viernes, junio 17, 2016

El asesinato de la diputada británica Jo Cox

Cada vez tengo menos certezas, más dudas, menos soportes en mi vida, pero aún me quedan unas pocas. Una de ellas es que ninguna idea justifica el asesinato. Matar en nombre de una idea sólo supone matar, y de paso destruir esa idea. Hartos estamos todos del fanatismo y sus letales consecuencias. Vestido de integrismo religioso, nacionalismo o proyectos utópicos, sus principales ideologías, supedita al individuo a un fin social, al logro de una idea, de una aspiración. Y elimina a aquellos que no crean en ella o supongan un estorbo. El que mata en nombre de una idea sólo puede ser denominado como asesino. Sin excusa y justificación alguna.

La joven sangre de Jo Cox, desparramada junto a su cuerpo sobre el asfalto de una localidad de Yorkshire, es la última que es vertida en ese nauseabundo altar del fanatismo. Cox fue asesinada ayer, de manera violenta y cruel puede que por un perturbado, aún no está claro, en un incidente que tuvo lugar a la salida de un acto en una biblioteca pública. Afirman algunos testigos que el autor, el asesino, grito “Reino Unido primero” uno de los lemas de los partidarios del Brexit, antes de que disparase sobre la diputada laborista. La campaña del referéndum sobre la permanencia o no en la UE fue rápidamente suspendida al conocerse un hecho así, y es en el marco de esta campaña, y en el encono de las posturas que está generando en la sociedad británica, donde se produjo el cruel suceso de ayer. Cox, que deja marido y dos niños muy pequeños Hace dos días se produjo la llamada “batalla del Támesis”, una escena absurda, patética y deprimente, en la que un grupo de embarcaciones movilizadas por los partidarios del Brexit navegaban por el río exhibiendo propaganda a favor de la salida. Frente a ellas se reunió otro grupo de barcazas, que gritaban consigna a favor de la permanencia en la UE, y unos y otros comenzaron a lanzarse insultos, improperios y alguna lata de cerveza. Si Haendel, creador de la música acuática, hubiera visto eso se volvía a la tumba apesadumbrado. Cox, que vivía en una barcaza amarrada en las orillas del río, participó junto a su marido e hijos en esta escena de difícil descripción y aún más imposible comprensión. Aquí pueden verle a ella y toda su familia, en una pequeña lancha neumática, sujetando la bandera del IN, con los críos, salvavidas puesto, en la proa de la embarcación. Su último acto de campaña en este venenoso referéndum fue el de navegar por el río en el que vivía para defender que, como en las aguas, las fronteras no existen y que crearlas, reforzarlas, elevarlas, es sólo un producto de la mente, a veces cerrada y hostil, de los humanos. Pero me daría igual si ayer, en vez de Cox, el asesinado hubiera sido un representante de los grupos que votan por el “Leave” por marcharse de la UE. Todos tenemos ideas políticas, a veces acertadas, a veces no, en ocasiones lógicas, otras obtusas, como somos en la vida real. Pero esas ideas nunca pueden estar por encima de ninguno de los individuos que, para qué engañarnos, somos los creadores de las mismas. Sin ser humano, sin persona, no hay idea posible. Si el asesinado hubiera sido poseedor de ideas contrarias, hoy Cox estaría tan conmocionada como lo está el Reino Unido y, con ellos, la UE, que ve como un representante político de sus ciudadanos acaba su carrera en la democracia tendida en el suelo, en un charco de sangre, con una sábana camino de cubrir su cuerpo, en una escena que nos recuerda a los años del terrorismo etarra o norirlandés, a la época de las Brigadas Rojas italianas, a tantos y tantos momentos del pasado que creíamos superados pero que, como las pesadillas, siempre vuelven.

Sea cual sea la causa final que haya motivado el asesinato de Cox, y el papel que la perturbada personalidad de su asesino haya jugado en ello, el referéndum del Brexit ya ha provocado pérdidas irreparables, destrozos y desgarros en la sociedad británica y en el conjunto de la UE. Y sobre todo, deja a un viudo joven y a dos críos, que hace un par de días no sabían si jugaban o no sobre las aguas caudalosas del inmenso río de su ciudad, pero que tenían a su madre y padre al lado. Ayer por la tarde la perdieron para siempre, y probablemente nunca entiendan el por qué. Eso es lo más cruel de todo, lo que ninguna consulta ni refrendo ni dirigente político jamás podrá darles respuesta.

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