7:55 de la mañana y, mirando por
la ventana, apenas se distingue el resto de las brasas y humos que aún emergen
del vertedero ilegal de neumáticos de Seseña, que arde desde la noche del
jueves 13. El Viernes una imagen semiapocalíptica, formada por una inmensa y
fiera nube de humo negro se elevaba en esa localización y era perfectamente
visible desde cualquier punto de Madrid. Ardía lo que todo el mundo sabía que,
tarde o temprano, iba a arder, y todos dispusimos de la metáfora perfecta,
plasmada en esa negritud, para referirnos a la burbuja, a todas sus
consecuencias, y a nuestra necedad en torno a ella.
Hay
una imagen, parecida a esta que les enlazo, mejor aún, que no logro
encontrar ahora, en la que se ve perfectamente como arde el vertedero, cómo
algunos coches transitan junto a él por la ruinosa y quebrada radial 4 y, junto
a todo ello, se levantan los pisos de la urbanización del Quiñón, edificada por
el Pocero, uno de los emblemas de los años de la burbuja y, en su desolación
posterior, de la crisis que nos llevó al precipicio y de la que seguimos
huyendo, reptando más que corriendo. Tres símbolos que poseen, cada uno de
ellos, una fuerza brutal y que nos lo dicen todo de nosotros mismos, de
nuestras autoridades y de lo que nos pasó en el pasado y, no lo duden, volverá
a suceder. El PAU del Quiñón encarna el exceso privado, la oportunidad única de
un pelotazo de dimensiones tan grandes como la superficie edificada y el número
de viviendas, en medio de la nada, pero eso sí, al lado de la frontera de la
Comunidad de Madrid. Paco el Pocero se hizo millonario edificando esa
ciudadela, y con él los propietarios de los terrenos, secarrales casi sin valor
alguno, y las administraciones locales, tanto las de Seseña como las de la
Junta de Castilla la Mancha. ¿Qué era imposible vender todo aquello? Qué más
daba una vez cobrada la comisión debida. La Radial 4, autovía de peaje
concebida, como otras radiales, para descongestionar las salidas de Madrid, se
construyó en la misma época de euforia, con una asociación de capital público y
privado, una concesión privada de explotación, una financiación mixta para los
trabajos de obra y unas previsiones de uso que más parecían las del tráfico de
Manhattan en hora punta que cualquier otra cosa. Pinchó la burbuja, el tráfico
previsto se convirtió en nada y esa radial junto con otras, entró en concurso
de acreedores, y aún sigue vigente el litigio entre concesionarias, Comunidad
de Madrid y Ministerio de Fomento sobre quién asume las pérdidas, vía rescate público
o no. Y el vertedero, que estaba ahí antes de todo lo demás, no es sino otro de
esos monumentos nacionales a la desidia. Creciente día a día, desbordado,
montañas apiladas de decenas de metros de sucias, negras y feas ruedas, que
nadie vigilaba y a menos importaba. Durante años y años todas las
administraciones, de distintos partidos políticos (PP, PSOE y ahora también Podemos)
y grado (local, autonómica y regional) no han hecho nada, reitero, NADA, para
evitar que esa sucia montaña de mierda creciese, aumentando en cada rueda
tirada los riesgos de un posible incendio que, según las condiciones meteorológicas,
podría haber sido devastador. ¿Se imaginan que el viento hubiera llevado la
nube tóxica directamente sobre Madrid? ¿Conciben un escenario de millones de
personas encerradas en sus casas por la contaminación y la capital bloqueada? Pudo
pasar, y si no sucedió fue porque el viento, el viento, no lo quiso. Pregúntenles
a los vecinos de El Quiñón y Seseña sobre si esa peste de humareda es saludable
o no, pero no lo hagan a las autoridades, empeñadas en minusvalorar lo sucedido
y “quitarle dramatismo”.
Al igual que lo que sucedió en la
tragedia del Madrid Arena, donde toda autoridad falló, rápido han corrido
todas, al ser preguntadas sobre el incendio, para echarle las culpas a los demás
y no asumir su absoluto, total e inexcusable fracaso. Es lamentable pero, y es
lo que más me duele, muy propio de nosotros. El incendio de Seseña es el
castillo de fuegos artificiales de nuestra burbuja, y en su negra nube de humo
se festejaba, sí, festejaba, la desidia e irresponsabilidad con la que vivimos
aquellos años, en los que también sabíamos que la cosa iba a acabar mal, pero
no hicimos nada para evitarlo. Como con los millones de ruedas. Las dejamos
pudrir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario