martes, mayo 17, 2016

Nuestro incendio del vertedero ilegal de Seseña

7:55 de la mañana y, mirando por la ventana, apenas se distingue el resto de las brasas y humos que aún emergen del vertedero ilegal de neumáticos de Seseña, que arde desde la noche del jueves 13. El Viernes una imagen semiapocalíptica, formada por una inmensa y fiera nube de humo negro se elevaba en esa localización y era perfectamente visible desde cualquier punto de Madrid. Ardía lo que todo el mundo sabía que, tarde o temprano, iba a arder, y todos dispusimos de la metáfora perfecta, plasmada en esa negritud, para referirnos a la burbuja, a todas sus consecuencias, y a nuestra necedad en torno a ella.

Hay una imagen, parecida a esta que les enlazo, mejor aún, que no logro encontrar ahora, en la que se ve perfectamente como arde el vertedero, cómo algunos coches transitan junto a él por la ruinosa y quebrada radial 4 y, junto a todo ello, se levantan los pisos de la urbanización del Quiñón, edificada por el Pocero, uno de los emblemas de los años de la burbuja y, en su desolación posterior, de la crisis que nos llevó al precipicio y de la que seguimos huyendo, reptando más que corriendo. Tres símbolos que poseen, cada uno de ellos, una fuerza brutal y que nos lo dicen todo de nosotros mismos, de nuestras autoridades y de lo que nos pasó en el pasado y, no lo duden, volverá a suceder. El PAU del Quiñón encarna el exceso privado, la oportunidad única de un pelotazo de dimensiones tan grandes como la superficie edificada y el número de viviendas, en medio de la nada, pero eso sí, al lado de la frontera de la Comunidad de Madrid. Paco el Pocero se hizo millonario edificando esa ciudadela, y con él los propietarios de los terrenos, secarrales casi sin valor alguno, y las administraciones locales, tanto las de Seseña como las de la Junta de Castilla la Mancha. ¿Qué era imposible vender todo aquello? Qué más daba una vez cobrada la comisión debida. La Radial 4, autovía de peaje concebida, como otras radiales, para descongestionar las salidas de Madrid, se construyó en la misma época de euforia, con una asociación de capital público y privado, una concesión privada de explotación, una financiación mixta para los trabajos de obra y unas previsiones de uso que más parecían las del tráfico de Manhattan en hora punta que cualquier otra cosa. Pinchó la burbuja, el tráfico previsto se convirtió en nada y esa radial junto con otras, entró en concurso de acreedores, y aún sigue vigente el litigio entre concesionarias, Comunidad de Madrid y Ministerio de Fomento sobre quién asume las pérdidas, vía rescate público o no. Y el vertedero, que estaba ahí antes de todo lo demás, no es sino otro de esos monumentos nacionales a la desidia. Creciente día a día, desbordado, montañas apiladas de decenas de metros de sucias, negras y feas ruedas, que nadie vigilaba y a menos importaba. Durante años y años todas las administraciones, de distintos partidos políticos (PP, PSOE y ahora también Podemos) y grado (local, autonómica y regional) no han hecho nada, reitero, NADA, para evitar que esa sucia montaña de mierda creciese, aumentando en cada rueda tirada los riesgos de un posible incendio que, según las condiciones meteorológicas, podría haber sido devastador. ¿Se imaginan que el viento hubiera llevado la nube tóxica directamente sobre Madrid? ¿Conciben un escenario de millones de personas encerradas en sus casas por la contaminación y la capital bloqueada? Pudo pasar, y si no sucedió fue porque el viento, el viento, no lo quiso. Pregúntenles a los vecinos de El Quiñón y Seseña sobre si esa peste de humareda es saludable o no, pero no lo hagan a las autoridades, empeñadas en minusvalorar lo sucedido y “quitarle dramatismo”.


Al igual que lo que sucedió en la tragedia del Madrid Arena, donde toda autoridad falló, rápido han corrido todas, al ser preguntadas sobre el incendio, para echarle las culpas a los demás y no asumir su absoluto, total e inexcusable fracaso. Es lamentable pero, y es lo que más me duele, muy propio de nosotros. El incendio de Seseña es el castillo de fuegos artificiales de nuestra burbuja, y en su negra nube de humo se festejaba, sí, festejaba, la desidia e irresponsabilidad con la que vivimos aquellos años, en los que también sabíamos que la cosa iba a acabar mal, pero no hicimos nada para evitarlo. Como con los millones de ruedas. Las dejamos pudrir.

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