Fue ayer muy ácido, a la par que
brillante, uno de los periodistas de El Mundo que, en su twitter, dejó escrito
que es más peligrosos ser director de esa publicación que pertenecer a la
familia Stark en Juego de Tronos. Si no han visto la serie deducirán que a esa
saga no le van muy bien las cosas a lo largo de los capítulos y temporadas. La
destitución, anunciada ayer, de David Jiménez como director de ese periódico,
con apenas un año exacto cumplido al frente de la cabecera muestra que las
cosas bajan muy revueltas por la Avenida de San Luís, que es donde está la
actual sede de la redacción, pero que no es El Mundo sino otro ejemplo, entre
miles, de la crisis de un formato de comunicación, el de la prensa escrita, que
se aproxima cada vez más a un aparente y definitivo abismo.
Fue a finales de los ochenta, si
no recuerdo mal, cuando Pedro Jota fundó el mundo. Periodista de una
personalidad desbordante, tan brillante como narcisista, durante décadas era
imposible disociar a la publicación de su director. Con el periodismo de
investigación, de exclusivas duras contra el gobernante, poco amigo del poder y
con un estilo fresco, El Mundo se convirtió rápidamente en la cabecera del
lector de centro derecha moderno, que veía como el ABC se quedaba antiguo para
sus aspiraciones y El País reinaba en el centro izquierda. Los ochenta y
noventa fueron años dorados para la prensa. Las tiradas eran enormes, los
ingresos seguros, el prestigio alto y trabajar en un periódico, símbolo de
estatus. Quizás el primer día en el que en una redacción, o mejor aún, en casa
o en la oficina de un cliente, llegó internet y se pudo consultar los artículos
a través de ese nuevo medio nadie fue capaz de adivinar que el imperio de la
prensa se enfrentaba a su mayor enemigo. La difusión tecnológica empezó no a
herir, sino a destrozar la cuenta de resultados de todas las cabeceras, que
veían reducirse sus ingresos a marchas forzadas. Los italianos de Rizzoli RSC
compraron El Mundo hace ya unos cuantos años, en una operación que buscaba,
sobre todo, que la cabecera no fuese a la quiebra, mientras que el ABC era
absorbido por la empresa de periódicos regionales Vocento y El País, cada vez
más ruinosos, sobrevivía gracias al resto de piezas del grupo Prisa, que eran
las que le sufragaban los costes. El papel de Pedro Jota en el mundo empezó a
verse en entredicho a medida que los números rojos presionaban su corbata y el
poder político de todo signo le veía como un problema. Si sacar escándalos
hubiera seguido siendo rentable es probable que el fundador tuviera su silla
muy asegurada, pero meterle el dedo en el ojo a Rajoy y su gobierno a la vez
que uno suplica ayuda financiera es una combinación que sólo asegura problemas.
Hace dos años Pedro Jota fue destituido de su creación y expulsado a la oscuridad de la web, desde donde sobrevive,
mal, con un medio digital que no logra obtener audiencia y prestigio de la
manera que él esperaba. Casimiro García Abadillo, su segundo durante
décadas, se situó al frente del El Mundo, pero duro apenas catorce meses. La fuga
de firmas, las cuentas que seguían saliendo mal, la falta de rumbo y la pérdida
del fundador eran lastres muy serios que el bueno de Abadillo quizás no supo,
desde luego no pudo, solucionar. Para sustituirle se echó mano de alguien de la
casa, desconocido, joven, David Jiménez, corresponsal en Asia, al que casi
nadie conocía. Jiménez llegó con un discurso renovador, tecnófilo, algo
visionario. A los pocos meses renovó la web del periódico, dejándola bastante
peor de como lo era antes, y logrando que El País, que nunca ha sabido hacer
una web, le superase en audiencia. Pasaban los meses y el rumbo de la
publicación seguía sin ser definido. Y las cuentas, como siempre, rojas. Y los
EREs, como en Andalucía, omnipresentes.
Ayer Jiménez fue cesado, relevado por Pedro
García Cuartango, de los pocos históricos que quedan aún en la casa. Cuartando
tiene ante sí todos los retos posibles, empezando por lograr la mera
supervivencia de una cabecera que, vía despidos y desplome de ventas, empieza
incluso a ver peligrar su propia existencia. En el resto de medios escritos el
relevo de Jiménez quizás haya sido visto con cierta alegría (malo para mi
competidor, bueno para mi) pero también con tristeza, porque otro experimento,
otra intentona de enfrentarse a la gran crisis de la prensa ha fracasado. La
situación del resto de cabeceras españolas, y mundiales, es igual de delicada
que la de El Mundo, o incluso peor. ¿Sobrevivirán? ¿Cómo? ¿Hasta cuándo? Esas
son las preguntas para las que nadie, hoy mismo, tiene respuesta.
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