martes, mayo 31, 2016

De mientras todos miraban al norte de Italia..

Este fin de semana ha estado marcado por un evento, que algunos denominan deportivo, pero que no es sino otra muestra de hasta qué punto el marketing puede triunfar y lograr que la gente se gaste el dinero que no tiene en lo que no lo vale y se sienta satisfecha por ello. Millones de personas desembolsando millones de euros para que unos pocos millonarios lo sean aún más. Algo carente de sentido desde todo punto de vista, y que encima es festejado por algunos como un éxito, lo que lo lleva hasta el absurdo. Todo esto sucedía al norte de Italia, y hacia allí han estado puestos todos los ojos y al atención, no se si del mundo, desde luego de nuestro país.

Mientras tanto, al sur del mismo país, en el canal de Sicilia, moría gente sin cuento, sin control, sin contabilidad, y sin que nadie lo viese ni le prestara atención. Varias han sido las organizaciones que han tratado de poner cifras a los muertos de esta pasada semana, pero es muy difícil saber realmente de cuántas personas estamos hablando. La cifra de setecientos parece ser la más comentada, pero pueden haber sido más o menos, no hay manera de precisarlo. No teníamos cientos de enviados especiales sobre esas aguas para contárnoslo, no había platos improvisados en barcazas ni presentadores estrella de múltiples cadenas que nos lo narrasen en vivo y en directo. No había anunciantes, publicistas, expertos en mercadotecnia ni otros profesionales que organizasen el evento y la cobertura. Y desde luego no había un euro, ni un solo euro que ganar en medio de ese Mediterráneo vacío de atención y lleno de drama. En los informativos del fin de semana, en medio de interminables conexiones especiales con la nada más absoluta, se colaban algunas noticias, pero eran apenas flases, intentos de asomar la cabeza por encima del sacrosanto evento planetario que todo lo llenaba y exigía. Y desde luego, nada de malas noticias. Nada de muertes, tragedias o angustias que entorpecieran la sensación de triunfo y gozo que llenaba a (casi) todos. Ayer, con la bajada de la marea mediática, empezó a colarse alguna imagen de lo que pudo haber pasado en el mar, y es otra vez un niño el protagonista de la misma. Corrijo, no es un niño, es un bebé. En la foto se ve a un hombre grande, fornido, de barba pelirroja, que sostiene en sus manos lo que parece un muñeco realista, tan realista que es un bebe de verdad, muerto, ahogado, como al parecer también sus padres, todos ellos muertos el pasado viernes en uno de esos hundimientos de los que nada sabemos ni, probablemente, sabremos. No sabemos cómo se llamaba ese niño, ni sus padres, de dónde venía, de quién huían, cuándo salieron de su hogar, en qué estado de ruina lo dejaron, si la guerra les pisaba los talones o escapaban antes de que les alcanzase, cómo alcanzaron las costas de una Libia que ya no existe, cuántos kilómetros levaban a sus espaldas, cuántos días de angustia y miedo, cuánto pagaron a la mafia de turno que les apretujó en una embarcación junto a otro montón de personas y les lanzó a la deriva de un mar que no perdona a nada ni a nadie… ya no sabremos nada de la historia de ese bebé ni de su final, ni de lo que ansiaban buscar en este lado del mundo. Quizás el hombre que sostiene al bebé fallecido también se estaría haciendo alguna de estas preguntas en ese instante, pero a buen seguro que no tampoco tiene respuesta alguna. El casco que cubre su gran cabeza tapa sus ojos, que a buen seguro están llenos de unas lágrimas que, quizás, sea lo único que obtenga como resultado de sus preguntas. La escena, desoladora, no necesita comentario alguno.

Todo esto sucedía al sur de Italia, mientras al norte cientos de miles de personas y de millones de euros se congregaban en una fiesta de la ostentación de la riqueza, del nivel de vida que hemos alcanzado, y que, orgullosos, proclamamos a lo largo y ancho de todo el planeta, con el deseo profundo de ser envidiados y con la firme determinación de que nadie venga a quitarnos nada de lo que consideramos que nos pertenece por derecho propio. Desde luego, ni ese bebé ni sus familiares podrán ya compartir nada de lo que nos hace felices a los que vivimos a este lado del Mediterráneo. Lo poquísimo que tenían lo perdieron en las aguas que, también, a nosotros nos bañan. Y no había presentadores mediáticos para contarlo, ni enviados especiales, ni platós a pie de barca.

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