Ayer por la tarde, aprovechando
la invitación que me pasó uno de mis jefes, que no podía acudir, asistí al
encuentro anual que uno de los principales fondos de inversión españoles
organiza con sus partícipes, aquellos que les han confiado el dinero para que
se lo gestionen. En un teatro de Madrid, de amplio aforo, lleno y con un púbico
que era, en su mayor parte, masculino y de edad media alta, asistí a algo
parecido a un misa laica, en la que los creyentes acuden a ver a su pastor,
sacerdote o oficiante, llenos de fe en que sea el intermediario entre sus
ahorros y las ganancias, que todos prometen cual paraíso celestial.
El acto, sobrio, profesional, con
notable despliegue de medios audiovisuales, estaba presidido por la sapiencia y
la seriedad que los gestores del fondo mostraban, en todo momento, como
rectores de su conducta. Tras una breve presentación con contenido económico a
cargo de Carlos Rodríguez Braun, los tres responsables de la inversión que comparecían
ante los asistentes explicaron, a grandes rasgos, el comportamiento de la
inversión colectiva el pasado ejercicio y lo que llevamos de 2016, y dedicaron
la mayor parte del acto a detallar cuáles son los sectores y empresas en los
que han depositado su confianza y, desde luego, el ahorro de los que en el
recinto se encontraban. Deduje que la imagen que querían transmitir es la de
que la inversión en renta variable siempre es rentable a largo plazo, que las
fluctuaciones del momento no deben preocuparnos si tenemos ese largo plazo
siempre en mente, y que su equipo de analistas se encargan de ver cuáles son
las empresas que, con esta vista prolongada en el tiempo, van a generar valor
y, cotizando ahora a precios atractivos, son una oportunidad de inversión
obvia. Vamos, comprar bueno, bonito y barato, como siempre, sólo que dicho de
una manera bastante alambicada y técnica. El objetivo de todo fondo es el de
batir el mercado, es decir, seleccionar una cartera propia que se comporte
mejor que la de los índices de mercado, y todos desean hacerlo, solo que
obviamente es imposible, dado que todas las carteras, o combinaciones de
valores, no pueden hallarse por encima de la media de la cotización de esos
valores. Algunas estarán por encima y otras por debajo. El acto de ayer
buscaba, sobre todo, o esa impresión me dio, transmitir confianza al inversor
que presta su dinero al equipo gestor, vendiendo por ello una imagen de
seriedad y honestidad por encima de todo. En el fondo, si me apuran, más allá
de la parafernalia, un acto como el de ayer no difiere demasiado de esa típica
reunión de jubilados en un hotel convocados por una empresa que les regala algo
y les oferta una serie de productos para que los compren. En el caso de los
fondos de inversión el producto que se vende es “ilusión”, “esperanza” o cualquier
otro término similar que se asocie al intangible de los beneficios derivados de
algo tan volátil, complejo e imposible de predecir como la bolsa. Si recuerdan
la película de Margin Call, muy recomendable, hay una escena en la que el dueño
de la empresa, soberbio Jeremy Irons, le cuenta al analista que ha descubierto el
problema de la empresa (y del mercado) que su trabajo, en la cúspide, no es
otro que intentar saber por dónde sopla el viento, cuáles son las sensaciones
de mercado, y con ellas poder determinar qué comprar, cuánto y cuando. Ayer,
ante sus inversores, aparecieron los que, como veletas, tratan de adivinar por
dónde sopla ahora el viento que puede llevar en volandas sus ahorros,
mantenerlos en una calma chicha o, por el contrario, someterlos a la más cruel
tormenta imaginable.
Recomendaciones prácticas. Hay tantos fondos de
inversión como uno pueda imaginarse, gestionados por gestoras privadas, como el
caso de ayer, o por entidades financieras como bancos, aseguradoras y demás. Poseen
perfiles de riesgo de lo más diverso, confeccionan cestas de valores tan
variadas como uno pueda imaginar o desear y poseen comisiones que, también, oscilan
en un amplio rango (nunca se olviden de ellas) Como en todo, hay productos que
funcionan muy bien, otros mal y otros que ni sí ni no, y cada ejercicio es
distinto, pero recuerden que es una manera de jugar, agregada y más
profesional, en un mundo en el que el futuro no existe, se escribe al segundo y
nadie, nadie, nadie, se lo puede garantizar.
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