Si Haití ha sido la más
damnificada por el paso del huracán Matthew, EEUU, con algunas zonas de las
Carolinas inundadas por el agua, sigue sufriendo la embestida permanente del
fenómeno Trump, algo que sin duda se estudiará en el futuro en los libros de
historia y sociología. La campaña presidencial, para la que quedan menos de
cuatro semanas, vive polarizada por las declaraciones, conocidas o no, antiguas
o recientes, de un sujeto que es lo que parece que es. Este fin de semana
muchos se han escandalizado por un registro de hace una década en el que Trump
se jactaba de poder abusar de las chicas que quisiera por ser una estrella.
La pregunta que me hago, sobre
todo, es cómo alguien puede extrañarse de una grabación de este tipo si el
personaje Trump no hace nada más que repetir esa actitud allá donde va. Desde
el inicio de su quebrada carrera empresarial Trump ha alardeado de las mujeres
con las que se ha acostado, de su virilidad, de lo buenas que estaban y de cómo
las utilizaba. Su machismo no es patológico, sino sólo una manera natural de cómo
el entiende las relaciones, dado que todas están subordinadas a su persona e
interés. En este sentido Trump no es excesivamente racista. Él es el mejor y el
resto tienen que vivir con la desgracia de no llegar a su altura. Algunos
afortunados por la varita divina han tenido la suerte de conocerle y situarse a
su lado, pero el resto son basura. Sean mujeres, hombres, blancos o negros. En
cuestiones de sexo nada distingue a Trump de Berlusconi, otro personaje que sólo
engañaba a los que se dejaban engañar. Si recuerdan su carrera empezó a
frustrarse tras el escándalo de las fiestas “bunga bunga” y al presencia de una
menor, pero eso no fue sino una de las miles de actuaciones vergonzantes que
Silvio llevó a cabo con el conocimiento de todo el mundo. Escucharle luego
hablar de decencia y honestidad era uno de los mejores espectáculos de humor a
los que uno ha asistido. Y la situación actual, que hace de Trump, un golfo con
todas las letras bien grandes, representante político de la extrema derecha
evangélica norteamericana es, como mínimo, igual de divertida. Montones de fervorosos
creyentes que residen en grandes áreas del interior de EEUU, en lo que se
conoce como “el cinturón de la biblia” tienen como candidato a presidente a un
putero profesional, a un sujeto que ha quebrado sus negocios, a un
irresponsable bocazas que no deja de insultar a mansalva y, sobre todo, visto
desde esa óptica bíblica, un contumaz pecador que no se arrepiente de ninguna
de sus faltas. Es más, alardea de ellas y se muestra muy orgulloso, pidiendo perdón
con boca pequeña por unas declaraciones privadas (en privado todos decimos de
todo) que son exactamente las mismas que representa en público día a día. A lo
largo de los dos últimos días pesos pesados del partido republicano han pedido
a Trump que lo deje, anunciando que, en todo caso, no le van a votar. Pero
Trump, desde luego, no va a abandonar una carrera que, gane o pierda, le va a
dar mucho dinero y fama, le permitirá cuadrar las cuentas de sus quebrados
negocios, dar un impulso a su familia y allegados y, cómo no, conocer chicas
guapas en diversos estados. Es muy probable que ya tenga citas con algunas de
ellas para someterlas a una intensa “entrevista de trabajo” mientras su mujer,
como en el pasado hicieron la de Berlusconi o la de Strauss Khan (otro sujeto
similar) calla o perdona en público la traición que sufre cada día en su vida.
Tras
el segundo debate electoral, celebrado esta noche en San Louis, algunos
medios señalan que Trump ha salido al ataque con todo, con ganas de morir
matando, de no renunciar y de expandir todo el fango posible con tal de
sobrevivir. Típico de los de su especie. Si como muchos esperamos, Trump pierde
las elecciones, todo esto será un mal recuerdo y el fenómeno de su campaña
pasará a estudiarse como, quizás, el momento en el que la política
norteamericana cayó en su punto más bajo. Si Trump gana, que esperemos no
suceda, prepárense para unos años de emociones fuertes, donde hasta puede ser que
nos invadan los alienígenas para desalojarlo de una Casa Blanca que, sin duda,
estará muy sucia.
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