Todo acaba llegando. Por encima
del cutre nivel de nuestra campaña electoral, sus grabaciones, desmentidos y
promesas huecas, hoy es el día en el que el Reino Unido se la juega, y nos la
juega, en una peligrosa consulta de resultado incierto y trascendente. Las
urnas abren desde las 7:00 hasta las 22:00, 8:00 a 23: en el (erróneo) horario
español, y los resultados debieran saberse a lo largo de la madrugada, o primeras
horas de la mañana del viernes, más tarde cuanto más ajustado esté todo. Más de
cuarenta millones de personas se han inscrito para votar, record absoluto en
este tipo de consultas, y en su decisión de acudir a votar y su elección está
parte de nuestro futuro.
Si puedo, mañana analizaré el
resultado y las consecuencias para la UE, pero hoy quiero centrarme en las
consecuencias de todo esto para el propio Reino Unido, y da un poco igual saber
si saldrá que permanecen en la UE (ojalá) o que se salen (espero que no). La
campaña, amarga y cruel, ya ha fracturado a la sociedad británica en dos
mitades irreconciliables que ven de manera diametralmente opuesta el papel de
su país en el mundo y cómo debe ser en el futuro. Las zonas rurales,
partidarias de la salida, frente a las urbanas, sobre todo el gigantesco
Londres, que quieren seguir en la Unión. Los jóvenes, que ven Europa como su
área natural de trabajo y vida, frente a los jubilados, que recelan del
exterior y ven en la Unión un peligro para las pensiones. Los trabajadores de
menor cualificación, votantes clásicos de la izquierda, que recelan de los
inmigrantes y que asocian la UE a una fuente de problemas y una puerta abierta
a la inmigración que puede quitarles su trabajo, frente a los profesionales
liberales y de grandes empresas, que observan las ventajas de un mercado más
amplio y las oportunidades que ofrece…. Podríamos seguir durante horas viendo
como en cada estrato social del Reino Unido se ha creado una brecha, mayor o
menor, pero significativa, entre los que apoyan la permanencia y los que
reclaman la salida. Esa brecha es muy abrupta, parece que irreconciliable en
algunos casos, en el seno de los dos grandes partidos. El conservador vive una
guerra civil declarara entre un Cameron suicida que se juega su carrera en la
permanencia y un Jonson desatado que ve como la oportunidad de hacerse primer
ministro se cruza con la “independencia” de su país de Bruselas. En el partido
laborista la grieta es más sutil, pero no menos profunda, entre las
aspiraciones de muchos de sus líderes de seguir en la Unión y el desencanto con
Europa de la mayor parte de su base de votantes, reflejado en la anodina
campaña de su líder, Corbin, un extremista que pide votar sí a la Unión con la
boca pequeña después de haberse pasado años criticando con fiereza todo lo que
provenía de Bruselas, calificándolo de mandatos de un capitalismo internacional
desatado, en el uso de una trasnochada retórica extremista de izquierdas que,
pena, ondea ahora mismo con la misma fuerza en la campaña española. Y sobre
todos estos problemas y divisiones se erige la figura de Farage, del UKIP y de
todo ese conglomerado de formaciones populistas, xenófobas, tramposas y
vociferantes que, subidas a lomos del discurso antiinmigrante, han aprovechado
esta campaña para sacar músculo y mostrar, causando sorpresa y miedo en todos
aquellos que no militan en su barbarie. Farage, desatado, y Jhonson, como una
especie de imitador de mejores formas pero de igual sucio fondo, han sacado lo
peor de la política británica, y europea, su más sucio nacionalismo, y lo han
aupado a lo más alto de la campaña. Su táctica, sucia y clásica, sigue funcionando
muchas décadas después de que sus “maestros” lograran en los años treinta
hacerse con el poder continental. Este es sin duda, uno de los peores frutos de
este referéndum y, me temo, el más duradero y difícil de gestionar.
Y no lo califico como el peor de los frutos
porque no podemos olvidar a Jo Cox. Esa diputada laborista asesinada por un
perturbado, extremista nacionalista, es la imagen de la modernidad, la moderación,
las nuevas ideas y personas, que son atacadas por los retrógrados, los carcas,
los que sueñan con arcadias perdidas que nunca existieron, y que ven la
violencia como su única forma de implantar su sueño colectivo, envuelto en
banderas patrióticas que tanto sirven para ser puestas ondeadas al viento como
para ser usadas para amordazar a los ciudadanos. Sea cual sea el resultado, el
Reino Unido sale tocado, y desunido, de este envite, y los costes de la
consulta, de todo tipo, tardarán mucho en ser digeridos, tanto allí como en el
resto de una expectante, temerosa y hoy, muy preocupada, Europa.
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