Por si no teníamos poca desgracia
con la ración que nos ofrece Alepo cada día, el
inicio de la batalla de Mosul promete una sobredosis de violencia, muerte y destrucción
que se le puede acercar bastante. Entre uno y dos millones se estima que son
los habitantes que residen en esa ciudad, capital del norte de Irak, tomada
hace dos veranos por las huestes de DAESH, sin apenas librar enfrentamiento
alguno, en medio de la desbandada de las tropas regulares iraquíes, que
huyeron, algunos ni con lo puesto, dejando pertrechos de guerra, dinero,
recursos y ciudadanos para que DAESH los explotase y esclavizase a su gusto.
A lo largo de estos dos años el
territorio conquistado por el Estado Islámico ha alcanzado su máxima extensión
y, desde algo menos de un año, no deja de menguar, tanto en el frente sirio
como en el kurdo e iraquí. Esa pérdida de terreno es muestra de debilidad y,
sobre todo, de ganas por parte de los enemigos de acabar con ellos, que no es
poco. La actuación de las tropas internacionales está siendo escasa en esta guerra,
dada su virulencia, número de bajas y el pánico que tenemos los occidentales a
recibir cadáveres en casa. Subcontratamos a los kurdos e iraquíes para que
hagan el trabajo sucio y, desde luego, pongan los muertos. El principal apoyo
de los ejércitos europeos y norteamericano en esta guerra está siendo la logística
y el entrenamiento de las tropas. Este último punto es decisivo en el caso del
ejército iraquí. La comentada y vergonzosa huida de Mosul fue el punto más bajo
de un supuesto ejército, recreado tras la ocupación norteamericana, que fracasó
por completo en su primera prueba seria. Con el país partido, con tropas iraníes
en suelo suní y la seguridad de la nación inexistente en todo punto, tiene en
Mosul el ejército local la posibilidad de reconciliarse con su pueblo y consigo
mismo. Los años en los que DAESH ha sometido a la población de la ciudad ya no
podrán recuperarse, y es difícil que alguna vez podamos saber realmente cómo se
vivió allí bajo ese régimen fanático y opresor, pero cuando Mosul sea
reconquistada, tocará volver a integrarla en un régimen de seguridad y
derechos, no se muy bien bajo la bandera de que nación, porque me parecería
milagroso que el Irak que hemos conocido se mantuviera en pie tras esta
infinita guerra en la que vive, pero en todo caso los residentes en esa ciudad
necesitan ser rescatados del yugo salafista. La gran pregunta es cuánto va a
costar esto. Cuánto va a costar en tiempo, en recursos, en vidas, en destrozos.
Qué va a quedar de Mosul y de sus habitantes tras la batalla que ahora empieza.
Se ha visto, por ejemplo en Palmira, que que DAESH no es muy eficiente en el
enfrentamiento en campo abierto y que, pese a ser capaz de resistir en entornos
atrincherados, no puede sostener una batalla convencional frente a blindados y
equipo pesado ni siquiera en un entorno urbano, que le favorece sobremanera. Pero
eso no quiere decir que esta guerra sea fugaz, y acabe en pocos días con la
desbandada de los yihadistas. Ojalá, pero dudo que así sea. La posibilidad de
usar a miles de civiles como rehenes en el campo de batalla es muy cierta, y ya
nos han demostrado los yihadistas el (nulo) aprecio que tienen por los que no
son como ellos. Vienen tiempos muy duros y muy sucios para Mosul, pase lo que
pase.
Ante esta perspectiva, muchos de los habitantes
de la ciudad, optarán por huir como sea, tratando de salvar sus pertenencias y,
sobre todo, su pellejo. El éxodo de refugiados que va a generar esta batalla
puede ser enorme, tan inmenso como los que llevamos meses, años, viendo en medio
de la indiferencia global. Alepo, su ruina, su miseria, su destrucción, es el
espejo en el que se miran los habitantes de Mosul, sabedores que los que no
huyeron a tiempo de lo que fue la capital económica de Siria ahora están
muertos o malviven entre escombros. No se si Mosul correrá el mismo destino,
espero que no, pero pocas noticias buenas van a llegar desde allí en las próximas
jornadas.
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