jueves, noviembre 10, 2016

Donald Trump, Presidente de EEUU


 
Realmente ni idea. Varios de los analistas que hasta hace un día auguraban la victoria de Hillary explicaban ayer en detalle en muchos medios lo obvia que se les había hecho su derrota. No esperen de mi este camaleónico y absurdo discurso. No soporto a Trump, Hillary me parecía el mal menor frente a él y, pese a ser una mala candidata, confiaba en su victoria, pero temía su derrota, a modo de un Brexit II. Tras bastantes horas nocturnas delante de la televisión viviendo la noche electoral americana, era obvio que la derrota de Hillary no tenía paliativos, que Trump había ganado y que, otra vez, todo lo que sabíamos no servía para nada.
 
Por eso ese “ni idea” que queda tan mal como respuesta. Y que en este caso se amplifica hasta el infinito dado el carácter de mentiroso compulsivo de Trump. A lo largo de este año y medio de sucia campaña lo hemos visto decir, desdecir, acusar y violentar la realidad tanto como el lenguaje y la nobleza de los que se cruzaban a su paso. Podía decir una cosa por la mañana, la contraria por la tarde y mandar a la mierda al periodista que le preguntase por la noche sobre ese mismo asunto. Su programa electoral son una serie de banalidades proteccionistas, un montón de ideas radicales ajenas a la realidad, e imagen, mucha, muchísima imagen, bajo la que está sepultada su personalidad, que quizás nadie conozca en realidad. Por eso, cuando ayer realizó su discurso de aceptación de la victoria, en el que exhibió un tono moderado, serio, presidencial, resultaba ser una especie de caricatura de sí mismo, una burla del personaje que ha sido durante no sólo la campaña, sino toda su vida. ¿Cuál es el verdadero Trump al que nos vamos a enfrentar? ¿Ha organizado el magnate toda esta campaña como el mayor truco publicitario de la historia, para forrarse, a sabiendas de que iba a perder y luego disfrutar de todo el dinero y fama amasado? ¿Le ha salido el tiro por la culata al ganar? ¿Va a gobernar él o simplemente va a firmar todo lo que le pongan y se va a dedicar a darse una vida de órdago en la Casa blanca? Las preguntas se pueden suceder, una y miles, y apenas tengo respuesta alguna. No tenemos ni idea de qué es lo que piensa sobre la inmensa mayoría de los asuntos de importancia, tanto nacionales como internacionales, e incluso es probable que no tenga opinión alguna al respecto, que le traigan al pairo. Comentaba ayer un articulista de El País el símil que supuso la presidencia de Berlusconi en Italia, que a todos nos avergonzó, y que hizo daño a la imagen y economía de los italianos, pero no pudo ir más allá dado que Italia es lo que es y da para lo que da. Y señalaba la frase de Indro Montanelli, veteranísimo periodista italiano que tuvo que sufrir a Silvio como jefe. Decía de Berlusconi que no tenía ideología, sino intereses. Su campaña, su gobierno, no era más que un bluf,  una estructura de imagen creada para sostener su imperio mediático, su ansia de poder y su ego arrollador, pero que gobernar, lo que es gobernar, no le interesaba. Sí figurar como presidente, pero en el día a día Silvio delegaba, y en vez de desarrollar las tareas de estado se iba a sus fiestas del “bunga bunga” y pasaba de todo y de todos. Como un césar decadente, Silvio vivía rodeado de laureles, bacanales y concubinas, y encarnaba un poder que no ejercía. ¿Es esa la idea de la presidencia que tiene Trump? Puede que la utilice para reflotar sus ruinosos negocios, que se embarque en nuevos y decida hacerse con un poder mediático que, pese a haber fracasado estrepitosamente esta noche, puede serle muy tentador para erigirse como altavoz, y propaganda, de su marca empresarial. O puede que gobierne, o que haga apartamentos en la Casa Blanca y le adose una torre llena de neones y casinos. A saber.
 
Lo peor de Trump, y de sus variados amigos a este lado del Atlántico, no es su victoria, sino el hecho de que millones de personas, desesperadas en muchos casos, desoídas, sin alternativas, seguramente muy cabreadas con todo, hayan recurrido a él para dar un golpe al sistema democrático, para reformarlo o, quizás, derribarlo. Trump encarna el problema del populismo, de la demagogia, del simplismo infantil para aclamar a unas masas que, como nos pasa a todos, no entienden la realidad que les ha tocado, pero buscan un caudillo que les saque de sus problemas. Con un Senado y Cámara de Representantes republicanos, Trump tiene, potencialmente, un poder inmenso. No tengo ni la menor idea de qué es lo que hará con él.

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