Poco a poco, muchos años después
de que las causas se destaparan y llegasen a oídos de la opinión pública, los
juicios sobre corrupción se celebran en España. Esa tardanza, premeditada,
buscada y forzada por todos aquellos que podrían poner medios para evitarla, es
una manera de hacer que esa referida justicia lo sea menos, mucho menos. Nunca
dejaré de repetir que el estafador Madoff fue juzgado (y condenado) en Nueva
York apenas nueve meses después de conocerse su gigantesca estafa piramidal.
Pese a todo, estos días tenemos ante nuestros ojos algunos juicios sobre
corruptelas pasadas, y es el de la Gürtel el más sustancioso y, por ahora,
esclarecedor de todos ellos.
Y
lo es por la declaración de Francisco Correa, el cerebro de la trama, el que
dio nombre al caso, con la traducción que hicieron los policías de su
apellido al alemán para disimular lo que se traían entre manos. Hasta ahora
habíamos conocido a algunos personajes secundarios de esta trama corrupta, como
Jesús Sepúlveda y su mujer Ana Mato, que parecían lo que se está empezando a
ver, personajes de poca voluntad, mira corta y precio barato. Habíamos visto
también declaraciones de Pablo Crespo, ya situado en lo alto del escalafón, con
aire de jefe y con ínfulas de mandón. Y por supuesto teníamos a Luis Bárcenas,
el adorado objeto de deseo de cualquier periodista y novelista, que cumplía con
todos los estándares del mafioso, abrigo inclusive, y que se ha convertido en
la imagen viviente de la corrupción en España. Pero nos faltaba ver y oír al
presunto cabecilla, al sujeto más listo de todos, el señor Correa, el señor
Gürtel. Y lleva dos días declarando ante el Tribunal en lo que me parece que es
una de las muestras más absolutas de profesionalidad y entereza en lo que hace
a la gestión corrupta. Dice Correa que el no es “don Vito” ni el padrino ni
nada por el estilo, como al parecer le apodaban en algunas de las grabaciones
que constan en el sumario, pero lo cierto es que se comporta con un aplomo y
seriedad que le hace plenamente merecedor de ese apodo. Domina Correa la escena
y el tribunal de una manera pasmosa. Habla suave, tranquilo, explicando casi
todo y sin aspavientos, sin broncas ni medias tintas. Pasa horas sentado en el
banquillo y, como si fuera un consultor, al que sólo le faltara el inevitable
powerpoint, desgrana su forma de trabajo, cómo funcionaba el imperio
empresarial y conseguidor que había erigido, con la misma naturalidad con la
que podría estar hablando del impacto de las TIC en los medios de comunicación o
de cualquier otro tema. Relata la manera de conseguir los contactos, de pulir
adjudicaciones en Ministerios por parte de empresas constructoras, de las mordidas
cobradas y repartidas entre los cabecillas en caso de que esas adjudicaciones
se consiguieran, y de las dádivas y regalos que otorgaba, con toda la
naturalidad y justificación del mundo, a aquellos que contribuían a hacer más
grande su fortuna personal. Escucharle es asistir en directo a una clase
magistral de corrupción, se pueden tomar notas y hacer un trabajo o proyecto
sobre cómo sería usted capaz de montar una trama corrupta en su municipio,
provincia o gobierno, da igual el lugar. Correa aparece como un personaje
serio, no como un mangante o estafador típico de las películas españolas,
sujeto a contingencias, improvisador y chapucero. No, Correa no es de esos. Parece
sacado de una serie norteamericana de buena factura, de esas en las que se paga
a un enorme equipo de guionistas para que creen una trama como la que el señor
Gürtel suelta de su boca con la naturalidad de quien lo lleva haciendo así
desde tiempo inmemorial. Correa representa la profesionalización de la corrupción
y, también, su expresión más depurada, refinada, letal y, desde luego, efectiva
para los que la practican.
Muchos son los rumores sobre el posible pacto,
parcial o no, al que Correa y su abogado podrían haber llegado con la fiscalía.
Pide el Ministerio Público una pena de 125 años de cárcel para el personaje,
pero es probable que con su declaración la pena solicitada se reduzca. Lo
cierto es que Correa sería una mina como empleado en un servicio de
inteligencia de primera división, como un nuevo Paesa, como un agente capaz de
estafar a todos y en todo y llevarse él el dinero. Su estancia en la cárcel sería
un desperdicio para el país. A buen seguro ojeadores de inteligencia de otros
países ya le están echando un ojo a sus declaraciones. Y en Hollywood y otras
sedes de estudios preparan ofertas para que se incorpore no como jefe de
guionistas, sino como escribano en exclusiva. Una joya de personaje. Un
diamante en bruto.
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