Pase
lo que pase en las elecciones norteamericanas de hoy, y crucen los dedos
para que Trump pierda, el resultado de la contienda deja muchos heridos y daños
en todas partes, no sólo en aquel país. Aunque más tarde que en Europa, el
populismo ha arraigado en los EEUU y tiene posibilidades de hacerse con el
país. El ganador o ganadora se va a encontrar al frente de una nación dividida,
rencorosa, en la que muchos creen que si su candidato no gana es porque las
elecciones están amañadas, porque el sistema se las ha arrebatado. Nunca pensé
que vería comportamientos tan zafios en la política de EEUU.
Mi personal doctorado en
política, estadounidense y general, además de por muchos libros leídos, proviene
de haber visto las siete temporadas de “El Ala Oeste de la Casa Blanca”,
una serie de los años noventa que dibujaba una corte de Camelot en Washington
en la que políticos idealistas y asesores que trabajaban día y noche hasta el
extremo se desvivían por el bienestar de su país y por tratar de sobrevivir a
las contradicciones que la política real imponía sobre sus ideales. Era un
serie falsa, en la que los guiones, excelentes, te hacían pensar que en
aquellos pasillos que se recorrían a la velocidad del rayo mientras los debates
eran igual de intensos colgaban fragmentos de obras de Shakespeare, que eran
recitadas por los actores. Era una serie falsa porque, ante la duda, los protagonistas
se decantaban por su ideal, costara lo que les costase, y se iban contentos a
la cama porque se sentían satisfechos de haber cumplido con su deber. Era una
serie falsa porque cada personaje, por encima de sus ambiciones, ideas y
egoísmos, que los tenía, ponía el bien común de la nación y llevaba grabado en
fuego el ideal del “civil servant” que no abunda entre los funcionarios y demás
servidores públicos que en España somos, y esa noción de servicio hacía que sus
vidas privadas se agostasen, se quemaran día a día en el altar del gobierno,
para que éste pudiera hacer lo debido para con sus conciudadanos. Y dentro de
tanta falsedad, de tanto idealismo, por el que fue criticada en su tiempo, cada
capítulo ofrecía una lección moral de entrega y planteaba un dilema, del día a
día de la gobernanza de un país moderno, y entregaba al espectador un argumentario
de respuestas posibles que, casi siempre, eran insatisfactorias, porque
decidirse por una de ellas implicaba sacrificar acciones, proyectos futuros o
promesas del pasado. En cada trama los personajes, desde la posición más alta
del Presidente a la de cualquiera de sus asesores, descubrían que el poder, ese
poder maravilloso al que habían accedido tras las elecciones, no era sino una cárcel
de responsabilidades, exigencias y alternativas para, siempre, determinar quién
sería perjudicado en última instancia. Poder es decidir, y decidir es escoger
perdedores. Y eso se veía sin parar. Muchas veces uno estaba tentado de actuar
de manera distinta ante los problemas que planteaba la serie. “Yo hubiera hecho
otra cosa” pensaba al verla, pero me daba cuenta que el guion me trataba,
trataba al espectador, con honestidad, como un adulto, poniéndole en el brete
de saber lo que dolía a los protagonistas cada paso que daban y lo que le dolería
a cada uno de nosotros si hubiéramos optado por otra alternativa. La serie
enseña no sólo política, que también, sino sobre todo humildad. Porque ni desde
la posición presuntamente más alta del gobierno ni desde la más baja se tiene
todas las claves y resortes, y hay problemas que, simplemente, no tienen solución,
y muchísimos más para los que sólo hay alternativas malas o peores, nunca
buenas. La serie es una vacuna contra el populismo, el simplismo, las recetas mágicas
y la demagogia.
La campaña que hemos vivido estos meses en EEUU
comparte con la serie los decorados, la imagen presidencial y el imaginario que
Washington y Nueva York ofrecen como soberbios fondos de imagen, pero ha sido
exactamente lo contrario al espíritu de la serie. Meses y meses de griterío,
mentiras e insultos por parte de un candidato populista, xenófobo, machista y
derrochador, frente a una candidata que no emociona y que posee un pasado, como
mínimo, turbio. En pocas elecciones ambos candidatos han sido tan rechazados
por los votantes, y en veinticuatro horas uno de ellos se hará con las riendas
del país y de parte del mundo. Que haya suerte, y que gane Hillary. Como mañana
es fiesta en Madrid lo analizaremos el jueves.
No hay comentarios:
Publicar un comentario