martes, mayo 10, 2016

Tres hombres, periodistas, libres del terror

La gran, muy esperada, y magnífica noticia del fin de semana, ha sido la liberación de los tres periodistas españoles que, desde hace casi un año, permanecían retenidos por Al Nusra, filial de Al Queda, en el infierno de Siria. Antonio Pampliega, José Manuel López y Ángel Sastre acudieron como freelance, sin cobertura de gran empresa y con medios precarios, al avispero de Alepo en medio de unos combates feroces, y de unas partes que han visto a la prensa como jugoso bocado con el que traficar y hacer sucios negocios. Su secuestro supuso una conmoción, pero la discreción requerida ha hecho que apenas hablemos de ellos desde entonces.

Ayer Ángel Sastre fue entrevistado en La Brújula de Onda Cero, en una charla muy emotiva (escúchenla, merece mucho la pena) con David del Cura, presentador del programa y, sobre todo, amigo. Sastre mostraba un tono de voz elevado, normal, sorprendentemente normal, sabiendo lo que acababa de pasar en su vida, y en sus declaraciones transmitía esa sensación de extraña normalidad que, por momentos, confundía. Sin embargo, en algunos requiebros o momentos, se dejaba ver, más bien oír, vacilaciones, dudas, síntomas del miedo que, hoy y aún muchos días, Sastre va a tener muy pegado en el cuerpo. Se le notaba como recién salido de una cámara de descompresión, sin ser muy consciente aún de lo que ha vivido ni de dónde se encuentra ahora. La experiencia que han pasado esos tres hombres es durísima, insoportable. Para ellos, acostumbrados a trabajar en condiciones adversas, rodeados de peligros, ha debido suponer todo un trauma, por lo que piensen por un momento su a usted o a mi, tranquilos y blanditos habitantes de las organizadas sociedades occidentales, nos pasa algo similar. El relato de Sastre tenía mucho en común con el de otros secuestrados, como los de ETA, en los que la necesidad de mantener la estabilidad mental era lo prioritario, más allá de la condiciones físicas del cautiverio. Tener la mente ocupada, mantener un objetivo firme, asumir que la vida de uno no está en sus manos sino en la de los captores y, pese a ello, tratar de controlarla, de no dejarse llevar, ha sido la guía que ha permitido a cautivos como Ortega Lara, Cosme Delclaux o Emiliano Revilla poder soportar su infierno. Un infierno que, recordemos, nunca se sabe ni cuándo ni cómo va a terminar. El sadismo con el que los islamistas han mostrado la forma en la que “resuelven” los secuestros obligaba a los tres periodistas y a sus familiares a estar preparados para soportar la peor de las ideas, unida a su obscena propagación por parte de esos bárbaros. Sólo los familiares de ellos, que han permanecido en un secuestro interior, rodeados de libertad durante estos meses, pueden entender la angustia, el calvario por el que han pasado sus seres queridos, y el abrazo de amor puro, desatado con el que les recibieron el Domingo en una empapada pista de aterrizaje de Torrejón de Ardoz supuso, también para ellos, el principio del fin de ese cautiverio virtual en el que se encontraban. Fue la de ese domingo la primera mañana desde hacía muchas en las que el temor a que una llamada oficial les avisara de lo peor, o de que, directamente, en su ordenador, pudieran ver un vídeo yihadista en el que uno de sus familiares fuera protagonista de una infamia. En ese abrazo compulsivo, en esa carrera que dan los familiares empiezan, como en la escena de Forrest Gump, a romperse los grilletes que les han mantenido presos a todos durante casi un año.


Poco a poco Pampliega, López y Sastre van a ir asimilando todo lo sucedido, siendo conscientes de los detalles de su cautiverio, y de lo que pueden contar de él y lo que, sin duda, jamás relatarán, porque hay cosas que se viven que no se pueden contar a nadie, ya que no hay quien las soporte. Su vida les ha sido devuelta y sus familiares ya les tienen otra vez en casa. Desde aquí mi reconocimiento a los funcionarios y profesionales que, durante estos meses, han trabajado en las sombras para traerlos a la luz, y un abrazo a todos ellos. Y por supuesto, a los tres periodistas y a todos los suyos. Bienvenidos a casa, curaros de vuestras heridas, las que se ven y, sobre todo, las que no se ven, en la compañía que durante tanto tiempo os fue arrebatada.

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