jueves, junio 16, 2016

El Brexit también pasa por Gibraltar

Esa amenaza llamada Brexit, que hace pocos meses era el sueño perdido de algún funcionario y ahora mismo es una pesadilla que no deja dormir a nadie puede, en caso de materializarse, alterar situaciones legales e históricas que llevan enquistadas desde tiempos inmemoriales. No sólo la integridad del Reino Unido, que pudiera dejar de serlo, y su relación con la vecina Irlanda, que sería un país UE con el que tendría frontera física. Gibraltar, ese grano en el pie de Europa que es territorio británico, también se vería afectado, quizás no tanto en lo político, pero sí en lo económico, que para los llanitos es lo más importante.

Hoy, por primera vez desde finales de los años sesenta, un primer ministro de Reino Unido vista la roca, apenas un par de horas, para hacer campaña por la permanencia. Cameron no se juega nada ahí, los apenas treinta mil votos de los residentes en Gibraltar, casi todos ellos unionistas con la UE, no decantarán el resultado, pero es muy probable que utilice Gibraltar como otro de los argumentos en la campaña contra el no, contra la salida. Quedaría efectista ante los electores británicos una imagen de esta noche en la que Cameron, con la roca de fondo, les contase que una salida de la UE pondría en peligro la soberanía británica de uno de los enclaves más importantes y estratégicos de los que poseen, tanto por la posición que ocupa en el mapa como por el peso financiero de su negocio, que actúa de facto como un paraíso fiscal enclavado dentro del territorio de la Unión. La salida el Reino Unido, más allá de las nostalgias sentimentales, quizás podría traer de nuevo el cierre de la verja desde Algeciras y el declive de esa plaza financiera que es Gibraltar. Sin las conexiones legales que le permiten actuar dentro de la UE, su atractivo decaería con fuerza y se podría enfrentar a una situación de decadencia muy peligrosa para su supervivencia futura. En lo político, y sólo en el caso de salida de Reino Unido, los llanitos se enfrentarían a un dilema, para ellos, irresoluble. Seguir siendo británicos (puede que en el futuro sólo ingleses) y ver cómo su economía se deshace o lanzarse a ser acogidos al paraguas de España, vía cosoberanía o directamente negociando un tratado de adhesión al Reino de España que les permita, nuevamente, integrarse en el territorio de la Unión, y de paso formar parte de la zona euro. ¿Puede ser que del resultado del referéndum del jueves la cuestión gibraltareña se aclare de una vez por todas? Pues hay posibilidades de que así sea, por increíble que parezca. La reivindicación de la españolidad de Gibraltar, lógica por historia, geografía y, si me apuran, ética económica, se ha topado siempre con el orgullo de un país, Reino Unido, que sigue actuando en muchos aspectos como si fuera una potencia imperial cuando hace mucho, casi ya un siglo, que dejó de serlo en la práctica. El escaso peso de España en los foros internacionales y en las instituciones de todo tipo ha permitido que este anacronismo se enquiste y siga ahí siglos después. Sería divertido que, de resolverse, todo se deba al tiro en el pie que se darían los británicos a sí mismos si en la votación gana la salida. Mantendrían su orgullo intacto. “Nadie nos lo quitó, lo perdimos nosotros solos” podrían usar como argumento en el futuro.


Lo cierto es que queda una semana para que el 23 ese referéndum tenga lugar y la preocupación crece a medida que los sondeos, con los que siempre hay que ser cuidadoso, llevan ya varios días dados la vuelta y señalando una victoria de los partidarios de salir por un margen de unos cinco siete puntos. Aunque sabemos que no sería lo mismo, me da igual el margen del resultado final siempre que salga un sí a la permanencia. En el caso del no, ahí sí sería cierto que a todos nos daría igual el margen. En las casas de apuestas, termómetro muy fiable en aquel país, sigue ganando la permanencia por un margen de entorno al 60% a 40%, pero crecen las dudas y los nervios en todas partes. Que la anécdota de Gibraltar no nos evite ver la dimensión, potencialmente devastadora, del problema.

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