lunes, octubre 17, 2016

Correa es Gürtel

Poco a poco, muchos años después de que las causas se destaparan y llegasen a oídos de la opinión pública, los juicios sobre corrupción se celebran en España. Esa tardanza, premeditada, buscada y forzada por todos aquellos que podrían poner medios para evitarla, es una manera de hacer que esa referida justicia lo sea menos, mucho menos. Nunca dejaré de repetir que el estafador Madoff fue juzgado (y condenado) en Nueva York apenas nueve meses después de conocerse su gigantesca estafa piramidal. Pese a todo, estos días tenemos ante nuestros ojos algunos juicios sobre corruptelas pasadas, y es el de la Gürtel el más sustancioso y, por ahora, esclarecedor de todos ellos.

Y lo es por la declaración de Francisco Correa, el cerebro de la trama, el que dio nombre al caso, con la traducción que hicieron los policías de su apellido al alemán para disimular lo que se traían entre manos. Hasta ahora habíamos conocido a algunos personajes secundarios de esta trama corrupta, como Jesús Sepúlveda y su mujer Ana Mato, que parecían lo que se está empezando a ver, personajes de poca voluntad, mira corta y precio barato. Habíamos visto también declaraciones de Pablo Crespo, ya situado en lo alto del escalafón, con aire de jefe y con ínfulas de mandón. Y por supuesto teníamos a Luis Bárcenas, el adorado objeto de deseo de cualquier periodista y novelista, que cumplía con todos los estándares del mafioso, abrigo inclusive, y que se ha convertido en la imagen viviente de la corrupción en España. Pero nos faltaba ver y oír al presunto cabecilla, al sujeto más listo de todos, el señor Correa, el señor Gürtel. Y lleva dos días declarando ante el Tribunal en lo que me parece que es una de las muestras más absolutas de profesionalidad y entereza en lo que hace a la gestión corrupta. Dice Correa que el no es “don Vito” ni el padrino ni nada por el estilo, como al parecer le apodaban en algunas de las grabaciones que constan en el sumario, pero lo cierto es que se comporta con un aplomo y seriedad que le hace plenamente merecedor de ese apodo. Domina Correa la escena y el tribunal de una manera pasmosa. Habla suave, tranquilo, explicando casi todo y sin aspavientos, sin broncas ni medias tintas. Pasa horas sentado en el banquillo y, como si fuera un consultor, al que sólo le faltara el inevitable powerpoint, desgrana su forma de trabajo, cómo funcionaba el imperio empresarial y conseguidor que había erigido, con la misma naturalidad con la que podría estar hablando del impacto de las TIC en los medios de comunicación o de cualquier otro tema. Relata la manera de conseguir los contactos, de pulir adjudicaciones en Ministerios por parte de empresas constructoras, de las mordidas cobradas y repartidas entre los cabecillas en caso de que esas adjudicaciones se consiguieran, y de las dádivas y regalos que otorgaba, con toda la naturalidad y justificación del mundo, a aquellos que contribuían a hacer más grande su fortuna personal. Escucharle es asistir en directo a una clase magistral de corrupción, se pueden tomar notas y hacer un trabajo o proyecto sobre cómo sería usted capaz de montar una trama corrupta en su municipio, provincia o gobierno, da igual el lugar. Correa aparece como un personaje serio, no como un mangante o estafador típico de las películas españolas, sujeto a contingencias, improvisador y chapucero. No, Correa no es de esos. Parece sacado de una serie norteamericana de buena factura, de esas en las que se paga a un enorme equipo de guionistas para que creen una trama como la que el señor Gürtel suelta de su boca con la naturalidad de quien lo lleva haciendo así desde tiempo inmemorial. Correa representa la profesionalización de la corrupción y, también, su expresión más depurada, refinada, letal y, desde luego, efectiva para los que la practican.

Muchos son los rumores sobre el posible pacto, parcial o no, al que Correa y su abogado podrían haber llegado con la fiscalía. Pide el Ministerio Público una pena de 125 años de cárcel para el personaje, pero es probable que con su declaración la pena solicitada se reduzca. Lo cierto es que Correa sería una mina como empleado en un servicio de inteligencia de primera división, como un nuevo Paesa, como un agente capaz de estafar a todos y en todo y llevarse él el dinero. Su estancia en la cárcel sería un desperdicio para el país. A buen seguro ojeadores de inteligencia de otros países ya le están echando un ojo a sus declaraciones. Y en Hollywood y otras sedes de estudios preparan ofertas para que se incorpore no como jefe de guionistas, sino como escribano en exclusiva. Una joya de personaje. Un diamante en bruto.

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