Cada vez tengo menos certezas,
más dudas, menos soportes en mi vida, pero aún me quedan unas pocas. Una de
ellas es que ninguna idea justifica el asesinato. Matar en nombre de una idea
sólo supone matar, y de paso destruir esa idea. Hartos estamos todos del
fanatismo y sus letales consecuencias. Vestido de integrismo religioso,
nacionalismo o proyectos utópicos, sus principales ideologías, supedita al
individuo a un fin social, al logro de una idea, de una aspiración. Y elimina a
aquellos que no crean en ella o supongan un estorbo. El que mata en nombre de
una idea sólo puede ser denominado como asesino. Sin excusa y justificación
alguna.
La
joven sangre de Jo Cox, desparramada junto a su cuerpo sobre el asfalto de una
localidad de Yorkshire, es la última que es vertida en ese nauseabundo
altar del fanatismo. Cox fue asesinada ayer, de manera violenta y cruel puede
que por un perturbado, aún no está claro, en un incidente que tuvo lugar a la
salida de un acto en una biblioteca pública. Afirman algunos testigos que el
autor, el asesino, grito “Reino Unido primero” uno de los lemas de los
partidarios del Brexit, antes de que disparase sobre la diputada laborista. La
campaña del referéndum sobre la permanencia o no en la UE fue rápidamente
suspendida al conocerse un hecho así, y es en el marco de esta campaña, y en el
encono de las posturas que está generando en la sociedad británica, donde se
produjo el cruel suceso de ayer. Cox, que deja marido y dos niños muy pequeños
Hace dos días se produjo la llamada “batalla del Támesis”, una escena absurda,
patética y deprimente, en la que un grupo de embarcaciones movilizadas por los
partidarios del Brexit navegaban por el río exhibiendo propaganda a favor de la
salida. Frente a ellas se reunió otro grupo de barcazas, que gritaban consigna
a favor de la permanencia en la UE, y unos y otros comenzaron a lanzarse
insultos, improperios y alguna lata de cerveza. Si Haendel, creador de la
música acuática, hubiera visto eso se volvía a la tumba apesadumbrado. Cox,
que vivía en una barcaza amarrada en las orillas del río, participó junto a su
marido e hijos en esta escena de difícil descripción y aún más imposible
comprensión. Aquí pueden verle a ella y toda su familia, en una pequeña lancha
neumática, sujetando la bandera del IN, con los críos, salvavidas puesto, en la
proa de la embarcación. Su último acto de campaña en este venenoso referéndum
fue el de navegar por el río en el que vivía para defender que, como en las
aguas, las fronteras no existen y que crearlas, reforzarlas, elevarlas, es sólo
un producto de la mente, a veces cerrada y hostil, de los humanos. Pero me daría
igual si ayer, en vez de Cox, el asesinado hubiera sido un representante de los
grupos que votan por el “Leave” por marcharse de la UE. Todos tenemos ideas políticas,
a veces acertadas, a veces no, en ocasiones lógicas, otras obtusas, como somos
en la vida real. Pero esas ideas nunca pueden estar por encima de ninguno de
los individuos que, para qué engañarnos, somos los creadores de las mismas. Sin
ser humano, sin persona, no hay idea posible. Si el asesinado hubiera sido
poseedor de ideas contrarias, hoy Cox estaría tan conmocionada como lo está el
Reino Unido y, con ellos, la UE, que ve como un representante político de sus
ciudadanos acaba su carrera en la democracia tendida en el suelo, en un charco
de sangre, con una sábana camino de cubrir su cuerpo, en una escena que nos
recuerda a los años del terrorismo etarra o norirlandés, a la época de las
Brigadas Rojas italianas, a tantos y tantos momentos del pasado que creíamos
superados pero que, como las pesadillas, siempre vuelven.
Sea cual sea la causa final que haya motivado el
asesinato de Cox, y el papel que la perturbada personalidad de su asesino haya jugado
en ello, el referéndum del Brexit ya ha provocado pérdidas irreparables, destrozos
y desgarros en la sociedad británica y en el conjunto de la UE. Y sobre todo,
deja a un viudo joven y a dos críos, que hace un par de días no sabían si
jugaban o no sobre las aguas caudalosas del inmenso río de su ciudad, pero que
tenían a su madre y padre al lado. Ayer por la tarde la perdieron para siempre,
y probablemente nunca entiendan el por qué. Eso es lo más cruel de todo, lo que
ninguna consulta ni refrendo ni dirigente político jamás podrá darles respuesta.
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