miércoles, noviembre 30, 2016

Accidente aéreo en Colombia, partido suspendido


Ir a jugar un partido de fútbol y morir en un cerro colombiano. Partir de casa, en este caso Brasil, rumbo a lo que era una aventura deportiva para un equipo humilde, modesto, de categorías inferiores, que por primera vez en su vida iba a disputar una final de un campeonato internacional, y que un accidente aéreo trunque la vida de casi todos los pasajeros y tripulantes de la manera en la que estos sucesos se producen, Bruscamente, de golpe, a traición. Y dejando una sensación de absurdo en el ambiente que nadie puede eludir. Hoy seguirá el recuento de familiares que lloran a los suyos y el relato de historias diversas, fenecidas en un cerro colombiano.
 
Los accidentes de avión llenan las portadas de los medios cuando se producen. Son hechos esporádicos, de una frecuencia absurdamente reducida si miramos, simplemente, el número de vuelos que cada día parten y despegan a lo largo del mundo. Las cifras de muertos que ellos generan no son nada en comparación con las que se dejan en las carreteras, pero son muchos los que siguen pensando que volar es peligroso, inseguro y tienen un pánico atroz a subirse a un avión. Quizás el origen de ese miedo sea la irracional sensación de que volar es antinatural, lo que no deja de ser cierto, pero también es “antinatural” todo lo que hacemos a lo largo de nuestra vida, casi en cada momento, y lo que comemos y los objetos que manipulamos y las relaciones que mantenemos. Otra de las fuentes del miedo es que estimamos en muy improbable la posibilidad de sobrevivir en caso de accidente. Una vez estamos dentro del avión y despegamos, si hay algún problema, damos por sentado que no vamos a salir vivos de allí, que un impacto desde esa altura no nos da opción alguna, y nos sentimos vendidos. Y creo que por ese último aspecto es por donde viene el miedo real, la sensación profunda de pánico, y es el saber que cada uno de nosotros, como pasajeros, no controlamos en lo más mínimo nada de lo que sucede a bordo. Somos como una especie de carga, que no viaja en la bodega, pero que a veces es tratada como tal y que tiene la misma autonomía. Cuando subimos a un coche y nos lanzamos a la carretera, entorno mucho más hostil y peligroso, lo hacemos desde el puesto de conductor de nuestro vehículo, y eso nos da una inmensa sensación de poder, de autonomía, de responsabilidad. Pensamos, en lo más profundo, que cada uno de los que con nosotros comparten la vía, es una fuente de riesgo y potenciales accidentes, pero tapamos ese miedo con la autoconfianza de sujetar el volante y ser el rey de la carretera desde el trono en el que accedemos al acelerador. Y es esa sensación la que nos dota de cierta invulnerabilidad, muchas veces transformada en estúpida soberbia, que es el camino más certero al accidente. Esa frase de “yo controlo” es una de las más peligrosas que se pueden oír a lo largo de la vida, y si la escuchan antes de subirse a un coche, piénsenselo dos veces antes de entrar del todo. Montarse en un avión es exactamente lo contrario, es asumir que no controlo nada de nada, y de ahí surgen miedos atávicos a ser dominado, pese a que nuestro inconsciente sabe que hay miles de personas trabajando en todo momento para que no pase nada, y que su principal celo es velar por nuestra seguridad. Este miedo a no controlar es uno de los factores que cobrará relevancia cuando se empiece a expandir el coche autónomo, y está por ver si influirá o no en su uso y éxito comercial.
 
El día después de un accidente de avión es el de los lloros y la consciencia de las ausencias por parte de los familiares. Las noticias empiezan a fijarse menos en el punto de impacto y más en los lugares donde los seres queridos se agolpan para llorar juntos. En esta ocasión el accidente, marcado por el mundo del deporte y la juventud, generará sensaciones aún más dramáticas que en otras ocasiones, pero la pena y el llanto de los que se quedan aquí serán tan intensas como las vistas en accidentes pasados. Mis condolencias a los familiares, el recuerdo a las víctimas, y la confianza en que las investigaciones nos ayuden a saber qué ha pasado y, así, evitar que se vuelva a repetir.

2 comentarios:

MMO dijo...

Sólo una cosa David, no era un equipo de categorías inferiores.
El Chapecoense militaba en la Serie A, es decir, la equivalente a la Primera División Española.
Era humilde, si, pero estaba en la máxima categoría de su país.
Sería como un Eibar, más o menos.
Saludos

David Azcárate dijo...

Si de algo no se nada de nada, es de fútbol, jejejeje Gracias!!!!