Ayer por la noche, el canal 24
horas dedicó un programa especial de su “noche” a la cuestión, importantísima,
del referéndum convocado en Reino Unido para el 23 de junio, tres días antes de
nuestras segundas elecciones, sobre la permanencia o salida del país de la UE. El “Brexit” es la expresión que se
usa para definir ese riesgo de salida de Britania del club europeo, y ese
riesgo es creciente, ya que lo que parecía desde un principio una jugada
arriesgada por parte de un Cameron al que le encantan los referéndums en el
vilo (Escocia por los pelos) cada día que pasa se va enmarañando y ofreciendo
un resultado, según las encuestas, más ajustado. Y por momento, partidario de
dicha salida.
La situación del Reino Unido en
la UE siempre ha sido muy particular. Poseedor de una economía fuerte,
globalizada, socio privilegiado de los EEUU, con los que comparte idioma e
historia, siempre ha estado practicando a un doble juego de permanencia y
abandono, queriendo incorporarse a la carta, quedándose con las ventajas de la
Unión pero tratando de aportar lo mínimo. A lo largo de los años esta postura
ha causado muchos recelos entre el resto de miembros del club, pero la potencia
económica británica, su papel en el mundo, y el recuerdo histórico de su papel
en la II Guerra Mundial apaciguaban los ánimos. La entrada en circulación del
Euro supuso el segundo gran paso de retirada de Londres del club de Bruselas
(el primero fue el llamado cheque británico de la época Tatcher, por el que se
desvinculaba de la política agracia común) y la instauración de una curiosa
competencia económica, dado que la City sigue siendo el principal operador
financiero del mundo, pero no usa los euros que mueve en cantidades
astronómicas. Las propias tensiones en el seno del partido conservador,
existentes en esta materia desde hace décadas, provocaron que Cameron, que es
un sujeto al que le gusta mucho jugar a apuestas arriesgadas, presentase la
propuesta de referéndum como uno de sus compromisos de la pasada campaña
electoral, que le llevó a una inesperada mayoría absoluta. Muchos pensaban que
esa propuesta sería de boquilla, pero Cameron no se achantó y convocó el año
pasado una cita que llega en un par de semanas y que tiene a todo el mundo
nervioso. Simplificando al extremo, y siendo por tanto inexacto, el país se ha
dividido entre los antieuropeos, que encarnan las esencias patrióticas, los
miedos al inmigrante, las personas de mayor edad, el inglés más puro y el
populismo de brocha gorda. Boris Johnson, ex alcalde de Londres, aspirante a
suceder a Cameron al frente de los conservadores, y Nigel Faragge, líder del
extremista UKIP son sus principales adalides. Por los proeuropeos se movilizan
las generaciones más jóvenes, urbanas, acostumbradas a empleos volátiles e
inseguros, residentes en entornos donde ellos mismos han sido inmigrantes, el
gran Londres, Escocia y todo lo que es menos inglés. Cameron, por la cuenta que
le trae, encarna este bando, secundado por todos los organismos oficiales y líderes
políticos no británicos (cierto, Trump apoya la salida, pero no quiero
calificarlo como líder político). La campaña se ha polarizado sobre todo en
torno al tema de la inmigración, no tanto la economía, y se apela a un voto de
salida como manera de controlar unas fronteras que los populistas ven rotas y
necesitadas de rearme. La campaña a favor de la permanencia también usa el
miedo, a las consecuencias de la salida, y resulta por tanto poco atractiva
para muchos votantes.
Más allá de las consecuencias económicas que
para los británicos y resto de europeos (y mundo global) tendría un voto a
favor del Brexit, las consecuencias políticas serían devastadoras. En un
momento en el que la UE atraviesa una crisis existencial, en la que sólo quedan
como opciones o avanzar decididamente hacia la integración o retroceder hacia
la nada, la salida británica, además de descomponer el propio Reino Unido, abriría
una caja de pandora de posibles consultas nacionales y regionales sobre la UE y
otro tipo de estatus políticos que serían un duro golpe al proyecto europeo. Como
dijo ayer el ministro Margallo, o los europeos luchamos por defender Europa, o
los antieuropeos, que bien que luchan por deshacerla, ganarán.
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