Ir
a jugar un partido de fútbol y morir en un cerro colombiano. Partir de
casa, en este caso Brasil, rumbo a lo que era una aventura deportiva para un
equipo humilde, modesto, de categorías inferiores, que por primera vez en su
vida iba a disputar una final de un campeonato internacional, y que un
accidente aéreo trunque la vida de casi todos los pasajeros y tripulantes de la
manera en la que estos sucesos se producen, Bruscamente, de golpe, a traición.
Y dejando una sensación de absurdo en el ambiente que nadie puede eludir. Hoy
seguirá el recuento de familiares que lloran a los suyos y el relato de
historias diversas, fenecidas en un cerro colombiano.
Los accidentes de avión llenan
las portadas de los medios cuando se producen. Son hechos esporádicos, de una
frecuencia absurdamente reducida si miramos, simplemente, el número de vuelos
que cada día parten y despegan a lo largo del mundo. Las cifras de muertos que
ellos generan no son nada en comparación con las que se dejan en las
carreteras, pero son muchos los que siguen pensando que volar es peligroso,
inseguro y tienen un pánico atroz a subirse a un avión. Quizás el origen de ese
miedo sea la irracional sensación de que volar es antinatural, lo que no deja
de ser cierto, pero también es “antinatural” todo lo que hacemos a lo largo de
nuestra vida, casi en cada momento, y lo que comemos y los objetos que
manipulamos y las relaciones que mantenemos. Otra de las fuentes del miedo es
que estimamos en muy improbable la posibilidad de sobrevivir en caso de
accidente. Una vez estamos dentro del avión y despegamos, si hay algún
problema, damos por sentado que no vamos a salir vivos de allí, que un impacto
desde esa altura no nos da opción alguna, y nos sentimos vendidos. Y creo que
por ese último aspecto es por donde viene el miedo real, la sensación profunda
de pánico, y es el saber que cada uno de nosotros, como pasajeros, no
controlamos en lo más mínimo nada de lo que sucede a bordo. Somos como una
especie de carga, que no viaja en la bodega, pero que a veces es tratada como
tal y que tiene la misma autonomía. Cuando subimos a un coche y nos lanzamos a
la carretera, entorno mucho más hostil y peligroso, lo hacemos desde el puesto
de conductor de nuestro vehículo, y eso nos da una inmensa sensación de poder,
de autonomía, de responsabilidad. Pensamos, en lo más profundo, que cada uno de
los que con nosotros comparten la vía, es una fuente de riesgo y potenciales
accidentes, pero tapamos ese miedo con la autoconfianza de sujetar el volante y
ser el rey de la carretera desde el trono en el que accedemos al acelerador. Y
es esa sensación la que nos dota de cierta invulnerabilidad, muchas veces
transformada en estúpida soberbia, que es el camino más certero al accidente.
Esa frase de “yo controlo” es una de las más peligrosas que se pueden oír a lo
largo de la vida, y si la escuchan antes de subirse a un coche, piénsenselo dos
veces antes de entrar del todo. Montarse en un avión es exactamente lo
contrario, es asumir que no controlo nada de nada, y de ahí surgen miedos atávicos
a ser dominado, pese a que nuestro inconsciente sabe que hay miles de personas
trabajando en todo momento para que no pase nada, y que su principal celo es
velar por nuestra seguridad. Este miedo a no controlar es uno de los factores
que cobrará relevancia cuando se empiece a expandir el coche autónomo, y está
por ver si influirá o no en su uso y éxito comercial.
El día después de un accidente de avión es el de
los lloros y la consciencia de las ausencias por parte de los familiares. Las
noticias empiezan a fijarse menos en el punto de impacto y más en los lugares
donde los seres queridos se agolpan para llorar juntos. En esta ocasión el
accidente, marcado por el mundo del deporte y la juventud, generará sensaciones
aún más dramáticas que en otras ocasiones, pero la pena y el llanto de los que
se quedan aquí serán tan intensas como las vistas en accidentes pasados. Mis
condolencias a los familiares, el recuerdo a las víctimas, y la confianza en
que las investigaciones nos ayuden a saber qué ha pasado y, así, evitar que se vuelva
a repetir.
2 comentarios:
Sólo una cosa David, no era un equipo de categorías inferiores.
El Chapecoense militaba en la Serie A, es decir, la equivalente a la Primera División Española.
Era humilde, si, pero estaba en la máxima categoría de su país.
Sería como un Eibar, más o menos.
Saludos
Si de algo no se nada de nada, es de fútbol, jejejeje Gracias!!!!
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