Dice la teoría del caos, en uno
de sus aforismos que todo el mundo repite sin llegar a entenderlo, que el
aleteo de una mariposa en Pekín es capaz de provocar un huracán en Nueva York.
Esta frase significa que pequeñas variaciones en las condiciones iniciales
pueden alterar y amplificar de una manera no previsible los efectos de las
acciones. Son los llamados sistemas no lineales, no regidos por las ecuaciones
que estudiábamos en clase, donde la fábrica de churros funcionaba muy bien
cuando se le introducía un valor y nos daba otro que era el esperado. Aquí no,
en estos sistemas puede acabar pasando de todo, y sin posibilidad de preverlo.
Este sábado tuvimos una buena
muestra de lo bien que funciona esta teoría del caos y de las consecuencias que
pueden llegar a tener los actos, tras lo que pasó a lo largo de todo el día en
la sede socialista de Ferraz, en la que puede que esta semana tengan que llamar
al personal de mantenimiento para arreglar los destrozos. Caos, es la verdad,
un término muy diplomático para definir lo que pasó allí, en una reunión que
duró todo el día, de 9 a 21 horas, con múltiples recesos, impases, tomas y
dacas, propuestas, gritos, acusaciones de pucherazo, desmadre y tendencias
suicidas propias de asambleas universitarias de los años ochenta. En una
jornada que pasará a la historia del bochorno y ridículo del PSOE y, de paso,
de la política española, Pedro
Sánchez terminó por dimitir tras lograr los críticos, en una votación a mano
alzada, rechazar su calendario exprés de primarias y congreso. Su caída era
esperada por muchos desde hacía muchos días, pero empezaba a resultar obvio que
Sánchez no iba a dejar de batallar hasta el final, aunque eso supusiera el
destrozo del partido que, es un decir, lideraba. Más allá de las razones
políticas y de luchas de poder de unos y otros, el fracaso de la estrategia de
Sánchez, refrendado por derrotas sucesivas en las urnas, y su empecinamiento en
no reconocerse responsable de esas pérdidas de votos, estaba arrastrando al
partido a un callejón sin salida. Para él la disyuntiva era entre seguir
optando a la presidencia del gobierno o la nada, y eso es suficiente abismo de
vidas como para jugársela hasta el final. En frente, una amalgama de dirigentes
territoriales asustados ante la deriva del partido, que mantienen poder en sus
territorios pero ven como el PSOE no logra levantar cabeza en medio país y,
desde luego, en cada elección regional que se celebra. Unidos por el rencor
contra Sánchez, carentes de un proyecto ganador de cara a unas próximas, o no,
elecciones, sus movimientos se llevaban orquestando desde hace tiempo. Varios
han sido los enfrentamientos entre unos y otros a lo largo de estos meses y,
desde la derrota del PSOE en País Vasco y Galicia, la guerra quedó abierta en
canal. Día tras día los empujones, insultos y malas formas crecían, a la vez
que los estatutos del partido eran enarbolados por unos y por otros para
arrojárselos al contrario en un ejercicio de destrucción mutua asegurada. En la
reunión del sábado todo acabó por estallar, se vivieron momentos dramáticos
para una organización más que centenaria, que por momentos se encontraba
partida, escindida en dos bandos antagónicos. Horas de lucha sin cuartel,
ridiculizadas en las redes sociales con miles de chistes y montajes ingeniosos,
narrados por ciertos medios de comunicación con un estilo muy cercano al del “Sálvame”
y otras basuras televisivas, y con una conclusión esperada, la renuncia de un líder
que ya no lo era, la creación de una gestora que no tiene muy claro qué es lo
que puede hacer con los restos del partido que se le caen entre las manos y la
incertidumbre, a 28 días de la convocatoria automática de elecciones generales,
de qué hará el PSOE en una hipotética nueva investidura de Rajoy.
Seguro que les suena la película “Cortina
rasgada” de Alfred Hitchcock. En ella, encuadrada en la época de la guerra fría,
Paul Newman y Julie Andrews acuden como espías a Berlín oriental para descubrir
un secreto científico de un profesor que vive allí. Hay una escena, muy dura, en
una casa de campo, en la que Newman trata de matar a un comisario político que
el gobierno de la RDA le ha puesto para seguirle en todo momento. Finalmente lo
logra, pero durante varios minutos la angustia es enorme, porque matar, sin
pistolas, cuesta mucho más de lo que parece. Esos minutos parecen horas y el
ambiente, sin música, se vuelve sofocante. De manera ampliada, eso es lo que se
vivió el sábado en Ferraz.
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