En política, como en muchas otras
cosas en la vida, las estrategias deben ser valoradas por sus resultados
finales, no por sus planteamientos a priori. Si he ganado un partido, lo hice
bien, jugara como jugase, y si consigo ser investido como Presidente del
Gobierno, también mi táctica ha resultado ser la correcta, pese a todas las críticas
y dudas que hubieran surgido en torno a ello. Eso es lo que debe estar pensando
ahora Rajoy
que, trescientos y poco días después, afronta esta tarde una nueva investidura
en la que, esta vez sí, con la abstención de algunos socialistas, le proclamará
nuevamente Presidente, y esta vez de verdad, no en funciones.
Eso sí, presidirá Rajoy un gobierno
débil en medio de la ruina política del país, tras un año convulso en el que la
credibilidad de los gobernantes es nula entre los gobernados. El daño
infringido al sistema político debido a los golpes, bajos y de otro tipo, que
se han dado los partidos e instituciones, es muy alto, y esas heridas requerirán
mucho tiempo para poder ser curadas. El PP, con 137 diputados, no puede aprobar
norma alguna en solitario, y aún con el apoyo de Ciudadanos, necesitará pactar
casi todo para poder sacarlo adelante. Más allá de cuestiones básicas, como la
posición del país ante organismos internacionales, la gestión del terrorismo islamista
o el desafío soberanista catalán, todo está en el aire, empezando por unos
presupuestos que Bruselas exige que, por fin, sean realistas y recorten lo que
deben. En frente el PP tiene un guirigay de cuidado, con un PSOE maltrecho como
primera fuerza opositora. La abstención del sábado, aún no sabemos de qué
dimensión, va a desgarrar más si cabe las costuras de un partido que se deshilacha
por momentos, en una de las crisis más graves de las vividas a lo largo de su
centenaria historia. Curiosamente, cuanto más dure el gobierno de Rajoy más
tiempo tendrá el PSOE para repararse y armar una alternativa viable. Un
gobierno del PP débil que, pongámonos en un caso extremo, cayera el año que
viene tras no poder aprobar presupuestos, abocaría a unas elecciones en muy
breve plazo y enfrentaría al PSOE convulso ante un precipicio insalvable. Su
salvación y reconstrucción va a ser una de las noticias río de esta legislatura
que ahora empieza de verdad. Y luego está Podemos, que como el gato de Schrödinger,
quiere estar en la viva calle y las muertas instituciones. La crisis del PSOE
ha ocultado, en parte, el cisma que se vive en ese movimiento, cisma que
enfrenta a los posibilistas, con Errejón a la cabeza según los medios, que
buscan mantener la transversalidad del partido y un tono amable, frente a los
duros, los estalinistas, encabezados por el líder supremo, Pablo Iglesias, que
no tolera que nadie le haga sombra, ni siquiera el Sol en verano, y busca
agitar las calles para obtener en ellas lo que los votos no le han dado. Mi
visión es que cuanto más se radicalice Podemos más apoyo popular perderá, y más
marginal se hará, pero eso no implica que su táctica de broncas no suponga
mucha sal en el ya excesivamente condimentado plato de la política nacional. Ciudadanos,
por su parte, tiene una posición intermedia, posibilista, atractiva en potencia
pero peligrosa en la práctica, ya que puede mostrar lo útil que es votarles
para desarrollar reformas pero corre el riesgo de acabar diluido entre la
bronca PP con el resto de la cámara. Tendrá que mostrar mucha cintura a
sabiendas de que será penalizado por ella. Y luego están los nacionalistas
moderados, PNV sobre todo, que pueden sacar mucha tajada, léase pasta, de esta
coyuntura. Y no lo duden, la sacarán.
El hecho mismo de arrancar la legislatura y
saber que no hay una campaña electoral en el horizonte ya es una buena noticia,
pero no nos engañemos, es sólo el principio. El país necesita un montón de
reformas, pactos, acuerdos y cambios, profundos muchos de ellos, que van a
exigir a los partidos mucho diálogo y consenso, y todo ello en un contexto
internacional y, especialmente, europeo, que no es nada favorable. Esta
legislatura puede ser muy importante y fructífera, o muy decepcionante. Y la
paciencia ante las decepciones se agota. A ver de lo que son capaces los
diputados y, sobre todo, la sociedad española en su conjunto.
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