Si vivimos en la, potencialmente,
mejor época de la historia (y así lo creo) es debido, sobre todo, a que la ciencia y la
tecnología, siempre tan unidas, empiezan a ser capaces de dar soluciones a
problemas que jamás, a lo largo de la historia, habían sido abordados ni
planteados. En el campo de la medicina los paralíticos de diversos grados,
ciegos y demás personas que sufren de graves e incapacitantes enfermedades
empiezan no ya sólo a soñar, sino a percibir como cercana, una solución
tecnológica a sus males. Y eso que antes llamábamos milagro empieza a verse
como una cercana, próxima, realidad.
Álvaro es un pequeño niño que
ayer recibió el que quizás sea el juguete con el que más ha soñado en su vida.
Padece atrofia muscular espinal (AME), una enfermedad de la que apenas se nada,
pero que incapacita la movilidad y postra a los que la padecen en sillas de
ruedas, y los convierte en personas dependientes. Álvaro, a sus cinco años
quería andar y correr, como su hermano, dos años mayor, pero aún no había
podido hacerlo. Hasta ayer. Ayer
recibió su juguete, y se lo “puso”. Ese juguete no es un disfraz de
superhéroe, pero es lo más parecido a un traje dotado de superpoderes. Se trata
de un exoesqueleto fabricado por el CSIC que permite que Álvaro se mantenga en
pie y pueda andar. Sujeto al cuerpo por multitud de arneses, controlado por un
potente ordenador que Álvaro puede manejar, el exoesqueleto consta de un montón
de piezas de aluminio, articuladas, que replican la estructura, talla y
movimientos de las piernas de su usuario. Motorizado en todas sus
articulaciones, ejerce la fuerza que las piernas de Álvaro no son capaces de
hacer por su enfermedad y las mueve, llevando con ello el cuerpo. La idea del
exoesqueleto, tan antigua como los cangrejos y el resto de animales que, al
contrario que nosotros, lucen sus piezas en el exterior de su cuerpo, se planteó
como reto tecnológico hace ya muchos años, con vistas tanto para casos como el
de Álvaro como para su uso comercial como una forma alternativa de trabajo mecánico.
Imagínense que, llevando una estructura similar que replica nuestro cuerpo, y
que manejamos con nuestra mente, podemos levantar grandes y pesadas cargas sin
que nuestros huesos sufran lo más mínimo. Trabajos mecánicos, de la construcción
o de otras muchas áreas se verían notablemente simplificados y humanizados,
siendo liberadas las personas que en ellos desempeñan su labor de una muy
pesada carga, liberación literal. Pero esa excelente idea se ha topado con
numerosos problemas prácticos, y no sólo, pero también, financieros. La
replicación de los movimientos humanos no es tan sencilla como parece, y su
control menos aún. Se han necesitado muchos años de estudio de biomecánica para
poder construir estructuras que repliquen movimientos de manera natural, sin
tirones ni otros efectos negativos, y tanto el software como la capacidad de
procesamiento han tenido que mejorar mucho para que el ordenador que controla
estos dispositivos sea capaz de hacerlo con soltura, suavidad y respuesta ágil
en cada momento. Pero parece que el momento ha llegado. Álvaro es, en cierto
modo, un pionero, porque tras el vendrán otros muchos, no sólo discapacitados,
piensen ustedes en la cantidad de personas mayores que adolecen de movilidad
reducida y que una estructura de este tipo puede cambiar sus vidas, moviéndolas
literalmente. En unos años es probable que veamos estructuras de este tipo en
la calle y nuestras casas.
Por eso, por el esfuerzo tecnológico que suponen
estos avances, y por la inmensa, inimaginable para los que no padecemos (a día de
hoy) de discapacidades físicas de ningún tipo, la
concesión del Premio Princesa de Asturias a Hugh Herr, una de las principales
autoridades (y beneficiados) en el diseño de prótesis biomecánicas, es un pleno
acierto. En pocas ocasiones se ve tan clara la vinculación entre la más alta
tecnología y las enormes ventajas en calidad de vida que de ella se deducen. Herr
como visionario, Álvaro como pionero, forman parte de las generaciones que gracias
a su talento, imaginación y empeño, pueden ser capaces de poner fin a muchos de
los males que, desde siempre, nos han atenazado. Todos los aplausos del mundo
para ellos.
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