La racha de desastres aéreos que
llevamos los últimos meses es de las malas, aunque la verdad es que no pueden
ser calificados en ningún caso de accidentes. Hace poco se cumplió el
aniversario del desastre de los Alpes, causado por el suicidio, que no quiso
que fuera en solitario, de un copiloto cuyo nombre no quiero ni aludir. En
verano tuvo lugar al destrucción de un vuelo del Sinaí a San Petersburgo, en el
que fallecieron más de doscientas personas, casi todas ellas turistas rusos. La
tragedia se produjo por una bomba introducida en una lata de refresco que, a la
altura a la que explotó, bastó para condenar al avión. Entre decisiones
premeditadas y atentados los aviones se caen, sí, pero no fallan.
¿Estamos
ante un caso similar en el vuelo de Egypt Air desaparecido ayer? No se sabe aún,
aunque muchas fuentes así lo sospecha. El viaje comenzó en el, presuntamente,
muy seguro aeropuerto de París Charles de Gaulle, con rumbo a El Cairo. El
rastro del vuelo fue normal hasta que dejó de ser detectado por los radares
griegos sobre el Mediterráneo, cuando ya le quedaba poco más de una hora para
llegar a su destino. Al parecer el avión realizó dos giros imprevistos, uno de
noventa grados en un sentido y luego otro giro, completo, en el sentido
inverso. Y se esfumó. Algunos restos aparecieron ayer flotando a la altura de
algunas islas griegas y en principio se tomaron como fragmentos de ese vuelo,
pero a última hora del día el gobierno griego desmentía que tuvieran que ver
con él. Así que de momento reina la confusión, lo único seguro es que el vuelo
no ha llegado, lo más probable es que se haya estrellado en un punto no
identificado y la hipótesis del atentado está sobre la mesa, pero no se
confirma del todo. En el caso del vuelo ruso de septiembre parece que la bomba
fue introducida en el avión gracias a la ayuda de personal de tierra del
aeropuerto, islamistas que allí trabajaban y que encontraron una vía
alternativa a la seguridad absoluta que impide a los pasajeros meter objetos
sospechosos en la cabina (de hecho casi es imposible introducir a los pobres
pasajeros, dada la rigurosidad de los controles en algunos casos). Si el avión
no ha sido derribado por un ataque exterior, por el impacto de un misil u otro
tipo de proyectil lanzado desde tierra, el atentado, de haberse producido,
requeriría un modus operandi similar al del caso anterior, es decir, con
colaboración del personal de, en este caso, el aeropuerto parisiense. Eso sería
muy grave. Ya lo fue en el caso del avión ruso, pero los expertos daban por
sentado que la seguridad del aeropuerto de Sharm El Sheij, la zona turística
desde la que partió aquel vuelo, era menor que la de cualquier aeropuerto
occidental, y más si tenemos en cuenta que gran parte de la península del Sinaí,
en cuyo extremo sur se encuentra ese lujoso enclave turístico, es tierra de
nadie semicontrolada por las bandas yihadistas de DAESH. “Cosas que pueden
pasar ahí fuera” venían a decir aquellas explicaciones. Pero ahora la posibilidad
de que algo así haya sucedido en un aeropuerto internacional de primer nivel
sería una noticia muy seria. Recordemos que Francia sigue en estado de excepción,
renovado precisamente ayer hasta finales de julio, tras los atentados de noviembre,
y que los ataques islamistas de Bruselas en marzo mostraron que miembros de esa
banda de fanáticos habían estudiado en detalle las instalaciones y formas de
funcionamiento del aeropuerto de Zaventem, en este caso para la confección de
un atentado en las instalaciones de acceso a la facturación del mismo, pero en
ningún caso se ha descartado la opción de que personal del propio aeropuerto
hubiera colaborado con aquellos terroristas. ¿Existe una brecha de seguridad
interna en nuestros aeropuertos? ¿Han encontrado los terroristas la forma de
burlar los controles del pasaje, no recurriendo a él como forma de introducción
de explosivos?
Estas preguntas y muchas otras,
de gran importancia, siguen en el aire mientras lo que parece seguro es que ahí
no se encuentra el avión desaparecido. La angustia de las familias de los
viajeros, siempre inmensa en estas situaciones, no deja de acrecentarse ante la
espera sin noticias ni resultados. El área de búsqueda de posibles restos es,
en este caso, más pequeña y localizada que en siniestros anteriores, por lo que
no debiera tardarse demasiado en encontrar evidencias, restos y fragmentos del
avión. En todo caso el aspecto que tiene el suceso es muy feo, y de confirmarse
la hipótesis terrorista, nos situaría ante un grave y no previsto problema de
seguridad. A ver qué es lo que finalmente ha sucedido.
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