Ayer se confirmó que, dentro de
la gira de despedida de la presidencia de Obama, y enmarcada en el viaje a
Europa cuyo principal destino es la cumbre de la OTAN en Polonia, el
presidente de EEUU visitará España del 6 al 9 de Julio, pasando por las
ciudades de Sevilla, puesto el ojo en la base conjunta de Rota, y Madrid. Ayer,
al conocerse la noticia, circulaba el chascarrillo de si Obama iba a aprovechar
las fechas para pasarse por Pamplona y conocer los San Fermines, lo cual dice
ya bastante de nuestra (nula) seriedad. La contestación de circunstancias que
dio el portavoz de la Casa Blanca ante esa pregunta escondía, seguro, algo de
vergüenza ajena.
Es esta la primera visita a
España de un presidente norteamericano desde hace quince años, quince, que se
dice rápido. Tras el desplante de las banderas de ZP y el desaguisado de Irak
quedó claro que George W Bush no iba a volver a visitarnos nunca, cosa que los
primeros años del mandato de Zapatero fue exhibido como un valor en sí mismo y
los últimos como un baldón. La llegada de Obama al poder (recuerden, madre mía,
la conjunción planetaria de Pajín) se vio como la oportunidad del deshielo,
pero no ha sucedido tal cosa. La administración norteamericana ha logrado
alguno de sus principales objetivos en España, sobre todo el de la titularidad
y uso estratégico de las bases, caso de especial importancia el de Rota, pero
sabe que España es, en general, un socio poco fiable, disperso, y de una
opinión ante los asuntos estratégicos tan volátil como débil. El
antiamericanismo está muy impreso en gran parte de la ideología española, pese
a que el ciudadano de a pie lleve una vida que refleja por completo las
aspiraciones y estéticas del imperio norteamericano, y eso es conocido en
Washington y el resto de capitales. España como sociedad se ha desentendido por
completo de las cuestiones exteriores y, como mucho, sólo les presta atención
si es capaz de sacar tajada de ellas, pero rehúye compromisos y decisiones que
le puedan suponer costes de cualquier tipo, bien sean políticos, económicos o
sociales. No hace falta irse al otro lado del Atlántico para comprobarlo. Con
motivo de los crueles atentados que sufrió París en Noviembre, vimos una
procesión de políticos y líderes que visitaron algunos de los escenarios de la
masacre y honraron allí a las víctimas y condenaron a sus asesinos. Inmersos
como estábamos en una campaña electoral, que ya vimos para lo que sirvió, ningún
dirigente español se asomó por el bulevar Voltaire, no vaya a ser que fuera
visto por los potenciales electores como un acto que nos significase ante el terrorismo
y aumentase nuestro grado de amenaza (que ya es grande, tanto como el del resto
de naciones occidentales). Es decir, se actuó como siempre lo hacemos en política
internacional. Con desgana, con visión de muy corto plazo, con un cálculo
pacato de qué es lo que gano y lo que pierdo si hago algo, sin importarnos
mucho la opinión que nuestros socios puedan tener de nuestros actos y, en el
fondo, dando la impresión de que lo que sucede fuera de nuestras fronteras ni
nos va ni nos viene, cuando nunca ha sido así, y menos aún en estos tiempos
globalizados en los que al alcance de un dedo tenemos casi todo el planeta. Nuestra
visión, quizás fruto de un miedo sociológico al exterior y del peso de cuarenta
años de encierre cuartelero bajo un franquismo que renegaba de todo lo ajeno,
es muy perjudicial para nosotros mismos, y debemos cambiarla ya. Las empresas
españolas han empezado a hacerlo, forzadas por la crisis del mercado patrio, y
exportan sin complejos y con ratios sobre la economía local que son muy meritorios.
El resto del país y, desde luego, los políticos, debieran (también en esto)
aprender de ellas.
Cuando Obama nos visite, tras las ahora mismo
inciertas elecciones del 26J, se encontrará con un presidente en funciones,
Rajoy, que llevará seis meses en ese estado y que, quizás, sepa si seguirá en
el puesto o no. Habrá colas para hacerse una foto con el presidente de EEUU,
por parte de críticos y admiradores, que no regatearan esfuerzos, y seguro que
asistimos a escenas de papanatismo y provincianismo extremo para que todos
puedan salir lo más cerca posible del aura Obama en la imagen de la posteridad.
Y seguro que en esos momentos el presidente negro piensa, y se reafirma, en la
escasa seriedad que este “socio” le ha mostrado en sus años de mandato. A ver cómo
nos comportamos con él (o la) siguiente.
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