viernes, mayo 20, 2016

Otro avión (egipcio) desaparecido

La racha de desastres aéreos que llevamos los últimos meses es de las malas, aunque la verdad es que no pueden ser calificados en ningún caso de accidentes. Hace poco se cumplió el aniversario del desastre de los Alpes, causado por el suicidio, que no quiso que fuera en solitario, de un copiloto cuyo nombre no quiero ni aludir. En verano tuvo lugar al destrucción de un vuelo del Sinaí a San Petersburgo, en el que fallecieron más de doscientas personas, casi todas ellas turistas rusos. La tragedia se produjo por una bomba introducida en una lata de refresco que, a la altura a la que explotó, bastó para condenar al avión. Entre decisiones premeditadas y atentados los aviones se caen, sí, pero no fallan.

¿Estamos ante un caso similar en el vuelo de Egypt Air desaparecido ayer? No se sabe aún, aunque muchas fuentes así lo sospecha. El viaje comenzó en el, presuntamente, muy seguro aeropuerto de París Charles de Gaulle, con rumbo a El Cairo. El rastro del vuelo fue normal hasta que dejó de ser detectado por los radares griegos sobre el Mediterráneo, cuando ya le quedaba poco más de una hora para llegar a su destino. Al parecer el avión realizó dos giros imprevistos, uno de noventa grados en un sentido y luego otro giro, completo, en el sentido inverso. Y se esfumó. Algunos restos aparecieron ayer flotando a la altura de algunas islas griegas y en principio se tomaron como fragmentos de ese vuelo, pero a última hora del día el gobierno griego desmentía que tuvieran que ver con él. Así que de momento reina la confusión, lo único seguro es que el vuelo no ha llegado, lo más probable es que se haya estrellado en un punto no identificado y la hipótesis del atentado está sobre la mesa, pero no se confirma del todo. En el caso del vuelo ruso de septiembre parece que la bomba fue introducida en el avión gracias a la ayuda de personal de tierra del aeropuerto, islamistas que allí trabajaban y que encontraron una vía alternativa a la seguridad absoluta que impide a los pasajeros meter objetos sospechosos en la cabina (de hecho casi es imposible introducir a los pobres pasajeros, dada la rigurosidad de los controles en algunos casos). Si el avión no ha sido derribado por un ataque exterior, por el impacto de un misil u otro tipo de proyectil lanzado desde tierra, el atentado, de haberse producido, requeriría un modus operandi similar al del caso anterior, es decir, con colaboración del personal de, en este caso, el aeropuerto parisiense. Eso sería muy grave. Ya lo fue en el caso del avión ruso, pero los expertos daban por sentado que la seguridad del aeropuerto de Sharm El Sheij, la zona turística desde la que partió aquel vuelo, era menor que la de cualquier aeropuerto occidental, y más si tenemos en cuenta que gran parte de la península del Sinaí, en cuyo extremo sur se encuentra ese lujoso enclave turístico, es tierra de nadie semicontrolada por las bandas yihadistas de DAESH. “Cosas que pueden pasar ahí fuera” venían a decir aquellas explicaciones. Pero ahora la posibilidad de que algo así haya sucedido en un aeropuerto internacional de primer nivel sería una noticia muy seria. Recordemos que Francia sigue en estado de excepción, renovado precisamente ayer hasta finales de julio, tras los atentados de noviembre, y que los ataques islamistas de Bruselas en marzo mostraron que miembros de esa banda de fanáticos habían estudiado en detalle las instalaciones y formas de funcionamiento del aeropuerto de Zaventem, en este caso para la confección de un atentado en las instalaciones de acceso a la facturación del mismo, pero en ningún caso se ha descartado la opción de que personal del propio aeropuerto hubiera colaborado con aquellos terroristas. ¿Existe una brecha de seguridad interna en nuestros aeropuertos? ¿Han encontrado los terroristas la forma de burlar los controles del pasaje, no recurriendo a él como forma de introducción de explosivos?


Estas preguntas y muchas otras, de gran importancia, siguen en el aire mientras lo que parece seguro es que ahí no se encuentra el avión desaparecido. La angustia de las familias de los viajeros, siempre inmensa en estas situaciones, no deja de acrecentarse ante la espera sin noticias ni resultados. El área de búsqueda de posibles restos es, en este caso, más pequeña y localizada que en siniestros anteriores, por lo que no debiera tardarse demasiado en encontrar evidencias, restos y fragmentos del avión. En todo caso el aspecto que tiene el suceso es muy feo, y de confirmarse la hipótesis terrorista, nos situaría ante un grave y no previsto problema de seguridad. A ver qué es lo que finalmente ha sucedido.

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