martes, noviembre 29, 2016

La esperanza de un pacto por la educación


¿Es posible alcanzar un pacto nacional por la educación? Responder afirmativamente a esta pregunta sería uno de los anhelos más buscados por la sociedad española que, paradójicamente, ha encontrado en el sistema educativo una de las herramientas más útiles para el enfrentamiento y la adoctrinación. Desde esos presupuestos partidistas, sesgados y cerriles las normas educativas se han diseñado, durante décadas, a la contra de los demás, sin buscar en ningún caso la excelencia educativa, la formación de los estudiantes y su futuro como personas cultas y letradas. En ese abandono al estudiante, y al docente, sí que ha habido consenso.
 
Por eso el acuerdo alcanzado ayer entre el gobierno y las Comunidades Autónomas para bloquear la LOMCE resulta un atisbo de esperanza, una buena noticia. Ya le tocó en su momento a Rafael Catalá, como Ministro de Justicia, desmontar las reformas que llevó a cabo Ruíz Gallardón, y que supusieron el enfrentamiento de todos contra todos en el mundo de la judicatura. Es ahora Méndez de Vigo el dinamitero que tiene que desmontar una ley, la LOMCE, que parte de unos supuestos bastante correctos, pero que los desarrolla de una manera tosca, y que la personalidad de su impulsor, el ministro Wert, acabó por convertir en ariete de enfrentamiento. La gestión de Wert, nefasta desde el punto de vista de la comunicación y el entendimiento, fue uno de los símbolos de la errada manera de entender la mayoría absoluta, en este caso por parte del PP en la pasada legislatura. Es la educación una materia en la que muchos grupos sociales se ven implicados, con diferentes incentivos, con reparto de competencias entre administraciones, con coberturas legales y financieras dispares, y que desde hace años no funciona. Tratar de organizar y arreglar este desmadre requiere mucha mano izquierda, sensatez, paciencia y capacidad de escuchar. Y Wert, que tonto no es, demostró carecer de esas virtudes. Se empeñó en contra de todo el mundo de sacar un proyecto que, sobre todo, se veía como una revancha de las reformas socialistas. El tema de la religión, algo menor en cualquiera de estos debates, volvió a ser uno de los argumentos sobre el que más se escribió en aquellos tiempos, y las reválidas, o como quieran ustedes llamar a las cada vez más necesarias evaluaciones, que habrá que crear sí o sí, se diseñaron de espaldas a todo el mundo. Consecuencia: el bloqueo, el caos y la incertidumbre absoluta para unos maestros y alumnos que no sabían qué temarios, pruebas e hitos tenían en su currículum escolar. Hubo una ventana para el consenso hace cinco años, cuando Gabilondo, el último ministro socialista de educación, trató de forjar un pacto educativo, pero entonces fue el PP el que no quiso sumarse. No quedaba mucho para las elecciones de noviembre de 2011 y era obvio que se iba a hacer con la mayoría absoluta. Eligió no atarse las manos para hacer su propia reforma. Cinco años después, lo único que se puede afirmar con seguridad es que hemos perdido cinco años en materia educativa, y en este tiempo se han roto muchos puentes entre los muy diversos actores de todo este complejo entramado. Reconstruirlos será una dura tarea que atañe a todos, y que corresponde liderar al Ministerio, no tanto por recursos y competencias, que no las tiene, sino por ser la cabeza visible de eso que llamamos “educación” en su vertiente orgánica, ser la sede frente a la que se manifiesta todo el mundo. Carece de poder, pero mantiene autoridad. Y los primeros pasos de Méndez de Vigo a este respecto, acuciados por la realidad de no tener mayoría absoluta, son esperanzadores.
 
No esperen soluciones mágicas e instantáneas, porque no existen en ningún campo, y en este menos. Puede haber leyes, mejores, peores o el caos español, pero sea cual sea la norma que se acabe pactando, y ojalá sea así, tendrá defectos. Pero con ellos, uno de los compromisos debiera ser, si se alcanza el pacto, que el acuerdo no se toque en muchos muchos años, otorgando la estabilidad que el sistema necesita para que padres, profesores, pedagogos, alumnos y en general, todos los que trabajan en el apasionante y difícil mundo de la educación puedan trabajar en el día a día para mejorarlo. Y se requiere la implicación de todos, de todos, para lograr una educación de calidad. El acuerdo de ayer es el primer paso de un largo camino.

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