martes, octubre 18, 2016

La sede de Bankia es un edificio torcido

El Viernes supimos, mejor dicho, descubrimos que había pruebas, que la inspección del Banco de España era plenamente consciente del desastre que era Bankia antes de su salida a bolsa, y advertía que ese paso, el de la bolsa, bien pudiera ser la última de las imprudencias que se podrían cometer antes de que el monstruo financiero estallase del todo. Desde hace tiempo se ha especulado con el hecho de qué era lo que sabía el supervisor de Bankia, y qué no, hasta qué punto las cuentas estaban ocultas y actúo a ciegas o, con conocimiento de causa, fue negligente y contribuyó al destrozo. Ahora el veredicto parece bastante claro.

Hay muchos casos en estos años de desplome que pueden ser estudiados como ejemplo de hasta qué punto todo falló y nos llevó a la ruina, pero pocos son tan complejos, densos y clarificadores como el de Bankia. En él se dan la mano la corruptela financiera, el chanchuello cutre, la prepotencia, la incompetencia política, sea cual sea la ideología a la que se mire, la no asunción de responsabilidades y el desprestigio de todos los que por ese asunto han pasado. Lo más significativo de Bankia frente a otros casos es que, por su tamaño, su derrumbe nos abocó al rescate financiero, ese que muchos niegan y se produjo plenamente, y sin el cual el país hubiera estado a un pasito de caerse por el precipicio del rescate real. Recuerdo que cuando se estaba calentando el proceso de salida a bolsa de la entidad no eran pocos los artículos serios que alertaban de todo aquello, que denunciaban una huida hacia adelante por parte de unos gestores, encabezados por Rodrigo Rato, a los que nadie era capaz de toser decisión alguna, y recomendaban encarecidamente no acudir a esa OPV bursátil. Repito. No era uno o dos articulistas sueltos, orates proféticos en el desierto, sino bastantes. El sentimiento de desesperación que tenía aquella historia era palpable y ponía nervioso a cualquiera que leyese alguna noticia sobre ello. Desde mi conocimiento del mundo bancario y financiero, a nivel de usuario y curioso lector, para nada profesional, la operación me parecía un disparate mayúsculo, y si las cifras que se manejaban por ahí de impagos y destrozo inmobiliario asociadas tanto a Caja Madrid como a Bancaja eran ciertas, la posibilidad de desastre me parecía total. Sine embargo el proceso se llevó a cabo, hubo risas y aplausos en el vejado parqué de la bolsa de Madrid, con Rato y el resto de la ejecutiva de la Caja como estrellas absolutas, rodeados de miembros del gobierno, oposición, organismos reguladores como la CNMV y el Banco de España y demás prebostes patrios, celebrando lo que para algunos era un éxito y, repito, para no pocos, el momento del impacto de un ruinoso Titanic contra un iceberg que le iba a hundir sin remedio. Con el tiempo, no mucho, pudimos ver que la realidad era muy distinta a los oropeles y risas que llenaron ese día las portadas de los medios. El fracaso de gestión, de la política al frente de las cajas públicas, del asalto de lo común por parte de los que se consideraban con derecho a apropiárselo, fuera cual fuese el carnet ideológico que lucieran, llevó a la ruina absoluta de los accionistas de Bankia, los últimos en una larga lista de engañados que vieron perder sus ahorros en la debacle de la crisis. Si se hubiera hecho caso a los técnicos del Banco de España no hubiera habido accionistas, nada habrían perdido, y el país se habría ahorrado parte de la factura del rescate, no toda, pero si algo. Nada se hizo como es debido, y así pasó lo que pasó.


Dado que el sector de la banca se basa mucho en la confianza y seguridad, sus sedes suelen ser (o solían, ahora el gremio anda muy desorientado) sólidos y pétreos edificios que daban imagen de poder y robustez. Recuerdo, antes de la salida a bolsa, haber quedado con mi amiga ABG en Plaza Castilla un día en el que ella pasaba por Madrid, y le comenté, mirando la sede de BAnkia, en una de las torres Kio, que cuando “eso se caiga” arrastrará a todo el país a la catástrofe. Pocas veces acierto en mis vaticinios, y siento que esta vez fuera así, pero lo cierto es que la idea de situar la sede de una entidad bancaria quebrada en un edificio torcido ya lo decía casi todo. Era imposible que esa historia acabase bien.

No hay comentarios: