miércoles, mayo 04, 2016

Amargo cumpleaños en la prensa (El País y El Mundo)

Hoy es un día extraño para la prensa española, de esos que lo dicen todo sobre la situación en la que se encuentra, pero que de poco sirven para vislumbrar un futuro que, como mínimo, se presenta difícil. El periódico más vendido del país, El País, cumple cuarenta años, una fecha redonda, en medio de un desplome de sus ventas. La segunda cabecera nacional, El Mundo, hoy no sale al kisoco en edición impresa por huelga, ante el ERE que reducirá su plantilla en cerca de doscientos empleados. Y el resto de cabeceras luchan cada día por llegar a un punto de venta en el que la prensa es, cada vez, lo de menos.

El mito del periodista, de su medio, y de la libertad de información, de la que precisamente ayer se conmemoraba su día internacional, está de capa caída. Las empresas que dan sustentos a los profesionales, que saben escribir y escriben de lo que saben, agonizan en medio de una revolución tecnológica que ha destrozado el canal habitual de venta y, con él, gran parte de sus ingresos. Las webs de pago no acaban de arrancar, y cuando lo hacen ofrecen, sobre todo, servicios de suscripción que apenas cubren los costes operativos y los sueldos de los trabajadores. La publicidad de la versión impresa sigue siendo la gran financiadora de la prensa en todo el mundo, pero la inexorable bajada de las ventas está teniendo efectos demoledores en las cuentas de todas las editoras. Así, cada pocos meses, una tras otra, afrontan EREs y otras figuras que no son sino una forma de reducción, de achicarse para tratar de sobrevivir. Internet también ha permitido el surgimiento de medios nuevos, de formas alternativas de periodismo basadas en el artículo largo, el rigor, la seriedad y el estilo, que subsisten en una situación económica precaria, pero que nacidas en ese entorno, tratan de adaptar sus escasos costes, sobre todo los salarios, a esa nueva plataforma. Quizás sean ellas las vencedoras del futuro. Quienes creo que no van a salvar al sector ni ser su esperanza es esas tendencias que vemos día a día enmarcadas en lo que se llama “periodismo ciudadano”. Muchos gurús y expertos de todo tipo hablan de que en cada bolsillo llevamos una cámara, una unidad de edición y una vía de comunicarnos con el mundo, y eso ya nos hace periodistas. Los medios tecnológicos ponen a nuestra disposición las herramientas para compartir información, eso es cierto, y muy novedoso, pero esa idea me parece tan absurda como la de que por el hecho de poder comprarse un coche uno pueda decir que sabe conducir. La ubicuidad tecnológica nos permite a todos ser testigos de la noticia, y dar fe de ello, eso es cierto, pero ni mucho menos nos hace profesionales del relato de la misma, del arte de contarla y transmitirla a los demás. Junto con la cámara y la conexión a muchos Gs llevamos encima prejuicios, sesgos, criterios que ni están basados en la objetividad ni en otros parámetros que deben ser la base del periodismo. Poner a un montón de ciudadanos a contar historias desde la calle resulta pintoresco, curioso, divertido y, sobre todo, barato, muy barato. Tanto que no tiene coste salarial para quienes les animan a comportarse así, logrando devaluar del todo la profesión del periodista que, en estos tiempos de confusión, ruido y desinformación, resulta más necesaria que nunca.

Podría poner muchos ejemplos de lo que debe ser un periodista, y lo que cuesta serlo. Basta uno. Ayer mismo se entregaron los galardones del club internacional de prensa. Carlos Franganillo, actual corresponsal de TVE en Washington y anteriormente enviado en Moscú, fue uno de los galardonados. Sus crónicas, que trabajo y sustos le han costado, han servido para que muchos pudiéramos saber qué es lo que pasaba en Maidan, en Kiev, en medio de las revueltas, o en Fergusson, Misuri, entre conflictos raciales. Profesionales como él, presentes en medios públicos y privados, y de todo tipo de difusión, deben ser reconocidos por su labor, y desde luego, pagados por ella. Es tan simple como justo y necesario.

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