Sorprendió
a todos ayer el amigo Mario. Les comentaba en el artículo del jueves que se
esperaban palabras y medidas por su parte, pero no tantas. La decisión de
bajar los tipos al 0% es simbólica en lo monetario, dado que estaban en el ya ínfimo
nivel del 0,05%. Bajó a también la tasa de depósito en el BCE, que es lo que
paga a las entidades por dejar el dinero allí, del -0,3% al -0,4%. Este “menos”
por delante significa que les cobra a los bancos por el dinero que allí
depositan. Y avisó de que va a comprar más títulos en su plan de expansión QE,
durante más tiempo, y de entidades no sólo financieras. Draghi se desmelenó del
todo.
Sin embargo, si uno analiza con
cuidado lo que ayer hizo el BCE y el discurso que Draghi mantiene desde hace
meses, puede traducir las medidas de ayer no tanto como un grito de ánimo a la
economía como un grito de desesperación. Algo así como “yo ya no puedo hacer
nada más, os toca a vosotros!!!!” dirigido a los gobiernos y demás agentes económicos
de la eurozona. La bolsa reaccionó disparada al conocer las noticias, rozando
subidas del 4%, pero luego entendió ese mismo mensaje de desesperación y se
desinfló por completo, cerrando plano el Ibex y bajando más de un 2% el parqué
alemán. Los mercados conocen los datos que maneja Draghi, quizás un poco más
tarde de que sean vistos en la nueva torre de Frankfurt, pero saben que pintan
mal. Saben que la desaceleración global empieza a coger tintes de crisis, que
afectará más o menos, pero en todo caso, a las naciones de la eurozona, y que
para hacerle frente las políticas monetarias laxas pueden ser, quizás, condición
necesaria, pero es seguro que no suficiente. Desde 2012 Draghi está haciendo todo
lo posible para alentar el crecimiento en Europa, pero parece que lo único que
logra es comprar un valiosísimo tiempo que los agentes no utilizan para
reformar economías que necesitan ajustes y cambios estructurales muy serios
para ser competitivas. Las condiciones de financiación que otorga el BCE son
las mejores posibles para afrontar ese reto reformista, pero si no son
utilizadas, no valdrán de nada. Draghi empieza a desesperarse, y cada vez hay más
gente que así lo percibe. Sus llamadas de aviso caen en saco roto, y juega a un
juego muy peligroso de desconocidas consecuencias. Mientras se desaprovecha ese
tiempo que el compra, las distorsiones en los mercados financieros que provocan
sus medidas no dejan de crecer, y como pasa en medicina, todo tratamiento de
choque puede acabar provocando reacciones agresivas por parte de un cuerpo
enfermo. El arsenal con el que cuenta el BCE está casi liquidado, sólo le falta
ingresarnos directamente a los ciudadanos euros en nuestras cuentas corrientes
(no lo descarten al paso que vamos) pero la atonía de los precios se mantiene,
las ventas caen, las expectativas de crecimiento son bajísimas, el frenazo
chino se acentúa, y una posible recesión en EEUU que tantos analistas proclaman
se quedarían sin posibles respuestas por parte de una institución monetaria
que, sinceramente, ya hace mucho más de lo que puede y, para muchos, debe. Draghi
dispara con bazuca, sí, pero nadie avanza con él en la guerra contra la crisis.
En la Europa de hoy las disensiones políticas,
el populismo que amenaza con hacerse con gobiernos o, como poco, paralizarlos,
las tensiones derivadas de la gestión de los refugiados y la amenaza que
supone, entre otras cosas, al espacio Schengen (vital para el funcionamiento
del euro) el problema del Brexit y la parálisis de las instituciones
comunitarias, la sensación de que ante los problemas las naciones europeas
recurren a las vallas y a echar la culpa al vecino… Ninguno de estos problemas
puede solucionarlos Draghi, ni el BCE. Su varita mágica da hasta donde da, y el
hecho de que la invoquemos frecuentemente con esa expresión de cuento indica
hasta qué punto estamos ajenos a una realidad que nos sobrepasa. Draghi, desde
su torre, grita, pero por el miedo ante el peligro que detecta. Y está sólo.
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