miércoles, junio 08, 2016

Brexit o Bremain

Ayer por la noche, el canal 24 horas dedicó un programa especial de su “noche” a la cuestión, importantísima, del referéndum convocado en Reino Unido para el 23 de junio, tres días antes de nuestras segundas elecciones, sobre la permanencia o salida del país de la UE. El “Brexit” es la expresión que se usa para definir ese riesgo de salida de Britania del club europeo, y ese riesgo es creciente, ya que lo que parecía desde un principio una jugada arriesgada por parte de un Cameron al que le encantan los referéndums en el vilo (Escocia por los pelos) cada día que pasa se va enmarañando y ofreciendo un resultado, según las encuestas, más ajustado. Y por momento, partidario de dicha salida.

La situación del Reino Unido en la UE siempre ha sido muy particular. Poseedor de una economía fuerte, globalizada, socio privilegiado de los EEUU, con los que comparte idioma e historia, siempre ha estado practicando a un doble juego de permanencia y abandono, queriendo incorporarse a la carta, quedándose con las ventajas de la Unión pero tratando de aportar lo mínimo. A lo largo de los años esta postura ha causado muchos recelos entre el resto de miembros del club, pero la potencia económica británica, su papel en el mundo, y el recuerdo histórico de su papel en la II Guerra Mundial apaciguaban los ánimos. La entrada en circulación del Euro supuso el segundo gran paso de retirada de Londres del club de Bruselas (el primero fue el llamado cheque británico de la época Tatcher, por el que se desvinculaba de la política agracia común) y la instauración de una curiosa competencia económica, dado que la City sigue siendo el principal operador financiero del mundo, pero no usa los euros que mueve en cantidades astronómicas. Las propias tensiones en el seno del partido conservador, existentes en esta materia desde hace décadas, provocaron que Cameron, que es un sujeto al que le gusta mucho jugar a apuestas arriesgadas, presentase la propuesta de referéndum como uno de sus compromisos de la pasada campaña electoral, que le llevó a una inesperada mayoría absoluta. Muchos pensaban que esa propuesta sería de boquilla, pero Cameron no se achantó y convocó el año pasado una cita que llega en un par de semanas y que tiene a todo el mundo nervioso. Simplificando al extremo, y siendo por tanto inexacto, el país se ha dividido entre los antieuropeos, que encarnan las esencias patrióticas, los miedos al inmigrante, las personas de mayor edad, el inglés más puro y el populismo de brocha gorda. Boris Johnson, ex alcalde de Londres, aspirante a suceder a Cameron al frente de los conservadores, y Nigel Faragge, líder del extremista UKIP son sus principales adalides. Por los proeuropeos se movilizan las generaciones más jóvenes, urbanas, acostumbradas a empleos volátiles e inseguros, residentes en entornos donde ellos mismos han sido inmigrantes, el gran Londres, Escocia y todo lo que es menos inglés. Cameron, por la cuenta que le trae, encarna este bando, secundado por todos los organismos oficiales y líderes políticos no británicos (cierto, Trump apoya la salida, pero no quiero calificarlo como líder político). La campaña se ha polarizado sobre todo en torno al tema de la inmigración, no tanto la economía, y se apela a un voto de salida como manera de controlar unas fronteras que los populistas ven rotas y necesitadas de rearme. La campaña a favor de la permanencia también usa el miedo, a las consecuencias de la salida, y resulta por tanto poco atractiva para muchos votantes.

Más allá de las consecuencias económicas que para los británicos y resto de europeos (y mundo global) tendría un voto a favor del Brexit, las consecuencias políticas serían devastadoras. En un momento en el que la UE atraviesa una crisis existencial, en la que sólo quedan como opciones o avanzar decididamente hacia la integración o retroceder hacia la nada, la salida británica, además de descomponer el propio Reino Unido, abriría una caja de pandora de posibles consultas nacionales y regionales sobre la UE y otro tipo de estatus políticos que serían un duro golpe al proyecto europeo. Como dijo ayer el ministro Margallo, o los europeos luchamos por defender Europa, o los antieuropeos, que bien que luchan por deshacerla, ganarán.

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