran el primer problema para el 0% de la población, página 7 del pdf que aquí pueden descargar, y la intención de voto que pueda significar una política de acogida a los mismos puede aproximarse, sin mucho margen de error, a ese mismo valor. La nada. Por ello, lo pero que tiene el infame acuerdo del lunes es que nos retrata, que es acorde a lo que pensamos como sociedad. Que sería votado en masa por nosotros. Que sí nos representa

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