miércoles, octubre 19, 2016

La batalla de Mosul

Por si no teníamos poca desgracia con la ración que nos ofrece Alepo cada día, el inicio de la batalla de Mosul promete una sobredosis de violencia, muerte y destrucción que se le puede acercar bastante. Entre uno y dos millones se estima que son los habitantes que residen en esa ciudad, capital del norte de Irak, tomada hace dos veranos por las huestes de DAESH, sin apenas librar enfrentamiento alguno, en medio de la desbandada de las tropas regulares iraquíes, que huyeron, algunos ni con lo puesto, dejando pertrechos de guerra, dinero, recursos y ciudadanos para que DAESH los explotase y esclavizase a su gusto.

A lo largo de estos dos años el territorio conquistado por el Estado Islámico ha alcanzado su máxima extensión y, desde algo menos de un año, no deja de menguar, tanto en el frente sirio como en el kurdo e iraquí. Esa pérdida de terreno es muestra de debilidad y, sobre todo, de ganas por parte de los enemigos de acabar con ellos, que no es poco. La actuación de las tropas internacionales está siendo escasa en esta guerra, dada su virulencia, número de bajas y el pánico que tenemos los occidentales a recibir cadáveres en casa. Subcontratamos a los kurdos e iraquíes para que hagan el trabajo sucio y, desde luego, pongan los muertos. El principal apoyo de los ejércitos europeos y norteamericano en esta guerra está siendo la logística y el entrenamiento de las tropas. Este último punto es decisivo en el caso del ejército iraquí. La comentada y vergonzosa huida de Mosul fue el punto más bajo de un supuesto ejército, recreado tras la ocupación norteamericana, que fracasó por completo en su primera prueba seria. Con el país partido, con tropas iraníes en suelo suní y la seguridad de la nación inexistente en todo punto, tiene en Mosul el ejército local la posibilidad de reconciliarse con su pueblo y consigo mismo. Los años en los que DAESH ha sometido a la población de la ciudad ya no podrán recuperarse, y es difícil que alguna vez podamos saber realmente cómo se vivió allí bajo ese régimen fanático y opresor, pero cuando Mosul sea reconquistada, tocará volver a integrarla en un régimen de seguridad y derechos, no se muy bien bajo la bandera de que nación, porque me parecería milagroso que el Irak que hemos conocido se mantuviera en pie tras esta infinita guerra en la que vive, pero en todo caso los residentes en esa ciudad necesitan ser rescatados del yugo salafista. La gran pregunta es cuánto va a costar esto. Cuánto va a costar en tiempo, en recursos, en vidas, en destrozos. Qué va a quedar de Mosul y de sus habitantes tras la batalla que ahora empieza. Se ha visto, por ejemplo en Palmira, que que DAESH no es muy eficiente en el enfrentamiento en campo abierto y que, pese a ser capaz de resistir en entornos atrincherados, no puede sostener una batalla convencional frente a blindados y equipo pesado ni siquiera en un entorno urbano, que le favorece sobremanera. Pero eso no quiere decir que esta guerra sea fugaz, y acabe en pocos días con la desbandada de los yihadistas. Ojalá, pero dudo que así sea. La posibilidad de usar a miles de civiles como rehenes en el campo de batalla es muy cierta, y ya nos han demostrado los yihadistas el (nulo) aprecio que tienen por los que no son como ellos. Vienen tiempos muy duros y muy sucios para Mosul, pase lo que pase.

Ante esta perspectiva, muchos de los habitantes de la ciudad, optarán por huir como sea, tratando de salvar sus pertenencias y, sobre todo, su pellejo. El éxodo de refugiados que va a generar esta batalla puede ser enorme, tan inmenso como los que llevamos meses, años, viendo en medio de la indiferencia global. Alepo, su ruina, su miseria, su destrucción, es el espejo en el que se miran los habitantes de Mosul, sabedores que los que no huyeron a tiempo de lo que fue la capital económica de Siria ahora están muertos o malviven entre escombros. No se si Mosul correrá el mismo destino, espero que no, pero pocas noticias buenas van a llegar desde allí en las próximas jornadas.

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