Polémica intensa la que se ha
organizado en torno a la concesión del Nobel
de literatura a Bob Dylan, con acérrimos partidarios y detractores, en la
más pura de las tradiciones hispánicas. En este país, donde tan poca gente lee
y con tanto orgullo se presume de no tener libros, todos estamos enzarzados
sobre si ese premio está justamente otorgado o no, sobre si es una tomadura de
pelo o el reconocimiento a una obra singular que, convertida en música, es
sobre todo poética. Dense una vuelta por la web y verán opiniones para todos
los gustos, apasionadas y llenas de razones, o no.
Poco les puedo decir yo, porque
más allá de algunas de las canciones mítica de Dylan, que todos hemos
escuchado, y de estribillos traducidos y frases hechas que los utilizan,
desconozco el contenido de la obra de Dylan. No la he leído nunca. Ni si quiera
he escuchado todas sus canciones, porque no es ha sido para mi el cantante de
referencia, ni mucho menos. Su esplendor me pilló cuando aún no existía y los
años posteriores no me han permitido reencontrarlo. Pero yendo al fondo del
asunto, el Nobel premia literatura, expresión escrita, “arrejuntamiento” de
palabras que llegan al corazón del lector, bien sea en prosa, en verso o en
diálogo teatral. ¿Produce eso Dylan? Serán los que le han leído los que tengan
que pronunciarse, pero no tengo en principio prejuicio alguno ante su obra, que
ya muchos habían destacado en el pasado más por su calidad literaria que por la
musical. En las quinielas oficiosas que se hacen todos los años el nombre de
Dylan solía figurar de manera ocasional, no siempre, pero no era raro verlo,
hecho que revela que sus letras tenían ya un valor para muchos. Ahora tocará
quizás publicarlas en castellano, que no se ni siquiera si existe una edición,
completa o parcial, y que como sonetos y poemas, sean leídos por nosotros y,
por tanto, valorados como realmente deben serlo. El único caso que se me ocurre
con el que, presuntamente, podríamos comparar el trabajo de Dylan en España
sería el de Joaquín Sabina, cuyas canciones todos conocemos más o menos y cuyas
letras llegan al corazón de muchos a los que no les gusta su música. ¿Es Sabina
merecedor del Cervantes? ¿Qué opinaría usted si se le otorgase dicho premio?
¿Se apuntaría al bando de los defensores del jurado o de los detractores? Creo
que estas preguntas tienen más sentido referidas a un Sabina al que todos
conocemos, y sobre todo entendemos, que a un Dylan que para muchos es una
figura pero, para casi todos, es un susurrante en inglés del que apenas se
entiende una palabra. Muchas veces he escuchado encendidos elogios de las
letras de Sabina, y se debe reconocer que sus textos son, en muchos casos, lo más
parecido a la poesía que han escuchado, y recitado, miles, millones de
españoles, sobre todo de generaciones jóvenes. Y si esas letras, esa poesía ha
servido para que alguno de los que la haya escuchado se introduzca en ese
mundo, le pique el gusanillo y se ponga a leer a otros autores, más que merecido
sea el premio que se le otorgue. He defendido en público que, por ejemplo,
Stephen King sería merecedor del Nobel, porque practica una literatura muy
buena, que engancha, atrapa, divierte y entretiene. Parece que, por defecto,
debemos de premiar a los que no conocemos, no venden y no entretienen. Y eso no
debe ser así. La obra literaria puede ser más o menos compleja, accesible y
despejada, pero tiene que hacer disfrutar al lector, porque sin lector puede
haber escritor, sí, pero no literatura. ¿Dylan lo logra? Pues entonces premio
bien dado.
¿Quieren que le ponga una pega al
premio? Venga, pero no por el premiado, le reitero, sino por la idea
preconcebida que tenemos de que el jurado del Nobel reparte el premio, entre
otras cuestiones, por nacionalidades, por lo que a EEUU no le volverá a tocar
en bastante tiempo, y eso hace que el gran Philip Roth pueda quedarse sin el
premio que le falta, premio que merece por encima de casi todos, si me lo
permiten. La obra de Roth, inmensa, es mucho más áspera y ácida que muchas
canciones, sean o no de cantautor, y
como cuenta Karina Sainz Borgo en este fenomenal artículo, puede ser el gran
damnificado del premio concedido ayer. Ojalá nos equivoquemos. Felicidades
a Dylan, y segamos esperando a Roth
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