Hoy
se celebran en Reino Unido elecciones regionales y locales. Son las
primeras desde las que dieron la mayoría absoluta, de manera inesperada, a los
conservadores de David Cameron el año pasado. Algunos apuntan a que pueden
servir de sondeo de cara al ya próximo referéndum sobre la permanencia en la
UE, pero no lo veo así, dada la división al respecto entre los partidos que se
presentan. De entre todos los resultados, uno es el que va a llamar toda la
atención, y es el de la alcaldía de Londres. Tras años de polémico mandato, el
curioso Boris Johnson deja el cargo y será relevado en una elección que dice
muchísimo sobre el país y, curiosamente, toda Europa.
Londres es la mayor ciudad de
Europa y, como leí hace unos días, no recuerdo dónde, su elección de alcalde es
la tercera en dimensión en lo que hace a electores directos en el continente,
por detrás de la presidencia francesa y portuguesa. La economía de la ciudad está
desatada, descontrolada señalan algunos, con una incesante burbuja proveniente
tanto del dinamismo propio como de los capitales de millonarios de todo el
mundo que han visto en la City y sus aledaños el destino perfecto para sus
fortunas. El precio de la vivienda no deja de crecer y provoca que muchos
londinenses sean incapaces de afrontar los gastos en sus barrios, convertidos
en muchos casos en guetos para ricos, semivallados y con accesos restringidos.
La ciudad no deja de crecer en población, atraída por ese éxito económico, y
son cerca de dos mil personas, si no recuerdo mal, las que cada jornada se
suman a este monstruo que no deja de crecer a lo largo del Támesis y a lo alto
de su cielo, con cientos de grúas que levantan torres de pisos y oficinas que
no dan abasto. Su transporte público, carísimo, no es capaz de abordar esta
marea humana y los grandes planes de ampliación que ahora se están llevando a
cabo se hacen con el objeto de que no crezca el caos reinante en el futuro.
Buscan estabilizar al enfermo más que mejorarlo. Pues bien, en este centro del
mundo son dos los candidatos que aspiran a su alcaldía. Por el partido
conservador, Zac Goldsmith, representante de la clásica nobleza patricia
british, educado en Eton, con un perfil social y personal muy parecido a
Cameron, muy rico y que no desentonaría demasiado entre las mansiones de
Chelsea y los últimos pisos de oficinas de la City. Por el bando laborista,
Sadiz Khan, hijo de taxista inmigrante, reflejo del ascenso social de los que
han trabajado mucho por y en la ciudad, musulmán y estandarte de la Londres
cosmopolita, abierta y multicultural, en el buen sentido de ese manido término.
Ambos contrincantes parecen caricaturas de los extremos de la ciudad, y en
cierto modo lo son. Polarizan mucho el voto y fuerzan a los electores a escoger
entre alternativas completamente opuestas, que simplifican en exceso las múltiples
opciones de gobierno. Zac encarna más para los conservadores su imagen de
partido y sociedad que Sadiz para los laboristas, que se encuentran más
divididos entre sus alas posibilistas y radicales, pero son ellos los que en
una campaña dura y sucia se han enfrentado y, hoy, jueves, que hasta parea esto
son raros en el Reino Unido, verán hasta qué punto sus opciones se hacen realidad
o se convierten, como los candidatos derrotados en este tipo de votaciones, en
meros recuerdos, o más bien, en olvidos.
Las encuestas ponen por delante al candidato
laborista, con muchos puntos de ventaja hace unos meses, menos a medida que ha
avanzado la campaña, tanto por el lógico fragor de la misma como por la absurda
polémica sobre el antisemitismo en la que parte del partido laborista se ha
embarcado, dejando claro nuevamente que hay sectores de izquierda allí y aquí
que se identifican más con el extremismo de Le Pen que con la libertad de las
sociedades iguales (en todas partes se cometen los mismo errores). Si Sadiz
gana, se convertirá en el primer alcalde musulmán de una capital europea. Eso
también refleja la revolución que se vive en el sustrato de nuestras
sociedades. Por eso, también, la votación
de hoy es importante.
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