jueves, mayo 26, 2016

El cese del director de El Mundo (o la crisis de la prensa)

Fue ayer muy ácido, a la par que brillante, uno de los periodistas de El Mundo que, en su twitter, dejó escrito que es más peligrosos ser director de esa publicación que pertenecer a la familia Stark en Juego de Tronos. Si no han visto la serie deducirán que a esa saga no le van muy bien las cosas a lo largo de los capítulos y temporadas. La destitución, anunciada ayer, de David Jiménez como director de ese periódico, con apenas un año exacto cumplido al frente de la cabecera muestra que las cosas bajan muy revueltas por la Avenida de San Luís, que es donde está la actual sede de la redacción, pero que no es El Mundo sino otro ejemplo, entre miles, de la crisis de un formato de comunicación, el de la prensa escrita, que se aproxima cada vez más a un aparente y definitivo abismo.

Fue a finales de los ochenta, si no recuerdo mal, cuando Pedro Jota fundó el mundo. Periodista de una personalidad desbordante, tan brillante como narcisista, durante décadas era imposible disociar a la publicación de su director. Con el periodismo de investigación, de exclusivas duras contra el gobernante, poco amigo del poder y con un estilo fresco, El Mundo se convirtió rápidamente en la cabecera del lector de centro derecha moderno, que veía como el ABC se quedaba antiguo para sus aspiraciones y El País reinaba en el centro izquierda. Los ochenta y noventa fueron años dorados para la prensa. Las tiradas eran enormes, los ingresos seguros, el prestigio alto y trabajar en un periódico, símbolo de estatus. Quizás el primer día en el que en una redacción, o mejor aún, en casa o en la oficina de un cliente, llegó internet y se pudo consultar los artículos a través de ese nuevo medio nadie fue capaz de adivinar que el imperio de la prensa se enfrentaba a su mayor enemigo. La difusión tecnológica empezó no a herir, sino a destrozar la cuenta de resultados de todas las cabeceras, que veían reducirse sus ingresos a marchas forzadas. Los italianos de Rizzoli RSC compraron El Mundo hace ya unos cuantos años, en una operación que buscaba, sobre todo, que la cabecera no fuese a la quiebra, mientras que el ABC era absorbido por la empresa de periódicos regionales Vocento y El País, cada vez más ruinosos, sobrevivía gracias al resto de piezas del grupo Prisa, que eran las que le sufragaban los costes. El papel de Pedro Jota en el mundo empezó a verse en entredicho a medida que los números rojos presionaban su corbata y el poder político de todo signo le veía como un problema. Si sacar escándalos hubiera seguido siendo rentable es probable que el fundador tuviera su silla muy asegurada, pero meterle el dedo en el ojo a Rajoy y su gobierno a la vez que uno suplica ayuda financiera es una combinación que sólo asegura problemas. Hace dos años Pedro Jota fue destituido de su creación y expulsado a la oscuridad de la web, desde donde sobrevive, mal, con un medio digital que no logra obtener audiencia y prestigio de la manera que él esperaba. Casimiro García Abadillo, su segundo durante décadas, se situó al frente del El Mundo, pero duro apenas catorce meses. La fuga de firmas, las cuentas que seguían saliendo mal, la falta de rumbo y la pérdida del fundador eran lastres muy serios que el bueno de Abadillo quizás no supo, desde luego no pudo, solucionar. Para sustituirle se echó mano de alguien de la casa, desconocido, joven, David Jiménez, corresponsal en Asia, al que casi nadie conocía. Jiménez llegó con un discurso renovador, tecnófilo, algo visionario. A los pocos meses renovó la web del periódico, dejándola bastante peor de como lo era antes, y logrando que El País, que nunca ha sabido hacer una web, le superase en audiencia. Pasaban los meses y el rumbo de la publicación seguía sin ser definido. Y las cuentas, como siempre, rojas. Y los EREs, como en Andalucía, omnipresentes.

Ayer Jiménez fue cesado, relevado por Pedro García Cuartango, de los pocos históricos que quedan aún en la casa. Cuartando tiene ante sí todos los retos posibles, empezando por lograr la mera supervivencia de una cabecera que, vía despidos y desplome de ventas, empieza incluso a ver peligrar su propia existencia. En el resto de medios escritos el relevo de Jiménez quizás haya sido visto con cierta alegría (malo para mi competidor, bueno para mi) pero también con tristeza, porque otro experimento, otra intentona de enfrentarse a la gran crisis de la prensa ha fracasado. La situación del resto de cabeceras españolas, y mundiales, es igual de delicada que la de El Mundo, o incluso peor. ¿Sobrevivirán? ¿Cómo? ¿Hasta cuándo? Esas son las preguntas para las que nadie, hoy mismo, tiene respuesta.

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