Me pilló de viaje el discurso de
investidura de Pedro Sánchez, por lo que no pude oírlo en directo ni en su
totalidad. Mientras
el candidato socialista desgranaba propuestas y mensajes yo cruzaba en el
autobús una Castilla regada y, a ratos, encharcada. No da tregua la política,
pero sí el tiempo, que ha regado los campos que tanto lo necesitaban tras un
seco y caluroso invierno, marcado por los ríos agostados y los brotes verdes de
enero. Por seguir con el símil, en el levante se mantiene la sequía y el campo
reseco, y en el Congreso, con alta probabilidad, no veremos fruto de esta sesión
de investidura. No llega la lluvia a la política.
De lo dicho por Sánchez en su
sesión dos son las cosas que me parecen más relevantes, más allá de las
propuestas y mensajes, y en ambas admite algo que no le gusta. La primera es la
asunción de que no tiene los votos suficientes para ser investido. Es una
obviedad, pero no es menos cierto que admitirla pone en su sitio la sesión de
ayer y el conjunto de esta semana. Sánchez se presenta a un debate en el que,
salvo mayúscula sorpresa del viernes, no será elegido como presidente. Creo que
esto tiene más consecuencias en el plano interno del PSOE y personal suyo que en
cualquier otro ámbito. El discurso de ayer fue plúmbeo, poco motivador, muy leído,
recibido por sus propias huestes con un entusiasmo moderado, pero no es menos
cierto que en estas semanas Sánchez ha logrado acallar a la disidencia de su
partido y, probablemente, fortalecer su posición en la secretaría general más
allá de estos días, y de los que vengan en forma de congreso extraordinario. Ha
logrado visibilizar su alternativa ante los suyos de una manera contundente, y quizás
haya colocado una barrera lo suficientemente gruesa para que Susana Díaz y
otros barones no quieran, ahora, meterse en el jardín de desbancarle. Por ello,
el fracaso nacional de su investidura puede revestirse para él de un éxito en
su partido. Si no gano la presidencia del país, al menos que no me echen de la
de mi partido, puede que estuviera pensando ayer mientras “encandilaba” al
mucho público concentrado en el Congreso. La otra asunción, mucho más
importante, e igualmente cierta, es que no hay una mayoría suficiente de
izquierdas como para elegir a un presidente, y menos que éste disponga de un gobierno
estable, y mucho menos capaz de desarrollar reformas constitucionales. La suma
de PSOE Podemos y resto de partidos de izquierdas, excluyendo a Bildu y los
independentistas catalanes (letales para el PSOE, y que tampoco son de izquierdas
pese a que así se vistan) no da como para hacer maravillas. Sí quizás para
investir un presidente por mayoría simple, pero no para desarrollar un gobierno
y llevar a cabo políticas de signo izquierdista. Esta es la frase de mayor
calado, a mi juicio, del discurso de ayer, y la más certera. La mayoría que sea
capaz de constituir un gobierno de mínima solidez y perspectiva debe estar
arropada no sólo por fuerzas distintas, lo cual es obvio vistos los números,
sino también por fuerzas ideológicamente opuestas. La idea de Podemos de un
frente amplio de izquierdas, más allá de los dogmatismos y “carguitis” de
Iglesias, está abocada al fracaso porque no presenta socialmente al país y,
tarde o temprano, más probablemente antes, acabaría encallando en su propio
marasmo y en la respuesta social a sus medidas, y en las nefastas consecuencias
económicas de su gestión. Por tanto, es imprescindible un pacto transversal que
sume fuerzas opuestas ¿Y cómo articular esto? Difícil, pero no imposible.
El acuerdo PSOE Ciudadanos, que
puede que no sobreviva más allá de esta semana en función de los probables dos
noes, es una vía que señala el camino correcto, el de la cesión y el acuerdo
entre distintos. Un acuerdo así, que recoja la abstención o el voto afirmativo
de PSOE y PP es, quizás, la única alternativa sensata a una coalición extrema o
a unas nuevas elecciones que, a mi entender, serían la expresión del fracaso
colectivo. Es muy probable que este acuerdo a dos pase por la renuncia de Rajoy
y Sánchez al frente de sus formaciones para poder hacerlo posible. Pero hasta
que llegue ese momento, hoy asistiremos, otra vez, a un desagradable
enfrentamiento entre ambos, que sólo servirá para dañarlos mutuamente. Así de
complejo y abierto está el panorama.
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