viernes, mayo 06, 2016

Haciendo el ridículo en el Mercadona

Los que me conocen saben que no me gusta ir a hacer compras, aunque sean necesarias. Cuando llego a Elorrio tengo la lista hecha por mi madre para el sábado por la mañana, y en Madrid, una vez por semana más o menos, acudo a rellenar un stock de cosas que tengo en casa. Compro más o menos lo mismo de una manera automatizada y no pienso en casi nada mientras lo hago, con el deseo de que todo pase rápido. Súmenle a ello mi torpeza física y falta de destreza con las cosas que para el resto de personas son normales y podrán entender algunas de las situaciones que me suceden habitualmente. Ayer dos de golpe.

Compré plátanos, y los metí en su bolsa para ser pesados y adherir a ella la etiqueta con el precio. Soy un incapaz para hacer nudos, por lo que tardé lo mío en hacer uno para dejar la bolsa cerrada, y acabó siendo un churro de plástico más que un nudo. Con la bolsa depositada en la cesta (horribles cestas, por cierto. Roig, cámbialas!!!) fue cogiendo otras cosas y el churro nudo de deshizo, sin esfuerzo alguno, y la bolsa se quedó abierta. En un momento dado me vivo un vigilante jurado para advertirme de que tenía la bolsa abierta y de que debía ir a la báscula para comprobar que no había metido más plátanos de los que marcase la etiqueta. Yo le dije que no me dedicaba a robar plátanos, no es mi pasión, pero estaba cansado, no tenía ganas de discutir y tenía pocas opciones ante aquel armario, así que volvía a la zona de frutas, cogía la bolsa abierta, la deposité en la báscula y el peso que marcó era, exactamente, el que figuraba en la etiqueta. El vigilante se quedó satisfecho, cogió la bolsa e hizo un nudo en tres nanosegundos que seré incapaz de soltar en toda mi existencia futura, por lo que rasgaré la bolsa cuando vaya a abrirla. Tras ello volví a mi recorrido de compra y, al acabarla, llegué a las cajas de pago. Poco a poco, con una sola mano, dado que en la otra sostenía un libro y un paraguas, fui sacando los enseres y depositándolos en la cinta. Al llegar mi turno le pedí al dependiente una bolsa grande de plástico para llevármelo todo, que me dio, y empecé a meter los productos en ella poco a poco, mientras que las hábiles manos del cajero los facturaban y cobraban a una velocidad que ya quisiera para sí el McLaren de Alonso. En medio de la avalancha me lie a la hora de organizar los productos en la bolsa para optimizar el espacio y el transporte, y tuve unos segundos de parón para pensar como reorganizarlo y, de paso, pagar. Una vez cobrado todo, ahí estaba con la bolsa medio llena, desordenada, y varias cosas al final de la cinta, y un par de chicas esperando, dado que su carro, atestado de cosas, se vaciaba a la misma y eficaz velocidad a la que me habían llegado mis cosas, y sus productos, como si fueran una riada de primavera, llegaban a juntarse con los míos, lo que me complicaba más aún la labor de cogerlos y meterlos en la condenada bolsa, que en ese momento empezaba a superar mis capacidades. El cajero, viendo que se le empezaba a montar un pequeño atasco, frenó algo su ritmo, pero eso ya no servía de nada, Tras unos segundos de parada, que a todo el mundo se le debieron hacer eternos, me indicó que, por favor, me retirase a una esquina del extremo de la caja para que allí llenase mi bolsa y no obstaculizase al resto de clientes que, sobre todo las dos chicas, me miraban con una cara de cierto hastío y conmiseración. Arrastré los productos que me quedaban al margen, dejé el paso abierto y allí, en la esquina, llené la bolsa sin orden ni concierto, con la única idea de salir de allí cuanto antes.

Como todo estaba metido en desorden, el aspecto del conjunto era propio de una moderna obra de arte y su estabilidad, nula. Cuando la levanté me di cuenta de todo lo que pesaba y que sólo el camino hasta la boca del metro cercana iba a ser complicado, por lo que me resigné a no pasarlo nada bien hasta que llegase a casa, en un viaje algo circense con un paraguas, libro y bolsa del demonio que, cuando la posaba en el suelo, ya podía encerrarla entre unas muy arqueadas pierna para que todo su contenido no acabase, como un pequeño vertedero, desperdigado junto a mis pies. A veces, como ayer, conseguir llegar a casa y sentarse en el sofá es un triunfo, pero no evita la sensación de derrota. Mercadona 2, yo 0.

4 comentarios:

peich dijo...

Me he reído cantidad con tu post de hoy. Y no de ti.
Por favor más como este.

MMO dijo...

https://www.mercadona.es/ns/entrada.php?js=1

XDDDDDDDDDDDDDDDDDDD

Unknown dijo...

Qué risa!! Me lo estaba imaginando con toda realidad, como si estuviera allí, qué gracioso!! Entiendo que no debió de ser muy agradable pero has sacado a la situación mucho jugo, con mucho humor. Gracias por compartirlo!

David Azcárate dijo...

Muchas gracias a todos!!!!!! Y es que de una anécdota se puede sacar mucho jugo (hasta de los plátano mismos)