Al parecer han sido tres los
terroristas suicidas que, en un ejercicio muy similar al que tuvo lugar hace
pocos meses en el aeropuerto de Bruselas, han
causado la muerte y destrucción en el principal aeródromo de Estambul, el
aeropuerto internacional Ataturk, uno de los más transitados del mundo con
más de sesenta millones de pasajeros al año. Un ataque coordinado, con ráfagas
de disparos sobre las personas que se encontraban en la terminal, junto con la
detonación de los cinturones explosivos que portaban los terroristas. El
balance, a esta hora, alcanza los 36 muertos y cientos de heridos. Desolador.
No es el primer gran atentado que
sufre Turquís. Es más, la cadencia de masacres terroristas que padece este país
desde hace meses es, sencillamente, insoportable. Apenas ha transcurrido medio
año desde el salvaje atentado que tuvo lugar en Ankara, junto a la estación
central de trenes, con más de un centenar de víctimas y, desde entonces, casi
cada mes, una nueva explosión o ataque sacuden al país, causando decenas de
muertos en cada ocasión, desestabilizando a una sociedad ya bastante
enfrentada, y dando alas de paso a Erdogan para imponer con más saña si cabe la
dureza de su régimen, que ya es una autocracia en todos los sentidos, y que se
encamina peligrosamente hacia una dictadura. Dos son las fuentes de este
terrorismo, una la clásica, el conflicto con los kurdos, reavivado por Erdogan
hace un par de años con ataques desde territorio turco contra las bases kurdas
que, pásmense, sirven a su vez para que esa población pueda atacar al DAESH en
la guerra siria. El frágil proceso de paz que se vivía en el país en el frente
turco saltó por los aires y varias facciones armadas anunciaron su vuelta a las
acciones terroristas, habiéndose atribuido algunas de las acaecidas en el país
en estos meses. El otro origen terrorista, que es el que puede estar detrás de
la matanza de esta noche en el aeropuerto, es el propio DAESH, el islamismo
radical con el que Turquía mantiene una ambigua y muy peligrosa relación de
amor odio. Ankara ataca a DAESH en la guerra de Siria, pero con escasa
convicción, y a la vez son muchas las fuentes, no sólo las de los enfadados
rusos, que señalan la colaboración de las autoridades turcas con los islamistas
radicales en los negocios que estos últimos realizan con el petróleo que, de
contrabando, venden para financiarse. Desde Ankara parece verse la guerra de
Siria como una oportunidad para, si no aumentar las fronteras, sí ampliar la
zona de influencia turca a territorios anteriormente sirios, que antaño fueron
parte de un imperio otomano que parece obnubilar al “neosultán” Erdogan. Por
obligaciones internacionales (Turquía pertenece a la OTAN) Ankara colabora en
los ataques contra DAESH, pero es obvio que tiene intereses cruzados sobre el
terreno, y eso hace muy difícil saber cuál es su posición real sobre lo que allí
pasa. Es innegable en todo caso que DAESH ha atacado en ocasiones anteriores el
territorio turco, porque colaborará con ellos pero no perdona el más mínimo
golpe militar, y lo que ha sucedido esta noche, por la forma de llevarlo a cabo
y por la relevancia mediática del objetivo, es un acto terrorista marca de la
casa islamista, por así llamarlo. El golpe, cruel y cruento, supone de paso la
puntilla al moribundo turismo turco, ya golpeado por anteriores atentados en el
centro turístico de Estambul, destroza por completo una de las fuentes de
financiación del país y de parte de sus habitantes, y lo condena a una mayor
pobreza, caldo perfecto para el cultivo de extremistas y, también, populismos
dictatoriales. Erdogan bien que lo sabe.
Una derivada interesante, e inquietante de este
atentado. Su modus operandi ha sido muy similar al de Bruselas, como antes
comentaba, y vuelve a poner de manifiesto que el terrorismo ha aprendido a
causar enormes daños en las instalaciones y servicio aéreo, con las
repercusiones económicas y sociales que ello tiene, sin que las medidas de
seguridad del acceso a los aviones puedan hacer nada, dado que el ataque se
produce antes de las mismas, en la zona de acceso libre de las terminales. La
falla de seguridad, enorme y de casi imposible solución, muestra que la carrera
armamentística contra el terrorismo no cesa y en ella los malos aprenden mucho,
y muy rápido. Desastrosa noticia desde todos los puntos posibles.
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