Desde el verano de 2008, en el
que todo reventó, nada ha sido como nos lo habían contado. Para los que
estudiamos económicas y nos gusta ese mundo, ha sido demoledor. Muchas de las
cosas de las que nos examinaron en la facultad se han revelado no ya como
falsas, sino tremendamente equivocadas de raíz. Supuestos básicos que daban
sentido a los modelos se han ido cayendo uno tras otro a medida que una crisis
que no podía suceder adquiría cada vez unas proporciones más majestuosas. No se
qué se estudiará en las aulas por las que pasé en los noventa, o en otras
similares. Si los planes de estudio no han cambiado, de poco sirve estar ahora
en esos pupitres.
Ayer el bono alemán a diez años,
la referencia de la deuda en Europa, el “bund”, sobre el que se calculan las
primas de riesgo del resto de países del continente (la diferencia de lo que
pagan de más los otros respecto a él) cotizó
por primera vez en negativo. Un absurdo, algo imposible, pero que ayer
sucedió. Así de simple. Como si para la física la ley de la gravedad se
suspendiera y las cosas empezasen a flotar. ¿Por qué pasó esto? Es complicado
de explicar, aunque la lógica, perversa, es sencilla. Un bono es un título de
lo que se denomina renta fija (el nombre ya parece engaños, y eso lía aún más).
Un título que le dice al portador que si deposita 100 euros en él el estado, en
este caso alemán, le pagará un x% fijado de interés anual sobre el valor
nominal, fijado seguro, y al cabo de 10
años recuperará el 100 capital invertido. Es un producto serios, solvente,
aburrido y objeto clásico de inversión por parte de ahorradores conservadores
de medio mundo que no quieren locuras en bolsa y valoran mucho la tranquilidad
de sus sueños. Dice la lógica que, cuando más serio es el emisor del bono,
menos interés tiene que ofrecer para que la gente confíe en él y le preste
dinero. Quien más fiable es, más fácil lo obtendrá y menso tendrá que pagar por
ello. Una vez emitido el bono, y comprado, en lo que se llama mercado primario
o de emisión, el bono cotiza en el llamado mercado secundario. Compradores de
muchos bonos, por ejemplo fondos de inversión, pueden querer sacar un margen
con ellos. Supongamos que ahora se descubre que los Mercedes alemanes tienen un
motor de cartón y todos se paran a la vez, con lo que la solidez de Alemania se
va a la porra. Usted, dueño del bono, ni se entera porque tiene un título
quieto, pero si quisiera venderlo ahora ese título tiene más riesgo de ser
cobrado, por lo que el comprador no lo valorará al precio de emisión, sino a
algo menos. Recuerde que pagó 100 euros por él, así que ahora a los mejor lo
puede vender por 100 euros menos algo, pongamos que lo vende por 90. Como el
interés que renta el bono es el mismo, rentará más sobre 100 que sobre 90 El
precio del bono ha bajado y su cotización subido (esto ya no parece tan fijo) y
si el bono se cobra al final, el que lo ha comprado a 90 gana más dinero que
usted, que lo compró a 100. Esto es lo que pasa con la deuda española o cualquier
otra periférica, cotiza por debajo de su valor nominal (muy por debajo en el
caso griego) y renta más, más cuanto mayor es el riesgo de impago. El supuesto
inverso es posible. Como el bono alemán es un activo tan seguro, ante una
situación de riesgo usted puede decidir demandarlo para buscar refugio, y el
precio del bono empieza a subir, pongamos a 105. Como el rendimiento sigue
siendo el mismo que a 100, usted ganara un porcentaje menor comprando a 105 que
el que lo compró a 100. El precio del bono sube y su rendimiento baja.
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