En el momento de duda y zozobra
en el que se encuentra Europa, cualquier elección nacional puede suponer un
quebranto serio de cara a la supervivencia del proyecto. El antieuropeísmo,
enarbolado desde posiciones extremas de izquierda y derecha, es pregonado en
cada país con fuerza por quienes apelan al nacionalismo y al cierre de
fronteras como solución mágica para todos los males. Su discurso es mentiroso,
falaz, peligroso, reaccionario…. Todo lo que ustedes quieran, sí, pero cosecha
votos, y muchos, y eso lo hace aún más peligroso. En Junio las elecciones
españolas y el referéndum del Brexit serán los centros de atención.
Y mayo acaba con las presidenciales
austriacas, en las que a falta de contar el voto por correo, que es muy
numeroso en ese país (no se por qué) poco
más de la mitad del electorado le ha dado el voto a Norbert Hofer, candidato
del Partido Liberal. Así leído no suena mal, pero hay que tener cuidado con
los términos y ver en cada caso qué es lo que esconden. En Austria el llamado
Partido Liberal tiene de liberal lo que yo de atractivo físico. Es una ambigua
denominación que esconde una formación de extrema derecha pura, un partido
radical, antieuropeo, con ideología nacionalista xenófoba y un discurso
económico intervencionista, proteccionista y excluyente. Hasta ahora habíamos
visto como estos extremistas conseguían buenos resultados en Grecia, o llegaban
al poder en países de la periferia europea, como Hungría o Polonia, en los que
las coaliciones gobernantes están dirigidas por partidos extremistas, más en el
caso húngaro que en el polaco, pero de igual y preocupante signo. Sabemos que
en los países que componen el núcleo de la UE hay tendencias de este tipo que
están cogiendo mucha fuerza. Clásico es ya el caso de Francia, donde un Frente
Nacional amplio empieza a ver cómo la presidencia del Eliseo puede estar al
alcance de una Marine Le Pen que quita el sueño a media Europa. Grave es el
caso de Alemania, donde la política de inmigración de Merkel ha servido como
excusa para que Pegida, formación que agrupa a movimientos de este tipo, se
convierta en una fuerza electoral de peso, capaz de hacer frente a los partidos
clásicos y empezar a cosechar poder local y regional. Austria es un caso
clásico en lo que hace al ascenso de la ultraderecha. Si recuerdan ya hace años Jörg Haider se
llevó muchos titulares de la prensa europea. Antiguo líder de esa formación
“liberal” ascendió al poder del gobierno regional de Carintia, una región
austriaca, y tuvo un papel en el gobierno de coalición que regía en Viena, con
ese mismo discurso extremista, filonazi y negacionista que mantienen sus
seguidores. En aquel entonces la idea de Europa era más fuerte que ahora, la
crisis no nos había dejado a todos llenos de heridas y la idea de sancionar a
Austria por el comportamiento de Haider fue vista con naturalidad. Pase lo que
pase con el voto por correo, llegue Hofer a la presidencia o no (confiemos en
que no lo haga) ese escenario de bloqueo de la UE a una Austria regida por un
presidente extremista sería hoy impensable. La Unión está débil, y que la mitad
de la población haya votado a un candidato así indica que el partido y persona
que ha ganado son, pásmense, el menor de los problemas. Algo muy gordo y feo se
está cociendo en los electorados de la vieja y temerosa Europa. Y no usemos la
economía en este caso como excusa, dado que Austria es una de las naciones más
ricas del continente y de las menos afectadas por la crisis.
Hay varios mapas en la web que muestran que el
electorado austriaco se ha dividido completamente entre el mundo urbano y
rural. Hofer ha perdido en Viena y en las ciudades fronterizas con Baviera, pero
ha arrasado en todo el resto del país, salpicado de pueblos y ciudades
pequeñas. El electorado urbano, cosmopolita, huye de ese candidato extremista,
pero se encuentra rodeado de un país que opta por todo lo contrario. Y el
equilibrio de voto es, como ven, casi perfecto. La mayor parte de trabajadores
de clase media baja han votado por el candidato extremista. Es un indicio de lo
que puede suceder en posteriores elecciones europeas. Así, lo sucedido ayer en
Austria, grave, es una mala noticia, otra más, para la UE.
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