Lo expresó muy bien el primer
ministro belga Charles Michel cuando aún reinaba bastante confusión sobre la
dimensión de los atentados de Bruselas. El país llevaba esperando bastante
tiempo un desastre y, finalmente, los peores presagios se han hecho realidad.
Con gesto serio, Michel apenas dio información pero dejó bien claro que las
horas que restaban del día iban a ser las más duras. A medida que el balance de
muertos subía y que las imágenes que, a cuenta gotas, llegaban a los medios de
comunicación confirmaban estos augurios, las palabras de un desbordado primer
ministro se convirtieron en descripción de impotencia y horror.
Resulta asombroso hasta qué punto
es fácil matar gente y destruir la rutina de una gran ciudad, convirtiéndola en
una ratonera. Apenas cuatro o cinco personas, dos objetivos sin control alguno,
y sin posibilidad de tenerlo, unas cuantas bombas, la conciencia de entregar la
vida por Alá, y se acabó. El desastre, la matanza, el horror. Bélgica, un país
descontrolado, que ha sido escogido por DAESH desde hace tiempo como base
operativa en Europa, vivió ayer sus horas más tristes y duras desde hace
décadas por obra y gracia de unos malnacidos, sí, pero también de muchos otros
que les han ayudado. No es necesaria una gran estructura logística para
perpetrar algo como lo sucedido ayer, pero es evidente que esa organización
existe, planea actuaciones, selecciona objetivos, y decide atacar cuando lo
cree conveniente o posible. Algunos han relacionado lo sucedido ayer con la
detención el fin de semana de Salah Abdeslam, el superviviente de los atentados
de París. Y es posible que la orden de ejecutar el atentado se haya dado como
respuestas a esa detención, pero el trabajo previo estaba hecho desde antes. Es
como si DAESH tuviera organizados ya varios atentados, objetivos, pruebas de
fuerza. Todo está testado y comprobado, y el día que me apetezca, hago la
llamada o el acto que sirva de contraseña y lo pongo en marcha. La eficacia de
la organización y el apoyo que posee, con cientos de fanáticos convencidos
resulta asombrosa a la par que atemorizante. Asusta mucho también ver cómo
DAESH responde ante las medidas de seguridad que se implantan y aprende
(evoluciona, podría decirse). Si aumentamos los controles de acceso al embarque
de los aviones y todo lo relacionado con el vuelo, no hay problema, nos hacemos
estallar en el interior de la terminal, que es un lugar de acceso público, y
que tiene víctimas potenciales en igual medida, y con el efecto deseado de
dejar el aeropuerto fuera de juego. Si aumenta la vigilancia en centros de
transporte colectivos, no hay problema, escojo una simple parada de metro, muy
transitada, en la que por definición la vigilancia no puede ser intensiva, y
cargo con una maleta explosiva y me detono, y se acabó el tren y, de paso,
derrumbo el transporte público de la ciudad y la colapso. El mensaje de estos
atentados es demoledor. No importa dónde y cuánto aumentéis las medidas de
seguridad. Sabemos, al igual que lo sabéis vosotros, que la seguridad absoluta
no existe, que las concentraciones de personas son inherentes a una gran
ciudad, que los lugares públicos no pueden ser controlados, que las brechas de
seguridad existen en todas partes, y que tarde o temprano nos colaremos por una
de ellas. No hay posibilidad de frenar una riada de terror que, como el agua,
no deja de buscar agüeros por donde meterse y que, finalmente, siempre los
encuentra.
La única manera de evitar
atentados como estos es el trabajo previo, el de las fuerzas y cuerpos de
seguridad y de inteligencia, el de miles de horas de profesionales que espían,
escuchan, siguen pistas y sospechas, y pueden llegar a desarticular células y
comandos antes de que actúen, como una seguridad activa. Pero aunque detengamos
a miles de ellos, basta con que uno se nos escape para que pueda hacernos
llorar a todos de rabia e impotencia. El mensaje que, en un día como hoy, hay
que gritar alto y claro es que no nos vamos a rendir. Que nos harán llorar una
y mil veces, pero que no nos vencerán nunca. Que nuestras víctimas son la
fuerza que nos impulsa para resistir.
Subo a Elorrio a pasar los días
festivos y me cojo Lunes y Martes de la semana que viene, por lo que si no hay
sorpresas, hasta el Miércoles 30. Disfrute, descansen, ojo a la carretera y,
dado que hay malos profesionales entre nosotros, sean ustedes los buenos.
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